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Un siglo de la hiperinflación alemana; cuando el dinero valía menos que nada

Hace ahora un siglo, tras la ocupación del Ruhr por parte de los franceses, en Alemania comenzaba un proceso imparable de subida de precios. Fue un año tremendo para la República de Weimar, que mientras tanto vivía un florecimiento artístico espectacular.

Funcionarios bancarios alemanes con fajos de billetes convertidos en inservibles. (Wikipedia Commons)

La subida de precios es un gran problema real... y actual. Cada subida del 0,1 o 0,2% acarrea consecuencias tremendas en la eurozona. Las últimas noticias reflejan una ligera bajada tras un par de años de galope al alza. La situación se puede estar reequilibrando a pesar una inflación que aún roza las dos cifras. Y hace recordar, aunque no puede ser comparable, a lo que ocurría hace ahora un siglo en Alemania, cuando de hecho se produjo una paradoja quizás irrepetible: el dinero en efectivo valía menos que el mismo papel imprimido, aunque en él pudiera reflejarse una cifra cuantiosa.

La situación económica alemana se había hundido tras la Primera Guerra Mundial. Acusada de haber sido la única responsable del conflicto por parte de las fuerzas ganadoras (Estado francés, Gran Bretaña y Estados Unidos), fue condenada a pagar prácticamente todos los daños: 132.000 millones de marcos.

Hoy resulta casi imposible comparar aquella cifra. Podemos decir quizás como dato significativo que aquella cantidad triplicaba el PIB anual de un país como era la Alemania pre-Gran Guerra, con sistemas de socialdemocracia desarrollados. O recordar que el Estado germano ha acabado de reembolsar en 2010 los últimos 70 millones de euros, con intereses sobre los intereses.

Pocas veces entre los ganadores se levantaron tantas voces contra un despropósito. La más famosa fue la de John Maynard Keynes, padre de la economía política moderna, que participaba en la delegación inglesa: «Será el principio de una larga inestabilidad», vaticinaría en su ‘Las consecuencias económicas de la paz’.

La historia le daría la razón. Sin embargo, la primera respuesta del ya ex imperio prusiano fue solo empezar a pagar y al mismo tiempo tratar de buscar soluciones. Alemania no había perdido solamente el conflicto, sino también el 13% de su anterior territorio y 7 millones de habitantes, repartidos entre Polonia, Checoslovaquia, Lituania, Francia, Bélgica y Dinamarca.

Uno de esos remedios fue convertir el Estado en una república con sede en Weimar, la ciudad intelectual por excelencia, la cuna de Goethe, Schiller y Liszt. Enseguida, en 1919, en aquella coqueta villa de la Turingia, lejana de una Berlín en llamas entre espartaquistas comunistas y freikorps nostálgicos paramilitares del Imperio que se peleaban en las calles, nacería el mítico Bauhaus, laboratorio arquitectónico destinado a revolucionar la gestión de los espacios.

Ruhr

Faltaba todavía lo peor: la ocupación militar de la región del Ruhr el 11 de enero de 1923 por parte del Estado francés y Bélgica. Esa región en el noroeste era, y todavía es, el corazón productivo de Alemania, que de un día a otro quedó «estrangulado». También fue una decisión punitiva, puesto que al Estado germano se le había acabado el dinero, se había declarado en bancarrota.

Un habitante del Ruhr frente a soldados franceses, tras la toma de la región. (Wikipedia Commons)

La caja de la República de Weimar estaba vacía y la primera respuesta fue la más simple: fabricar dinero. Un gran negocio, sobre todo para las impresoras. A partir de allí, sin embargo, todo se vino abajo. Si el 3 febrero de 1923 un huevo, por ejemplo, valía 300 marcos, seis meses más tarde costaría 30.000. Una dinámica que continuaría hasta finales de 1923 con repuntes de inflación de hasta el 660%. Y no eran ni marcos traducibles a oro porque desde 1914, antes de la Gran Guerra, el Imperio del kaiser Guillermo II se había salido de este sistema de conversión, convencido de que ganaría el conflicto y que la cuenta la arreglarían Francia e Inglaterra. Un cálculo realmente muy mal hecho.

Fuera del patrón oro, condenada a desangrarse, Alemania imprimía dinero que no valía nada y en el que se acumulaban cifras inverosímiles, como billetes de 100 billones de marcos.

La carrera de los precios era tan disparada que los sueldos se cobraban día a día y en una cola para comprar pan (un kilo llegó a costar 400.000 millones) los que llegaban tarde pagaban más.

Toda la clase media se empobreció y se proletarizó, salvándose solo los que tenían alguna inversión en monedas extranjeras o los grandes propietarios. Como apunta el historiador E.D. Weltz, «si uno tenía una libra esterlina inglesa en casa podía ser más rico que los que iban a pagar una barra de pan con un kilo de marcos en papel».

La tasa de mortalidad infantil, como recuerda ese mismo libro, ‘Weimar, esperanza y tragedia’, pasó del 21%. La nueva normalidad era pagar en especies o haciendo trueques.

Arte

No había nada que comer, pero sí mucho que ver. Porque esa fue la paradoja más grande: una increíble explosión a nivel cultural, probablemente como reacción de los artistas a la locura que les rodeaba.

Además del Bauhaus, muchos pintores o cineastas, e incluso científicos como Albert Einstein (Nobel de Física en 1921), tuvieron ahí su edad de oro. Bertolt Brecht, George Grosz con sus cuadros post-dadaístas, Alfred Doblin y Thomas Mann, por citar algunos. Aunque el cine fue quizás el mayor símbolo de aquella época, gracias a obras maestras como ‘Nosferatu’ de F.W. Murnau; ‘El gabinete del doctor Caligari’, manifesto del expresionismo; y luego la espectacular ‘Metrópolis’.

 

Todo esto en una Alemania que había dado grandes señales de cambio, y no solamente transformándose en una república. El cuerpo electoral se había ampliado, incluyendo también a las mujeres por primera vez. Pero, al mismo tiempo, los gobiernos de Weimar, formados por coaliciones, iban a ser bastante inestables.

Como hitos quedan imágenes que se convertirían en instantáneas reflejo de una época: la gente pagando con carretillas repletas de dinero sin valor real alguno, o convirtiendo aquellos billetes de banco en cometas, combustible para chimeneas o papel de empapelar paredes [en la foto].

Y todo ello a las puertas del nazismo, ya existente como partido desde 1920 pero muy débil todavía. Aunque, nunca como en este caso, eso ya es otra historia…