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Plante masivo frente a la violencia machista en Euskal Herria

El Movimiento Feminista de Euskal Herria coordinó cuatro enormes manifestaciones en las capitales de Hego Euskal Herria donde se dieron cita miles de mujeres. Exigieron un sistema de justicia radicalmente diferente.

Miles de personas se echaron a las calles de Iruñea y Donostia durante las manifestaciones de la tarde. (Jagoba MANTEROLA-Jon URBE | FOKU)

Miles de mujeres «hartas, enfadadas, cansadas, molestas.. y hasta el coño de tener que repetir año tras año las mismas reivindicaciones» tomaron las calles de las principales ciudades de Euskal Herria en una gran protesta coordinada con motivo del día contra la violencia machista.

Desde hace años, los llamamientos feministas alcanzan cotas de movilización que no encuentran parangón, prácticamente, en cualquier otra movilización. A lo largo del día, hubo acciones dispersas por distintos pueblos y ciudades. Actos a iniciativa popular y otros, más formales y severos, con respaldo institucional.

Fue ya al anochecer cuando todo se agrupó en las grandes manifestaciones que reunieron a miles de mujeres y hombres en un acto de hermanamiento para conjurarse contra la violencia machista. Las manifestaciones arrancaron a las siete de la tarde en Bilbo, Donostia y Gasteiz. Una hora después, le llegó el turno a Iruñea.

Se trató de movilizaciones desbordantes, que irrumpieron para traer un discurso propio y enriquecer un debate siempre encendido. Algunos medios y agencias de prensa buscaron portavoces para tratar de encorsetar la manifestación dentro la polémica en torno a la ley del «solo sí es sí». No les salió bien. Lo de ayer iba de otra cosa. Era algo más amplio y profundo. Se trataba de poner el foco en la mujer que ha sido víctima y en la que puede serlo mañana. De ver si de verdad están seguras y protegidas, y no en discutir sobre el punitivismo del sistema de justicia patriarcal.

En el mismo discurso que cerró las protestas en el que se declararon tan hartas de tener que salir una y otra vez con lo mismo, se recordó a las tres víctimas mortales que ha dejado la violencia sexista este año en Euskal Herria: Sara Pina, Felisa S. y María Luisa Larrañaga.

«No todas somos víctimas de esta violencia física extrema, pero sí todas sufrimos de una u otra forma la violencia sicológica, sexual, económica, institucional... Todas las expresiones de la violencia machista se entremezclan y de una u otra manera nos atraviesan a todas», proclamaron en el comunicado acordado.

A lo largo de los diferentes recorridos se sucedieron cánticos llamando a la sororidad y en las que las mujeres se animaban, a voz en grito, a apoyarse las unas a las otras. «Hermana, yo sí te creo» o «Agreden a una, agreden a todas», corearon. Las calles y las noches son ahora suyas, afirmaron.

Otro de los mensajes que se quisieron reforzar -y que explica por qué las portavoces no querían entrar a las polémicas por las que algunos medios las interpelaron- fue el de que los agresores no son cuatro manadas que han perdido la cabeza o monstruos que nos resultan ajenos y muy lejanos.

Sucede muy al contrario, los agresores están a nuestro alrededor, en todas partes. El mismo sistema los crea. Son -así los denominaron- «los sanos hijos del patriarcado». Y no, por tanto, gente sin nombre. «Resulta que quienes nos pegan, nos humillan y nos violan son de los nuestros».

Esa cercanía lo complica todo. Es más fácil, mucho más cómodo, demonizar a alguien desconocido que plantar cara a las conductas machistas que detectamos en compañeros de trabajo, en familiares, o en la cuadrilla. Por eso pidieron a todos los presentes a dar un paso al frente si es que de verdad se quiere atajar este problema.

Justicia feminista

El otro puntal del mensaje que tantas mujeres se unieron para difundir ayer fue el de las enormes carencias del sistema judicial, que de forma palmaria no está siendo capaz de dar respuesta a las necesidades que tienen las víctimas de la violencia sexista cuando acuden ahí.

«Las mujeres que deciden denunciar deben pasar por tortuosos procesos judiciales y sociales en los que son cuestionadas permanentemente, revictimizadas y humilladas», aseguraron.

Desde el Movimiento Feminista se aspira a una justicia radicalmente distinta. El actual modelo no sirve, «porque su fin último es el castigo y, en ningún caso, la reparación y el reconocimiento del daño».

No es el debate, pues, cuántos años de condena tiene cada acto de violencia contra la mujer. El centro del problema lo constituye si esas víctimas obtienen después «recursos suficientes para seguir con su vida». Y, en consecuencia, si el sistema de justicia es o no capaz de construir mecanismos «para que las mujeres podamos ser libres».

Las grandes protestas, como es habitual, acogieron dentro de sí otras más pequeñas y singulares. Así, muchas mujeres acudieron con lemas relativos a la lucha por la dignificación de las que trabajan en el sector de los cuidados o en otras labores minusvaloradas por ser desempeñadas por mujeres. Hubo niñas que se reivindicaron como guerreras y se negaban a ser princesas. Se vio, además, gran cantidad de mujeres venidas de otros países que se han visto bien reflejadas en esta lucha.

También hubo bombas y bengalas lanzando humo morado. En Iruñea, ocurrió cerca de El Corte Inglés cuando decenas de jóvenes encapuchadas saludaron a la cabecera de la protesta que, solo esa ciudad, ya superó las 4.000 personas.

La sensación que daban las manifestaciones a su paso, pese a tratarse de un tema particularmente duro, no fue finalmente de luto sino de puro empoderamiento, fruto de una abrumadora sororidad. Miles de mujeres y hombres de todas las edades luchando en común despiertan esa emoción.

Por último, desde el Movimiento Feminista, se instó a que las instituciones respondan a esta lucha con medidas reales y no con gestos pensados más de cara a la galería. «Las administraciones deben posicionarse más allá de los minutos de silencio y los lazos morados. Tienen que establecer presupuestos suficientes para hacer frente a la recuperación de las mujeres que sufren la violencia».