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Una excavación por la guerra del 36 se encuentra con el duro pasado de clases trabajadoras

El trabajo de campo conducido por el arqueólogo Alfredo González-Ruibal ha descubierto en Vallecas un espacio fosilizado de chabolas de migrantes andaluces mientras buscaba restos de los bombardeos de 1936. Historias de supervivencia y superación en la zona que inmortalizó el fotógrafo Robert Capa.

Zona de Vallecas donde se ha encontrado un espacio fosilizado de chabolas de migrantes andaluces mientras se buscaban restos de los bombardeos de 1936. (Alfredo GONZÁLEZ-RUIBAL)

Tinajas para guardar agua y herramientas de hierro típicos de los tiempos previos a la guerra del 36. Elementos de aluminio y objetos de plástico, hasta cepillos de dientes, que muestran el cambio de productos de consumo de los años 50 y 60. Cosas que se encontraron en este espacio fosilizado de chabolas hallado por casualidad en una de las zonas más obreras de Madrid, en el sur profundo del distrito de Vallecas, y que abrieron un abanico de historia de supervivencia de familias trabajadoras.

Se trata de una plaza y sus aledaños ubicados en el barrio Entrevías, que debe su nombre al hecho de estar rodeado por vías ferroviarias en todos los sentidos, a seis kilómetros de la Puerta del Sol. Es la misma plaza que inmortalizó con su fotografía Robert Capa, cuando retrató una casa de la calle Peironcely en 1936, casi destruida por los bombardeos de los golpistas y con la fachada con rastros del ataque de metralletas, pero con niños y una mujer sonriendo a pesar de todo.

La imagen de Capa, hoy expuesta en el Reina Sofía (Archivo Europa Press)


Esa casa está inscrita en el Catálogo de Elementos Protegidos desde julio de 2017, algo que decidió el ayuntamiento gobernado por entonces por Manuela Carmena, y está preservada como parte del patrimonio histórico de la ciudad, por lo que se negó a su propietario una licencia para demolerla.

Aquella foto histórica, que dio la vuelta al mundo, fue la que en parte inspiró este proyecto de excavación, financiado con diez mil euros de subvención de la Secretaría de Estado de la Memoria Democrática e ideado por la Fundación Anastasio de Gracia, que aboga por la recuperación de la memoria.

Zona excavada en la que se ha encontrado restos del duro pasado de las clases trabajadoras en Vallecas. (Alfredo GONZÁLEZ-RUIBAL)



Un nido de recuerdos e historias

Las excavaciones se realizaron en octubre y duraron dos semanas, pero se espera que esto solo sea el inicio de un proyecto mucho mayor, explica en entrevista con NAIZ el arqueólogo e investigador del CSIG, Alfredo González-Ruibal, quien ha dirigido el trabajo de campo.

«El objetivo inicial era localizar los restos de edificios bombardeados en la guerra civil en el 36 y el solar es el único que quedó sin reconstruir. Este espacio quedó fosilizado, es casi un milagro. Queríamos localizar los cimientos de los edificios y convertirlo en un lugar de memoria, junto con el edificio de la foto de Capa. Formaba parte de un plan de revitalizar esta zona, recuperar la memoria de los bombardeos sobre Madrid y finalmente localizamos restos de las chabolas instaladas en los 60, plantadas dentro de los edificios bombardeados, porque así podían utilizar las paredes y solo tenían que techar las ruinas», señala.

La migración más masiva en la periferia de la capital del Estado comenzó después de la guerra, influenciada no solo por la pobreza, sino también por la persecución política. El mayor momento de afluencia fue en las décadas de los años 40 y 50, y en este barrio particular que fue excavado los migrantes venían en su mayoría de Andalucía, las provincias manchegas y Extremadura.

«A partir de los 50 se empieza a utilizar el ladrillo hueco y entonces sabemos que estos restos son de mediados de esa década en adelante. Sabemos del origen de las chabolas a partir de cómo son los materiales de construcción», añade. Y recuerda que esta barriada precaria comienza a ser abandonada a fines de los 60 y todos sus residentes son realojados ya en 1975, cuando la dictadura construye pisos para clase trabajadora en el sur de Madrid.

Suelos originales de las chabolas. (Alfredo GONZÁLEZ-RUIBAL)



Al ser demolidas, los constructores del régimen echaron una capa de arena, lo que dejó un grosor de 10 centímetros. Y debajo encontraron estas chabolas, que no fueron arrasadas hasta el nivel de cimentación, por lo que permitieron que queden restos y hasta los excavadores encontraron los suelos originales de la época previa a la guerra.

González-Ruibal comenta cómo en las excavaciones, hechas en plena zona urbana, encontraron vestigios de dos épocas tan marcadamente diferentes. «Aparecieron cosas de un mundo tradicional, de cerámica, preindustrial, como tinajas y ganchos para colgar la olla. Pero cuando llegamos a los niveles de la construcción de los 50, todo eso desaparece y está el plástico, el aluminio, productos de higiene, como desodorantes y cepillos de dientes. Son objetos que revelan la mejora de la capacidad adquisitiva –como juguetes de niños, cocinitas de plástico...– que permitió a las clases populares acceder al consumo de masa», relata.

