Pancho Villa vive para expresar la aspiración de libertad del pueblo mexicano
Doroteo Arango, conocido como Pancho Villa o ‘Centauro del Norte’ en la Revolución, fue tan odiado por los caciques y hacendados que para matarlo le dispararon hoy hace un siglo 150 balazos; tres años después robaron su cabeza. Su memoria vive en talleres, cantinas y hogares de todo México.
Eran las ocho de la mañana de un 20 de julio como hoy, hace cien años, cuando Pancho Villa salió de su hacienda del Canutillo, en el estado de Durango, con destino a Parral, en Chihuahua, para celebrar una fiesta familiar. Le había dicho a su chófer que él iba a conducir el imponente Dodge en el que se movía, y así lo hizo. En el camino lo emboscaron. 150 disparos acribillaron el coche, de los que 16 le alcanzaron –cuatro, en la cabeza– causándole la muerte.
Tres años después, su tumba fue profanada y el destino de su cabeza, seccionada, sigue siendo un misterio. Acababa de cumplir 45 años el que fue uno de los líderes más emblemáticos de la Revolución mexicana.
Su nombre era Doroteo Arango Arámbula, pero fue conocido como Pancho Villa o ‘Centauro del Norte’ durante la Revolución. Dirigió el movimiento armado revolucionario junto a la División del Norte, de la que fue general en jefe.
Su odio hacia toda clase de autoritarismo y hacia los hacendados le hizo levantarse en armas, como a miles y miles de mexicanos y mexicanas, para luchar contra la dictadura y el latifundio. Contra el abuso político y la falta de libertad. Contra el despojo de la riqueza de los pueblos y su concentración en muy pocas manos a costa de la pobreza de las mayorías.
Héroe, mito y ser humano
Más allá del héroe y el mito está la persona. Nació un 5 de junio de 1878 y hasta los 15 años vivió con su familia de origen humilde en La Coyotada, municipio de San Juan del Río, estado de Durango. Hijo de medieros de una hacienda (gente que rentaba la tierra al hacendado para sembrar a medias con él), Pancho Villa quedó huérfano de padre muy joven. Nunca tuvo una educación formal y siendo aún adolescente vivió como bandolero de poca monta.
Según contó, se enemistó con la ley porque hizo justicia con sus propias manos cuando unos desalmados abusaron de su hermana. Sintiéndose perseguido, se echó al monte y comenzó su vida bandolera. Estas dos etapas podrían haber pasado desapercibidas para México, de no ser porque en 1910 se unió a la Revolución, hasta 1920.
Buscó dejar esa vida de bandolero trabajando de albañil, arriero, criador de gallos finos y escolta de la plata de las minas a las estaciones de ferrocarril. Así adquirió experiencia dirigiendo a gente, afinando su habilidad en el mando de pequeños grupos, tejiendo una red de amistades por toda Chihuahua. Jinete infatigable y espléndido tirador de pistola y carabina, fue un hombre carismático que se ganó fácil a la gente, cualidades que lo hicieron triunfar cuando fue jefe revolucionario.
El ejército del pueblo
Durante la Revolución dirigió la División del Norte, un ejército del pueblo de 30.000 hombres en línea de combate y una cantidad igual en la retaguardia, sostenidos por cientos de miles de mujeres y hombres que los vestían, alimentaban, pagaban y los apoyaban. Con 60 trenes en su época de apogeo, ya que sin ferrocarril no hay División del Norte, fue el Ejército revolucionario más potente de la historia de América.
Buscó la destrucción del latifundio y el reparto agrario, y lo primero que hizo como gobernador de Chihuahua fue confiscar los bienes de la oligarquía mediante decreto.
Su leyenda se agigantó con una osadía impensable: una intervención militar en territorio de EEUU que, desde que los británicos intentaron reconquistar en 1812, nunca había conocido presencia armada ajena.
En 1916, junto con cientos de sus hombres, cruzó la frontera en dirección a Columbus, Nuevo México, y arrasó la población en la que la brigada 13 de caballería estadounidense tenía una guarnición.
Aquella acción aún hoy representa la reivindicación de la soberanía mexicana, pues entró allí con un propósito político muy claro, expresado en manifiestos previos: «Estados Unidos quiere doblegar al gobierno de México y someterlo a sus designios. Esa época ya se acabó. México es un país soberano».
Vive en las luchas populares
El Ejército de EEUU entró en el norte de México para capturarlo, en una expedición punitiva al mando del general John J. Pershing y en la que participaron el futuro presidente Dwight D. Eisenhower, así como George Patton, destacado general de la II Guerra Mundial. Pero gracias a su habilidad escurridiza, Villa nunca fue capturado.
Pancho Villa sigue vivo en México, junto a su socio Emiliano Zapata. Vive en el zapatismo, que no se entiende sin su legado, en el pueblo trabajador que se identifica con él y se siente parte de su revolución popular, la más profunda, radical y antigua en la historia de México.