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Entrevue
Pierre Lemaitre
Escritor

«Cuando escribes sobre el pasado, estás escribiendo sobre el presente»

Nacido en París en 1951, su primer libro, ‘Irene’, lo publicó con 55 años. Fue el inicio de una serie de novelas con las que renovó el polar francés. En 2013 cambió de registro con ‘Nos vemos allí arriba’, obra que le hizo acreedor del prestigioso premio Goncourt. Acaba de publicar ‘El ancho mundo’.

Pierre Lemaitre. (J. DANAE)

Desde ‘Nos vemos allí arriba’, y acogiéndose a la modernidad del folletín decimonónico, Lemaitre se ha embarcado en una serie de obras sobre las miserias del siglo XX francés. Tras publicar ‘Los colores del incendio’ y ‘El espejo de nuestras penas’, en las que daba continuidad a ‘Nos vemos allí arriba’ a la hora de narrar el período de entreguerras, ‘El ancho mundo’, su nueva novela, inaugura una nueva tetralogía donde disecciona la edad de oro del capitalismo, tras la II Guerra Mundial.

‘El ancho mundo’ es una novela que mantiene una conexión con su anterior trilogía, iniciada con ‘Nos vemos allí arriba’. En este sentido, da la sensación de que al igual que Balzac con ‘La comedia humana’, sus distintas novelas son partes de un proyecto literario de mayor envergadura.

Bueno, yo no podría compararme con Balzac, sería bastante arrogante por mi parte. Además, él en ‘La Comedia Humana’ quiso construir un retrato poliédrico de toda una sociedad y mis ambiciones son mucho más limitadas: me conformo con hacer una serie de instantáneas de una época. Todas esas instantáneas van conformando una suerte de álbum y para que este exista es necesario establecer vínculos entre los protagonistas de todas esas fotos. En ese sentido, la familia es un microcosmos que resulta el crisol ideal para establecer esos vínculos y para retratar toda una época a través de sus distintos miembros.

Se ha dicho que sus novelas revitalizan las técnicas del folletín decimonónico hasta conferir a este género un alcance contemporáneo. ¿Está de acuerdo?

El folletín es la manera más moderna de contar una historia. Lo podemos ver hoy en día con el auge de las series. ¿Acaso difiere mucho su narrativa de la tradicional novela por entregas? En este sentido, conviene reivindicar el carácter visionario de quienes hace dos siglos comenzaron a escribir folletines y la contemporaneidad de dicho género que, lejos de ser un invento de la televisión, es algo que debemos a la literatura.

«El folletín es la manera más moderna de contar historias. Lo podemos ver con las series. ¿Acaso difiere mucho su narrativa de la tradicional novela por entregas?»


¿Hasta qué punto diría que su literatura surge de maridar la tradición del folletín con la novela negra contemporánea? Sobre el papel parecen tradiciones antitéticas, pero usted ha logrado aunarlas.

No estoy de acuerdo en que sean tradiciones literarias antitéticas. De hecho, la narración policiaca, de la que posteriormente nacería el noir, es un tipo de relato que, en su origen, fue vehiculado a través de la novela por entregas. Hubo muchos autores de folletín que cultivaron el género con personajes como Fantomas o Arsenio Lupin. Dicho lo cual, mi empeño como escritor es servirme de herramientas literarias que, a pesar de ser antiguas, resultan muy modernas, para contar una historia de hace ochenta años que, curiosamente, presenta imbricaciones muy actuales.

Aunque, según ha manifestado, ahora mismo no le apetece volver a la novela negra, se trata de un género que a usted le sirvió para afianzarse como autor. ¿Qué enseñanzas le dejó?

Yo me formé como autor escribiendo novela negra y todas mis herramientas narrativas proceden de ahí. Mis últimas novelas están alejadas del canon policiaco, pero los ingredientes que en ellas manejo son similares a los de mis primeros libros: el suspense, la sorpresa, los giros, las pistas falsas… No sé si puede ser considerado un rasgo de originalidad, pero si algo me define como escritor es el hecho de escribir novelas históricas con las herramientas propias de la novela policiaca. Aunque realmente se trate de novelas con un fondo social.

Atendiendo a ese fondo social, ¿diría que las debilidades, los crímenes y la violencia de sus personajes son fruto de su voluntad por abrirse camino en un mundo corrupto?

Si algo aprendí escribiendo novela negra es que las grandes historias se apoyan en dos patas: las pasiones humanas y las tensiones sociales. A mí, como novelista, lo que me corresponde es hurgar en las grietas de la sociedad y eso, inevitablemente, me conduce al lado oscuro de unos personajes cuyas acciones individuales me interesan como reflejo de un ecosistema político.  


