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Asalto en Brasil: No es que ya entraron; es que ya están dentro

Asaltantes destrozan los accesos a la Corte Suprema de Brasil. (Ton MOLINA | AFP)

Parecían hooligans de la Canarinha ansiosos por ganar lo que su equipo perdió en Qatar. Algunos de ellos copiaban en el esperpento a los asaltantes trumpistas del Capitolio con sus pieles y calaveras de búfalo, arramblando con todo el mobiliario a su paso y sacándose selfies. Pero era todo menos un juego.

Llevaban acampados frente al cuartel general del Ejército brasileño desde que su líder, Jair Bolsonaro, perdió, ajustada pero claramente, las segunda vuelta de las presidenciales el 31 de octubre. Exigían abierta y descaradamente un golpe de Estado militar.

Dos días después del segundo aniversario del asalto al Congreso estadounidense, decidieron emularlo y tomar al asalto las sedes de los tres poderes en Brasil. Un paso-invitación a los mandos castrenses para que asumieran los hechos consumados y tomaran lo que ellos ya habían ocupado.

Una suerte de asalto al Palacio de Invierno pero al revés, con el objetivo no de crear algo nuevo sino de retrotraer al subcontinente medio siglo atrás, a la era de las juntas militares.

¿Se imagina alguien qué ocurriría en Brasilia –y en Washington–, si grupos de izquierda presionaran durante dos meses al Ejército o intentaran, siquiera, lanzarse al asalto de sedes gubernamentales y/o parlamentarias?

El establishment político y securitario tiene, a la vista está, serios problemas para gestionar este desafío. Y no solo, que también, porque a un mando militar o policial tiene que resultarle estrambótico reprimir a quien quiere encumbrarte a la cima del poder.

Están, por supuesto y formalmente por encima, las decisiones políticas. Se ha criticado al nuevo Gobierno por su incapacidad de prevenir un suceso que muchos listos aseguran ahora, a toro pasado, que era algo cantado. Recuerdan, a ese respecto, que ha acaecido con Lula ya en la presidencia, mientras que el 6 de enero de 2020 no se había oficializado aún el traspaso de poderes de Trump a Biden.

Había diferencias de criterio en el seno de su recién creado gabinete y quizás el cálculo de Lula era esperar a que las acampadas bolsonaristas se fueran desmovilizando y diluyendo para así no alimentar la polarización extrema que, como reconocen esos mismos listos, lastra a Brasil.

Es posible que la izquierda, por principio recelosa de soluciones represivas, pecara de esa ingenuidad que le lleva a veces a minimizar las cuestiones de seguridad, esas paradójicamente tan caras a una ultraderecha que no ha dudado, y van dos, en dar sendos y similares golpes de efecto para socavar los cimientos mismos del sistema político.

Pero mucho me temo que el problema va más allá y no reside tanto en el hecho de que unos miles de esperpénticos ultras entren al corazón del sistema. El problema es que ya están dentro. Y si no, que se lo digan al speaker republicano de la Cámara de Representantes de EEUU, Kevin McCarthy, quien para ser elegido ha tenido que tragar todas las exigencias de una veintena de representantes a cual más integrista y ha tenido que besar el suelo de un Trump que ha vuelto a demostrar que tiene mucho que decir en el Old Party.

O que miren la composición del Congreso brasileño, donde los bolsonaristas son la primera fuerza parlamentaria. Con Bolsonaro, y casualmente con quien fuera su ministro de Justicia y hasta ayer responsable de la seguridad del distrito federal de Brasilia, ambos ayer en Orlando (Florida, EEUU).

Unos dentro y otros oteando, moviendo los hilos.

Hora es de que todos, y sobre todo las fuerzas conservadoras y liberales homologadas, se aperciban de ello y actúen en coordinación para sacarlos. Para no repetir errores históricos y a la postre dramáticos como hace 80 años.