La escuela donde Wagner «afinó» sus métodos en el frente de Jersón
En el pueblo de Velyka Oleksándriva las tropas rusas de Wagner ocuparon una escuela y lo convirtieron en su centro de operaciones en la zona, causando terror en los vecinos que no pudieron escapar.
Lidia (72) y Mykhalo (69) avanzan por una calle llena de restos de morteros y grads. Él lleva una bicicleta a duras penas por el agujereado pavimento, ella va a pie. Los dos cargan con la madera que han sacado de los escombros de lo que fue el hogar de su hijo. No tienen luz, ni agua, ni gas en casa y el invierno acecha.
«A mis hijos la entrada de las tropas rusas les pilló lejos del pueblo, una de sus casas fue la primera en ser derruida por misiles Grad, ahora ya solo hay un agujero», admiten los pensionistas, que cobraban una pensión de 50 y 60 euros de la Unión Soviética hasta que tras la independencia se hizo cargo el Gobierno ucraniano. Al preguntarles por la escuela que queda frente a ellos, ambos bajan la cabeza. El tono de Lidia cambia a uno aún más grave y Mykhalo calla.
«A nosotros nos respetaron por ser mayores. Pero sabemos de gente de pueblo que se lo llevaron fuera, lejos. Aún no sabemos nada de ellos. Otras veces se escuchaban gritos. Iban de casa en casa buscando a quien les pudiera dar lo que anduvieran buscando. A una vecina le quitaron muchas cosas, era viuda y no tenía como defenderse. Eran chechenos en su mayoría, te respetaban más que a los rusos», dice ella.
«Si te entraban los rusos…», añade Mykhalo mientras arranca la bicicleta que a duras penas empuja, cuando la conversación se convierte incómoda.
Todos en esta región han oído hablar de las tropas Wagner. Solo nombrar ese nombre hace que los pocos vecinos que se animan a volver a sus casas, o los pocos que no tuvieron tiempo de marcharse porque la ocupación les pilló de sorpresa, decidan no hablar poniendo varias excusas. Un nombre maldito.
Dentro de la escuela hay varias aulas que fueron utilizadas como dormitorios o como centros de reuniones. Los militares ucranianos que dan acceso advierten de que no toquemos nada, ya que aunque el centro haya sido desminado puede haber todavía alguna bomba trampa. ‘Z’-s pintadas en las paredes. En cada esquina una. Sacos terreros para protegerse del impacto de las bombas que lanzaban los ucranianos sobre esta población. El tejado agujereado por el impacto de las esquirlas deja pasar un rayo de sol que hace que muchas estancias tengan una iluminación que en otro sitio y momento hubiera sido maravillosa. Un escenario macabro que choca con el mensaje que aparece en una de las pizarras: «Perdón por el desorden. Todos los eslavos somos uno. Los ucranianos sois parte de Rusia. Queremos paz».
Esta zona fue una de las primeras en ser ocupada cuando el Ejército ruso entró en Ucrania en febrero. También pasó lo mismo, pero a la inversa, cuando los ucranianos afinaron la maquinaria bélica y fueron ganando terreno. No tuvieron tiempo de recoger muchas de las pertenencias ni el propio armamento sin utilizar que se amontona todavía en las inmediaciones, esperando a que algún batallón ucraniano les saque provecho en contra de aquellos que los trajeron aquí. Latas y sobres con comida de combate. En el suelo botas, chaquetas y pantalones. Marcas de una huida precipitada hacia Jersón, el bastión ucraniano de las tropas rusas que está a escasos kilómetros.
Por las ventanas rotas de la escuela número uno se divisa el campo en fuego por la quema de rastrojos. Señal de que los paisanos vuelven no solo a vivir en la zona, sino que intentan subsistir y plantan girasoles y grano en las fértiles tierras que deja la tierra quemada.
Pero, a lo lejos, los sonidos de los cañonazos lanzados en las dos direcciones recuerda que la guerra continúa pese al anhelo de algunos. Este pueblo, que acogió en su momento a casi 5.000 habitantes, es un punto estratégico para lanzar los ataques de artillería a Jersón, que está a rango de tiro de los calibres más gruesos de la artillería ucraniana.
Velyka Oleksándriva también es una zona de mucha importancia para poder abastecer a las tropas en la primera línea del frente cuando el Ejército ucraniano, con las armas llegadas de varios países miembros de la OTAN, lance ese ataque anunciado.
Mientras, en el aula donde a duras penas aún cuelga un mapa de Ucrania con las provincias y sus capitales pintado en la pared, se puede leer una palabra que muchos de los habitantes de la zona no podrán olvidar tan fácil: Wagner.