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Los toros de cartoncillo, mejor que los Núñez de Cuvillo

El encierro txiki cumple diez años. Cuatro encierros se han marcado los astados de cartón piedra. Los primeros para los txikis más txikis, los siguientes ya para más muetes. Eso sí, solo llegan hasta la Plaza del Ayuntamiento. 

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Una mujer lleva un balde con un montón de periódicos enrollados camino de la hornacina de Santo Domingo. Se hace difícil pasar ya, pero los periódicos vuelan. Todos los críos quieren el suyo para cantarle al San Fermín con todas las de la ley. 

Antes de eso, han colgado junto a la figurilla un letrero bilingüe con el cántico en castellano y euskara. A la mayoría no le hace falta mirarlo, ‘Entzun arren sanfermin...’ se las saben hasta todos. Son las 11.30 de la mañana y suena el cohete. 

Los seis toros de cartón y los cabestros arrancan tras el estallido. Lentos, muy lentos. Más que nada, porque no caben. La cuesta parece un embudo. Poco a poco, van abriéndose paso sin cornear demasiado a nadie, lo cual es una hazaña casi milagrosa para el conductor del burel. 

Los críos corren, se tropiezan, se asustan. Pero los txikis no se caen. Los gurasos no los sueltan. No porque se vayan a hacer daño, sino porque lo mismo los pierden en el mar de piernas. Otro año más, un exitazo. 

Josu Asurmendi, de la organización, comenta que la intención es que los más pequeños «sientan lo que se sentimos en el encierro grande». Por eso han tratado de replicar todos los elementos del encierro tradicional. Los periódicos, los cánticos... hasta hay pastores para los conductores de los toros de rueda.