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La guerra enferma a los menores en el Donbass

El bombardeo de las infraestructuras, como las estaciones de bombeo de agua potable, hace que los niños, más vulnerables que los adultos, sufran de infecciones gástricas. También afecta psicológicamente a los niños que les toca huir de los bombardeos.

Una niña en el hospital de Kramatorsk, víctima de una enfermedad estomacal por falta de agua potable. (Andoni LUBAKI)

El hospital pediátrico de Kramatorsk no está cerca de ninguna infraestructura estratégica. Tampoco cerca de ninguna base militar ni centro logístico de armas. No impiden fotografiarlo ni acercarse a ella. No hay ningún militar en la entrada ni en el interior que impida el acceso a la prensa. Es como si esta guerra del «Niet» («no» en ruso) no existiera aquí.

Sin embargo, sus ventanas están reventadas y, en lugar de cristales, unos paneles de madera impiden que el frío hiele el edificio. La calefacción solo funciona en un ala del hospital. Varias bombas de artillería que explotaron cerca hicieron añicos los cristales. Alguna que otra puerta está sacada de su quicio por la onda expansiva. Por fuera, con tanta tabla cubriendo los ventanales, con sacos terreros tapando el acceso a los sótanos y con un parking vacío, parece que el edificio está abandonado. Pero dentro, por desgracia, está lleno de pacientes.

Los doctores y las enfermeras han cambiado incluso el mobiliario del hospital. De los pisos superiores han bajado las mesas de administración a la planta baja y las han colocado en los pasillos. En los pisos superiores el frío es insoportable y se acumula polvo en el suelo. Las habitaciones y salas de juegos para los más pequeños huelen a esa mezcla entre fétida y arenosa que inunda todo después de un bombardeo.

En la planta baja, que antes era un almacén para los historiales, han colocado entre tres y cuatro camas en cada habitación. Todas ellas están llenas. Más de 50 niños atendidos diariamente y turnos sin fin para los pediatras que aún trabajan. «Muy pocos se marcharon cuando la guerra llegó aquí», asegura Dmitro Yakovenko jefe de atención urgente.

«La mayoría de los niños vienen aquí con infecciones. Cuando las tropas rusas bombardean alguna estación de bombeo de agua potable, las familias intentan conseguir donde sea el agua. Acuden a pozos o, muchas veces, al recuperar el servicio y ver que al grifo vuelve el agua, les dan directamente de beber de ella. La mayoría de las veces esa agua no se ha filtrado y un adulto podría darle la vuelta a esa infección en unos días pero el sistema inmunológico de los niños es más débil, enferman más y muchas veces para cuando vienen están muy deshidratados y hay que ponerles suero» añade Dmitro.

Efectos psicológicos

Sin embargo, más le preocupan los efectos psicológicos a largo plazo que la guerra está dejando en los niños. «Un niño, aunque no haya vivido ningún combate directamente en la guerra, sí la percibe de otra manera; muchos de los que vienen aquí son desplazados internos. Se han tenido que marchar de sus casas en Soledar, Liman, Bajmut... Todo el estrés que se genera a su alrededor lo perciben y no lo pueden digerir. Muchos de los niños que vienen aquí tienen a la familia dividida, ya que muchos de sus seres queridos se encuentran atrapados en la zona ocupada por Rusia», explica en el pasillo del hospital el pediatra.

Save the Children ya denunció en su reporte de marzo de 2022 que, desde la invasión rusa del país ucraniano, el 16% de los muertos eran menores de 5 años. Muy pocos de estos niños murieron en combate abierto, sino que eran víctimas de la aviación rusa y de los bombardeos de la artillería de largo alcance.

NAIZ fue testigo de un bombardeo en mayo en la ciudad ahora en disputa de Bajmut. Un avión bombardeó una casa repleta aún de civiles. Una mujer y su hija fueron encontradas muertas entre los escombros después de horas de búsquedqa pensando que aún podrían estar vivas y alentada por el padre que guiaba a los bomberos. Finalmente en aquella explosión murieron dos niños menores de 2 años, junto con otros civiles.

Hoy en día, y también según Save the Children, más de 7 millones de menores siguen estando en peligro.«Los bombardeos no solo matan o hieren al momento. Los efectos que tienen sobre la salud de los niños son mayores que en los adultos» añade el Dmitro.

«No sabíamos que el agua podía no ser potable. Supimos que habían bombardeado una estación de bombeo días mas tarde. Mi marido y yo enfermamos levemente pero los dos pequeños se pusieron muy enfermos. Tuvieron mucha fiebre, diarrea y vomitaban todo. Cuando les trajimos al hospital varios vecinos ya estaban trayendo a sus niños. Lo hemos pasado muy mal porque tenían deshidratación severa y fiebre muy alta, tenían el pronóstico reservado», asegura Natasha, madre de Milana mientras le sujeta la mano a la niña, que sonríe con dificultad.