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Festival de Berlín: Lo masculino, lo femenino y lo demás

La Berlinale abría con ‘She Came to Me’ una 73ª edición marcada por la reivindicación política y autoral. ‘Blackberry’ y ‘El eco’ divisan mundos radicalmente opuestos, entre lo masculino y lo femenino.

Kristen Stewart, presidenta del jurado, en la gala inaugural. (John MACDOUGALL | AFP)

Cannes y Venecia sobrevuelan los sueños de la cinefilia dura, pero este viernes Berlín los ha llevado a la práctica. La comparecencia de prensa del Jurado Oficial, con Kristen Stewart como presidente (a sus 32 años, es la más joven de la historia), ponía a Carla Simón, a Radu Jude y a Johnnie To en una misma mesa.

Lo que es lo mismo: la gran cara del cool americano, la dulzura de la cineasta catalana, el polémico ganador del Oso de Oro por ‘Un polvo desafortunado o porno loco’ y el gran maestro de la pólvora y la adrenalina. ¡En un mismo jurado! Mataríamos por asistir a sus deliberaciones.

¿Echamos de menos a Woody?

Menos fantástico ha sido el tibio ambiente de la gala inaugural, con discurso de Volodimir Zelenski incluido –es ya un habitual en los grandes festivales–, quien se cuestionaba si «puede el arte mantenerse al margen de la política» antes de dar paso a una comedia romántica coral y definitivamente conciliadora. ‘She Came to Me’, dirigida por Rebecca Miller (‘El plan de Maggie’) y con un trío de grandes nombres de la cultura pop por aval.

Peter Dinklage es un compositor de óperas perpetuamente ansioso y frustrado por un bloqueo creativo. Su esposa y terapeuta, Anne Hathaway, gestiona su propio malestar limpiando y ordenando. Marisa Tomei da vida a una capitana de remolcador, viciando tanto en lo físico como en lo interpretativo los visos gastados de la manic pixie dream girl, aquella chica que no es como las otras.

Indie estadounidense perdido en la traducción, ‘She Came to Me’ está mal escrita y tiene un retrogusto condescendiente difícil de pasar por alto. Sigue la línea de las malas –y por suerte, poco memorables– inauguraciones de la Berlinale.

La red social: ahora en Waterloo, Ontario

Todo se agota rápido dentro del biopic empresarial y, por ello, resultaba excitante volver al origen de la Blackberry de la mano de Matt Johnson. El cineasta, que empezó hace una década en el mundo de las webseries y el cine B canadiense, encarna el perfil de nerd que podría trastocar la corrección y la ‘genialitis’ aguda del cine sobre emprendedores.

«‘Blackberry’ incluso logra que nos sorprenda su uso de una cámara desfermada y nerviosa, al estilo ‘The Office’». 

De hecho, la película ni siquiera nace de una biografía autorizada –se basa en un ensayo de Jacquie McNish–, sino que viene de las tripas de la cultura popular, aquella que ha alimentado a ‘friquis’ y a empresarios-tiburón al mismo tiempo, aunque solo los segundos hayan hecho dinero de esto.

‘Blackberry’ acierta en calibrar la necesidad tanto de una estructura industrial como de talento a la hora de levantar un proyecto. La cinta incluso logra que nos sorprenda su uso de una cámara desfermada y nerviosa, al estilo ‘The Office’.

¿Podemos explicar la construcción de un imperio tecnológico partiendo de un repertorio de reacciones desencajadas? Mejor: ¿podemos aderezar el mundo hipermasculinizado del tech con intercambios emasculantes venidos de la mejor buddy movie americana? ¿Sí? Genial. A pesar de su caída, insatisfactoria y (ahora sí) algo automática, ‘Blackberry’ tiene grandes ideas a rescatar.

Huezo vuelve a demarcar claramente su retrato en un lugar y sus gentes: esta vez, el recóndito valle de El Eco, una pequeña comunidad matriarcal. 

‘El eco’ se aleja del bruto realismo social

En su última película, ‘Noche de fuego’ (Mejor Película en Horizontes Latinos de 2021), Tatiana Huezo removía las formas del cine social para volver inmersiva, personal, su denuncia de la violencia hacia las mujeres de la Sierra de México.

Hoy Huezo vuelve a demarcar claramente su retrato en un lugar y sus gentes: esta vez, el recóndito valle de El Eco, una pequeña comunidad matriarcal. Sin embargo, su relato se abre aquí a todas las voces del lugar –la abuela, las madres, las hijas–, como si tratara de construir un paisaje humano y natural sin jerarquizarlo.

No es casualidad que cueste adivinar dónde termina una trama y empieza otra, tampoco que la protagonista, Montse (Montserrat Hernández), desaparezca a la hora de película. Ella, y todas, viven en un paisaje en cambio, un lugar de mitos y tradiciones ancestrales que una trama al uso no puede sino empequeñecer. Por ello, la película brilla más cuando se fascina, muda, ante lo que hay –un páramo virgen, un coro de personajes carismáticos y únicos– que cuando trata de explicar, a base de escenas con criaturas monas, la relevancia de su preservación.