Hurgando en la fosa seleccionada también hallaron objetos de la vida cotidiana, como discos de vinilo de música flamenca: «Eran sobre todo andaluces y eso se notó. Lo elocuente es el deseo de mantenerse dignos a pesar de las condiciones materiales muy difíciles de las viviendas. Era una forma de demostrar al mundo que era gente digna y también se hacía a través del cuerpo, se puede ver en fotos de la época, gente muy bien vestida».

Merece un párrafo recalcar la condición tan frágil y vulnerable en la que vivían estas familias trabajadoras, que muchas veces se contrapone con el relato negacionista que sitúa al régimen franquista como un período de bienestar material. Lo hallado demuestra que miles vivían en chabolas de entre 12 y 20 metros cuadrados, a veces construidas con cajas de pescado vacías de Mercamadrid rellenadas con escombros, carbonilla y escoria de fundición de los altos hornos. No tenían electricidad ni agua corriente y las lámparas eran de carburo.

Objetos abandonados en el lugar, entre los que figuraban discos. (Alfredo GONZÁLEZ-RUIBAL)



De hecho, las malas condiciones de vida perviven hasta el presente. La casa icónica que fotografió Robert Capa antes de ser declarada de interés histórico tenía en su interior a 14 familias viviendo hacinadas. Ahora la idea de la Fundación y de los arqueólogos es musealizar parte de los edificios excavados e impulsar un plan más grande de puesta en valor de toda la zona y hasta peatonalizar algunas calles. El barrio sigue siendo una zona de mucha exclusión social y la mayoría de sus habitantes hoy son inmigrantes y gitanos, y cobija familias que están hasta hace tres décadas.

La gente del barrio y su actitud frente a la excavación ha sido lo que más ha impactado a González-Ruibal: «Lo más bonito del trabajo fue la implicación de la gente, algunos que vivieron allí de jóvenes y formaron familias. Es interesante saber cómo era la vida en las chabolas desde un punto de vista arqueológico, pero fue emocionante ver que el trabajo tenía un sentido para ellos, para reconstruir su propia memoria, es una forma de reivindicar su pasado. Demostrar que es un pasado tan valioso como el de otros. Algo que se asocia a una cuestión de status, como la arqueología que suele hacerse en lugares importantes, esta vez se hizo en Vallecas y eso es importante».

La huella del fascismo

El Centro Pastoral San Carlos Borromeo es el templo religioso insignia del barrio y es conocido como ‘la iglesia roja’. No es por su color, ya que su fachada es color crema amarillento, sino por ser conocida como un agente contra la injusticia social. Desde los años 60, en plena dictadura, tuvo una implicación social muy fuerte en la zona y en apoyar a los movimientos de vecinos y hoy en día a los refugiados. Allí trabajó Enrique de Castro, conocido como ‘el cura rojo’, de hecho. El arzobispo Antonio Rouco la cerró como iglesia en 2007.

Durante los días de excavación, quienes trabajaron el terreno se cruzaron con muchas historias de gente que vivía desde pequeño allí o que contaban relatos de sus padres o abuelos que vivieron los tiempos más difíciles. Una historia en particular impactó a González-Ruibal.

Alfredo González-Ruibal dialoga con Vicente Córdoba, vecino de la zona de 93 años de edad.



Fue la de Vicente, un vecino de 93 años, hijo de un director de cine, y que residía en el mismo barrio nada menos que desde 1932. Su padre trabajaba en el Matadero y le comentaba a los arqueólogos sus duros recuerdos de lo que era tener que correr a los refugios subterráneos cuando jugaba en la calle y venían las bombas. Recordaba cuando su madre le rogaba que no saliera fuera a jugar por el peligro que representaba en los tiempos de la sublevación franquista y, como si hubiera sido ayer, decía acordarse de ver los aviones de hélice pasando por encima de su casa lanzando bombas.

«Es un testimonio muy valioso, especialmente ahora, con un sector de ultraderecha que pone en duda todo esto», recalca el entrevistado. «Para muchos vecinos, esta excavación era algo realmente que les estaba reavivando sus memorias, había gente que se emocionaba, que reía, que se echaba a llorar. Fue maravilloso ver esa diversidad de sentimientos en una excavación arqueológica. Nunca lo habíamos experimentado, no solo documentamos, sino que sentimos con ellos», señala.

González-Ruibal, un experimentado científico que ha trabajado en los sitios más impactantes de África y Asia y escrito varios libros, sintió una emoción especial en un barrio olvidado de clase trabajadora, allí suelto en el sur vallecano. Y experimentó cómo a mucha gente, quizás sin entender tanto de leyes de memoria democrática, les deja una huella reivindicar su pasado: «Hay sed de memoria, hay mucha gente que necesita contar su historia, y no hablo solamente de personas que les asesinaron a sus familiares. Yo vi esa sensación de querer que se cuente su historia».

Algunos juguetes de plástico encontrados en la zona de la excavación. (Alfredo GONZÁLEZ-RUIBAL)