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Oskar Matxin FOKU
Entrevue
José Antonio Nielfa, La Otxoa
Cantante e icono del activismo LGTBIQ+

«Todo lo que he hecho ha sido por vivir y por ser como nací»


Pasear por Bilbo con José Antonio Nielfa (Bilbo, 1947) es un continuo saludar y abrazar. «Como ir con lady Di», dice con sorna. La Otxoa hace bueno el dicho: es más conocida que La Chelito. Icono del activismo LGTBIQ+ y del Botxo, la vuelve a montar en Aste Nagusia.

Hay una fotografía reproducida en ‘La Otxoa, Sin plumas en la lengua’ (Elea editorial), la biografía de José Antonio Nielfa escrita por José Javier Gamboa, que sorprende. Es casi imposible reconocer en este cantante trajeado, serio y tan a lo Camilo Sexto a quien se convertiría en unos años en La Otxoa, la desatada, la descarada, la liberada con tacones, pelucón y voz recia. Son los años 70, según se lee en el pie de foto, y José Antonio participaba en el concurso de cantantes organizado por Radio Juventud en la sala Jai Alai de Eibar.

La de aspirantes a artistas que pasaron por allí, era la Meca de los sueños rotos. «¿Eres de Eibar?», se alegra José Antonio. Me cuenta que ha actuado en los dos teatros de la villa armera y hasta inauguró una discoteca ya desaparecida. Lo recuerda todo, con caras, fechas y nombres. Si algo tiene José Antonio Nielfa es buena memoria, buena genética -75 años muy estupendos- y mucha vida vivida.

44 años después de su histórica actuación en la segunda Aste Nagusia bilbaina, Nielfa regresa a lo grande al ‘firmamento’de su amado Botxo con motivo de su despedida definitiva... aunque suponemos que será su despedida de los escenarios, porque del artisteo es imposible, lo lleva dentro.

Quedamos en la sala BBK, donde protagonizará ‘¡Agur, Otxoa feroz!’, el musical que repasa su vida, escrito por Unai Izquierdo y dirigido por Getari Etxegarai. Cuando se anunció, en solo un mes las ocho actuaciones programadas para Aste Nagusia volaron y han tenido que prorrogar hasta el 3 de septiembre. Mientras posa para el fotógrafo cual reina en la mitad de la Gran Vía, nos cuenta que allí mismo estaba situado el cine donde vio a la niña Marisol cuando él era un chaval.

La ruta, y la entrevista, continúan hacia al Arenal, al punto concreto en donde, en agosto de 1979, La Otxoa subió a los cielos y a la fama botxera con el ‘Libérate’. Compuesta por Vicente Raga en 1976 para Rafael Conde, El Titi, este no se atrevió a cantarla. Pero La Otxoa sí: «Libérate, libérate, ser mariquita no es un delito, no te calles, lanza el grito». Y así nació la leyenda.

Oskar Matxin | FOKU

Antes que nada, ¿seguro que se retira?

La idea es retirarme con este espectáculo.

¿Pero realmente se ve como para retirarse? Yo lo veo estupendo.

Yo no me veo [risas], pero si de repente me llama Madonna para hacer un dueto, ¿cómo lo voy a rechazar? Vamos a dejar que todo fluya y ya veremos.

Le he visto definido como travesti y también como transformista. No sé si se reconoce con alguna de esas dos etiquetas.

Yo siempre me he definido como un cantante humorista con faldas, porque jamás hubiese sido travesti. Y tranformista, pues sí, porque me transformo para el espectáculo. Pero, vamos, de mi estilo ha habido pocos, porque normalmente el transformista era el imitador de estrellas. Los había maravillosos que imitaban a las grandes: a Liza Minelli, a Edith Piaf... las hacían exactas en el maquillaje y los movimientos. Y sin embargo, en teatro, Ángel Pavlovsky [actor argentino creador del personaje ‘La Pavlovsky’] y yo, en música, hemos sido muy distintos al resto. Por eso, cuando me preguntan, yo respondo: cuando me transformo soy cantante con falda.

¿Cómo se transforma uno en La Otxoa? Y, por cierto, ¿es verdad que nunca se ha depilado?

No, jamás, me pongo tres pares de medias. No me depilo porque quiero ser yo en todo momento. El personaje está lleno de trucos, para todo.

En San Mamés, en el homenaje que le tributó su querido Athletic en el derbi con el Alavés en 2019. Marisol Ramirez | FOKU

¿Y cuáles son esos trucos?

