25 años del ‘Truman Show’, frontera entre ficción y realidad
Cumple 25 años la película obra maestra de Peter Weir, con Jim Carrey como excelente protagonista: la historia de un hombre sin conciencia de estar dentro de un espectáculo sobre su vida levantó muchas polémicas, agitó reflexiones... y fue premonitoria.
«Buenos días, y en caso de que no los vea luego, ¡buenos días, buenas tardes y buenas noches!». Saludaba siempre de la misma manera Truman Burbank, protagonista sin saberlo de un espectáculo sobre su propia vida, donde todos eran actores menos él. Hasta que lo descubrió, quizás ya demasiado tarde.
En eso consiste ‘The Truman Show’, una de las películas más significativas de las últimas décadas, que ha cumplido 25 años esta semana.
Una vida frustrada y rutinaria
Truman: en inglés, «hombre verdadero». Pero desgraciadamente no había nada más falso que él, cuya vida había sido retransmitida al minuto, desde el nacimiento. Todo en modo espectáculo para conformar un reality show, en una era en que este tipo de programas todavía no se planteaban en la «vida real».
Nacido en directo, con una vida desarrollada en directo, Truman pasa sus días de la misma manera, con la misma gente, haciendo las mismas cosas, frustrado en sus intentos de cambio –aunque mínimos–, observado por millones de espectadores y aficionados. Gente tan enganchada al programa que ha comprado los gadgets con la cara de Truman, o que para de trabajar para asistir a las aventuras de su ídolo. Ingresos diarios de dinero para el espectáculo, garantizado también por los anuncios ocultos de productos.
A Truman le gustaría viajar por mar, pero desde la escuela le explican que «ya es tarde para descubrir nuevos territorios». Y si quiere salir de su barrio u organizar unas vacaciones improvisadas, de repente el tráfico en la ciudad donde vive (Seahaven) se colapsa.
Cuando algo se modifica en su rutina es porque la producción del programa así lo ha decidido: la muerte del padre en un accidente con un barco (para quitarle también las ganas de viajar), una nueva novia, las bodas con Meryl, problemas en el trabajo... Todo ello es parte de un guion pensado por Christof, la mente pensante del ‘Truman Show’, una persona sin escrúpulos que habla a los actores a través de unos pinganillos y que en su estudio está rodeado de colaboradores que apretando unos simples botones pueden incluso convertir la noche en día o provocar tormentas.
Poco a poco Truman se da cuenta de que algo no cuadra y acaba buscando su salvación fuera del plató
Sin embargo, poco a poco Truman se da cuenta de que algo no cuadra. Empieza esquivando una farola que casi le cae encima, y luego sigue oyendo en la radio de su coche algunos extraños mensajes en que dos personas están describiendo exactamente lo que está haciendo. Otro punto de inflexión es cuando se cruza con su padre, que supuestamente estaba muerto, ahogado en el mar: de hecho, el actor era el mismo, pero interpretando otro papel.
El nerviosismo se traslada a los otros actores, que incurren en errores y torpezas, no acostumbrados a salir del guion y viendo al protagonista cada día más fuera de control. Resulta espectacular, en este sentido, la escena donde Truman amenaza a su mujer y esta de repente pide ayuda a los de la producción, levantando aún más dudas a los ojos del «marido».
Paso a paso, el protagonista empieza a entenderlo todo. Buscará su salvación tras otra escena impactante, cuando Truman choca literalmente contra las paredes del mega-plató con el barco que se había construido y Christof desde fuera empieza a hablarle, como si fuera un ser dìvino, explicándole que no tiene de qué quejarse, que en el mundo del show, preparado para él, estará siempre protegido, y que «fuera no hay más verdad».
«¿Nada era real?». «Tú eras real». Es el diálogo, casi místico, entre «hijo» y «creador»
La última decisión de Truman será, a su estilo, irónica. Y como siempre, bajo la mirada de millones de espectadores que cambiarán de programa con el mando una vez acabado el show.
Jim Carrey, un actor polifacético
Mucho del éxito de ‘The Truman Show’ se debe al actor protagonista, aquel Jim Carrey que hasta 1998 era conocido por sus papeles absurdos o ultra-cómicos, como los dos ‘Ace Ventura’, ‘La máscara’ y ‘Dos tontos muy tontos’. La interpretación de Truman le otorgó un Golden Globe, pero al mismo tiempo fue totalmente ignorado en los Oscars, donde no obtuvo ni la candidatura al mejor actor.
Ni Carrey ni por supuesto Ed Harris, excelente como Christof, este hombre frío con toques de gurú que no duda en intentar matar a su criatura cuando descubre que quiere escaparse. Además, la muerte de Truman está ya planteada, pero no se concretará en el espectáculo.
Definir la película de Peter Weir como visionaria es poco
Definir la película de Peter Weir como visionaria es poco. Si se hace una lectura superficial, ‘The Truman Show’ se podría calificar como una crítica generalizada hacia los medios de comunicación, capaces (ya en 1998) de reproducir cualquier cosa convirtiéndose ellos mismos en otro tipo de realidad, algo ficticio e indescifrable, apto solamente para el consumo.
Truman Burbank es producto en sí y, como le explica Christof en la extraordinaria escena final, también productor él mismo. Productor de emociones, las que viven los espectadores desde sus casas, y producto de un espectáculo televisivo revolucionario. Y todo ello inconsciente de serlo, hasta darse cuenta y al final escaparse, reproduciendo así el mito de la caverna de Platón, el conocimiento de la realidad a través de ilusiones o de sombras, o en parte la «consciencia infeliz» de Hegel.
El mecanismo que está a la base de la filosofía del pensador alemán, en pocas palabras, es que el Ser niegue su esencia para convertirse en otra cosa, una cosa que en el caso de Truman no conocemos, porque la película termina ahí, con su saludo ritual al público. ¿En qué líos se meterá después de haber salido del plató? ¿Tendrá una vida «normal»? Esto no lo sabremos nunca.
Empatizamos con Truman porque a veces nuestra vida también parece teleguiada, ¿quién está trapicheando desde atrás?
Un público entre el que también estamos nosotros, sentados en una sala de cine o frente a una pantalla más pequeña. Nosotros, que empatizamos con Truman, y que también sentimos a veces que nuestra misma vida parece teleguiada por algo o alguien, quizás un Christof o lo que sea. Casualidades, coincidencias, personas y costumbres que vuelven: ¿quién está trapicheando desde atrás?
Incluso existe una enfermedad, descubierta o nacida después de la difusión de ‘The Truman Show’, llamada «síndrome de Truman», que padecen las personas que se mosquean después de haber sabido que sus vidas no son parte de un espectáculo.
Sin llegar a tanto ni a los reality show modernos, que ya casi parecen pasados de moda, la obsesión por enseñar (voluntariamente) nuestro día a día, a través de las redes sociales, es evidente, en una pelea infinita para demostrar que las narraciones sobre nuestra persona son mejores que las otras.
Siempre productos, intentando venderse y produciendo datos y tendencias. Aunque en nuestro caso, salir del plató para descubrir la «realidad» resulta cada día más difícil.