En este sentido, me imagino que no fue casual ambientar la acción de ‘El ancho mundo’ en la Indochina de los años 50.

Lo que me interesaba de ambientar mi novela durante el primer conflicto de Indochina es que se trata de una guerra colonial. Como tal, la corrupción de los personajes nos remite a la corrupción del sistema, que es realmente de lo que yo quería hablar. ‘El ancho mundo’ es la primera de una serie de cuatro novelas que refleja lo que en Francia se conoce como ‘Los 30 años gloriosos’, que son los que van desde el final de la II Guerra Mundial hasta finales de los 70, unos años que son los del triunfo del capitalismo. De ahí que hablar del apogeo del capitalismo me condujera a hablar de las guerras coloniales, como la de Indochina, que fueron las primeras guerras capitalistas.

Hay otro aspecto en el que usted incide en la novela y que también está vinculado al discurso colonial, y es el tema de las falsas identidades. El colonialismo francés siempre se escudó en la ‘grandeur’ para ocultar las miserias de un sistema político en descomposición.

Totalmente. El relato francés siempre se apoyó en el altruismo para hacer ver que su idea era llevar la civilización a todos esos territorios cuando, realmente, su única finalidad fue expoliar sus recursos. Y para ilustrar esa perversión del sistema elegí un tema como el tráfico de la piastra, una operación especulativa montada por funcionarios franceses de la que acabó beneficiándose el Viet Minh, que halló en ese tráfico una fuente de financiación. Con lo cual, el capitalismo francés lo que hizo fue, indirectamente, proveer de recursos a sus enemigos.

Toda esa retórica imperialista que lleva aparejado el discurso colonial conoce hoy un auge renovado, ¿no le genera inquietud?

Más que un resurgimiento de la mentalidad colonial, lo que realmente me preocupa es esa actitud de muchos países europeos de replegarse sobre sí mismos con unos discursos de odio y de exclusión, que están favoreciendo el auge de la extrema derecha. Aunque, bien mirado, se trata de cuestiones que están vinculadas ya que ese discurso se fragua sobre la condescendencia desde la que nos relacionamos con otros pueblos a los que, íntimamente, consideramos inferiores. El colonialismo se sostiene sobre ese sentimiento de superioridad.

«Si pongo el foco en una época histórica es por la necesidad de narrar escenarios de opresión: si me interesan esos escenarios es porque me interesan los oprimidos»


En este sentido, no sé si, en su caso, escribir sobre el pasado es una manera de confrontarse con el presente.

Cuando escribes sobre el pasado estás escribiendo sobre el presente y eso es así porque cuando das forma a una novela lo que haces es poner en juego las grandes pasiones humanas: el deseo, la corrupción, la voluntad de dominación… Da igual sobre qué época escribas, que esos elementos van a estar siempre ahí. Dicho lo cual, como novelista tengo una responsabilidad, la de elegir las resonancias que, hablando del pasado, quiero traer hasta el presente. Por ejemplo, en ‘El ancho mundo’ incluyo un editorial periodístico sobre la violencia policial en el París de los años 40 que escribí bajo el influjo de lo que estaba pasando en Francia cuando los chalecos amarillos.

Apenas hay novelas que hablen de la presencia francesa en Indochina, ¿es un problema de mala conciencia?

Más bien es un problema de lo que yo llamo ‘el síndrome alemán’. En Alemania la I Guerra Mundial es un conflicto del que nadie habla porque quedó opacado por la II Guerra Mundial y todo lo que tras ella aconteció. En Francia pasó un poco lo mismo: la guerra de Indochina quedó eclipsada por la Guerra de Argelia que se inició al poco tiempo y fue una guerra con un mayor impacto emocional entre la ciudadanía, ya que el gobierno comenzó a reclutar a civiles para mandarlos allí, mientras que la guerra de Indochina fue una guerra hecha por militares. Su recuerdo queda lejísimos de la memoria de la gente y, cuando se evoca Vietnam, es para hablar de la guerra con los americanos que, a su vez, terminó por eclipsar la presencia francesa en la zona.

De todas formas, da la sensación de que para usted, como escritor, aquellos escenarios que generan mala conciencia o incomodidad resultan especialmente inspiradores.

Así es. Cuando decido poner el foco en una época histórica concreta lo hago alentado por la necesidad de narrar escenarios de opresión y, si me interesan esos escenarios, es porque, obviamente, me interesan los oprimidos. Con mis novelas no aspiro a realizar una crónica histórica, sino que mi deseo es situarme en los márgenes de los grandes acontecimientos y contarlos desde ahí.