Por ejemplo, las cejas me las tapo con tapacejas y me las dibujo más arriba. Los labios me los perfilo y me los amplío, me hago pómulos... Es que me gusta ser José Antonio nada más que me lavo la cara y luego, para no depilarme, me pongo dos pares de medias y, encima, otras medias. La verdad es que es sufrido. Yo digo que de un espectáculo mío sales más cansado que de antiguamente ocho horas en Altos Hornos.

He leído en algún sitio que le agobiaba el personaje y que nunca le ha gustado transformarse. ¿Es cierto?

No me gustaba nada, era muy tímido. Mira, yo he vivido la época maravillosa de Barcelona, a la que llegué en los años 60. La ciudad era la puerta de Europa, pero no era como París, que si querías ver algo tenía que ser previo pago; en Barcelona estaba todo en la calle y eso que estábamos en pleno franquismo. La gente venía a los cabarets: al New York, al Barcelona de Noche, al Molino, al Paralelo... Yo iba a una academia en las Ramblas que se llama la Academia Armengol y normalmente era para cantar como los chicos, con su corbatita y su trajecito. Mis referencias entonces eran Camilo Sexto, Raphael, Víctor Manuel y Serrat. Pero yo era muy tímido y me ponía nerviosísimo.

Y, entonces, viendo el Carrusel de París y el Barcelona de Noche, aunque también había un sitio que ahora es el Museo de Cera de Barcelona, que está al lado de Colón y se llamaba el Copacabana y era ¡bueno!... En estos lugares, como tenían que burlar a la censura y no se podían vestir de chicas, con su mismo pelo se hacían unos pelucones y también se hacían buzos con lentejuelas.

Aquello fue mi inspiración, porque me dije: «Si canto metido en un personaje, se me quita la timidez». Y, efectivamente, cuando me disfrazaba me entraba un descaro tal que ni me ponía nervioso. Pero en Barcelona nunca lo hice; la primera vez fue en Bilbao y porque me lo pidieron para el día de los periodistas que se celebró el primer viernes después de la desaparición de la dictadura. Se hizo en la Casa Vasca: me puse la peluca de una amiga, el vestido de otra y monté un Cristo y medio.

Este año, con el equipo de “¡Agur, Otxoa feroz!”, el musical con el que se despide de los es- cenarios. Sala BBK

Usted nació en la calle San Francisco el 11 de setiembre de 1947, hijo de una familia que regentaba un bar y en un Bilbo que, desde entonces, ha cambiado muchísimo.

El Bilbao de entonces y el de ahora no tienen nada que ver. Las Cortes tenían como cuarenta salas con músicos que estaban en la Banda de Bilbao de día y, por la noche, tocaban en el Variedades, en el Novedades o en el Royalti. Yo creo que con la calle San Francisco se precipitaron, porque, por ejemplo, cuando vas a Nueva York te llevan en el autobús a ver dónde tocaba Woody Allen y ves cómo era aquel local.

Además, todos esos espacios ahora se podían haber aprovechado para hacer teatro, porque tenían escenario, pero como era el barrio de las putas y de las lucecitas, como decían ellos, y como tenían la educación y los genes franquistas, aunque era la Transición, había que romper con todo eso y encima estaba un partido de derechas como es el PNV. Ahora mismo, para el turismo, figúrate lo que hubiera sido, pero se precipitaron y no lo hicieron bien. Esa zona era espectacular.

¿Cómo fue su relación con sus padres? Era hijo único y a su padre le costó entenderle.

Bueno, mi padre nunca me llamó maricón ni me insultó. Lo único que quería era que llegara a la hora, ¡a las 10 de la noche, no me fastidies! Y yo llegaba a las 2. Cuando se levantaba, le preguntaba a mi madre: «¿Cuándo ha llegado?». Y esta: «Nada más dormirte». Y a mí: «¡Me vas a buscar la ruina con tu padre!». Él no entendía muchas cosas, pero nunca me las reprochó. Ama murió con 51 años y mi padre vivió conmigo hasta el último momento.

José Antonio Nielfa posa en su pub en 2011, durante la presentación de su disco “La Otxoa y yo”. Marisol Ramirez | FOKU

Pero la homosexualidad no estaba bien vista en el franquismo.

No es que no estaba bien vista, es que no se mencionaba la palabra homosexual ni gay; solo maricones, peyorativamente. De hecho, cuando me detuvieron en Barcelona en marzo de 1968, fueron mis padres allí, a ver por qué me habían detenido y les dijeron que estaba por homosexual. Mi madre se pensaba que era un plato combinado de una cafetería. No lo había escuchado en la puta vida: era maricones y punto.

Fíjate hasta qué punto era la cosa que ellos tenían un bar en la calle Hernández, donde estaba la estación de Santurce y donde entonces se metía la gente a ligar. Los del barrio decían: «Vamos a ir un día por los puentes y vamos a tirar a los maricones a la ría». Mi madre me preguntó: «Cuando vienes a casa, ¿por dónde vienes?». Yo: «Ama vengo por la ribera, paso el puente La Merced y llego a casa». Y ella: «No vayas por esos túneles, porque creo que roban».

No se atrevió a decirle que era por miedo a que le pegaran, ¿verdad?

Ella oía en el bar lo que decían y no quería herirme a mí. A ese nivel no tuve problemas; no lo aplaudían tampoco, pero no me reprochaban nada. Lo único que ella quería es que no me detuvieran más y que no me metiera en líos. ¿Y cómo no me iba a meter en líos? Yo tenía 13-14 años y, de repente, veo que soy homosexual y que no hay ninguna información. Y pienso que soy yo solo, hasta que un día me doy una vuelta por el Arenal y el Casco Viejo y estaban todos disfrazados de txikiteros con txapela, porque, por las miradas, veía que me comían. Y me dije: «No estoy solo, aquí hay madera». [risas]

Es que no había información de ningún tipo. Yo hice mi propia lucha porque no había ningún tipo de colectivo. Todos luchábamos en solitario. En el año 60 en Bilbao había tres bares gays, que eran una maravilla y había muchísima solidaridad. A mí, cómo era pequeño, me cuidaban los mayores y me decían: «Ten cuidado, que eres muy atrevido y te va a pasar algo». Y me pasó, como les pasó a otros. Total, que cada uno hacía su vida y odiábamos al Régimen, y nos íbamos a Biarritz a bailar porque Francia tenía otra apertura. Nos íbamos a Le Caveau, una discoteca en la que podíamos bailar agarrado, y si había un guateque, nos avisábamos. Muchos se manifestaban como eran, aunque, eso sí, en el trabajo lo tuvieron que ocultar. Siempre con la duda de «ese compañero no tiene novia...».

Es usted un forofo del Athletic. De hecho, alguna vez ha dicho que dejó las botas de fútbol por los tacones.

Mi madre, cuando le dije que me gustaban los chicos, me dijo: «¿Qué te van a gustar, si estás jugando al fútbol todo el día y pegándote con los chavales?». ¡Fíjate que concepto tenía! Era el año 60 justamente cuando yo empecé a revolucionarme; cada día me volvía más loco, claro.

Como ha dicho, con 18 años le detuvieron en Barcelona en una gran redada en locales gay. Hay que contárselo a los jóvenes para que lo sepan: en las cárceles había galería para homosexuales y se les aplicaba la ley de Vagos y Maleantes.

Y de Peligro Social. Te lo voy a contar: En 1968 hicieron la primera gran redada de homosexuales y nos llevaron a la Modelo de Barcelona. Fue el grandísimo hijo de puta del Ministro de Turismo Fraga [Manuel Fraga Iribarne, 1922-2012, fundador del PP] y de Gobernador Civil estaba Rodolfo Martín Villa, que luego fueron ‘demócratas’, fíjate. Estaba toda esa gentuza y se hizo la primera gran conducción de homosexuales. Estábamos en galerías de a ocho y éramos todos artistas, camareros de sitios de ambiente gay... ¡A mí, me aplican vago y maleante cuando a los 8 años me ponían en una banqueta, que abultaba el txikito más que yo, y venía del colegio a ayudar a la familia!

Fue como un vía crucis, en el que pernoctamos en las cárceles de Zaragoza, Pamplona, Carabanchel, Madrid y Palencia. Íbamos esposados en un autocar y pasábamos dos días en cada cárcel. Al llegar al penal de Burgos solo había presos republicanos y algún nacionalista del 36 y por primera vez encontramos gente que nos decía: «Pero, ¿por eso os han detenido?». Luego había también atracadores peligrosos que, bueno, uno estaba loco por mí. ¡Vaya amor, porque encima era guapísimo! Me mandaba notitas, porque no nos podíamos ver. O sea, ¡enamorada en el penal de Burgos de un atracador!

Me da que es bastante enamoradizo. Por cierto, que siempre le han gustado más los heterosexuales.

¡Claro! Si ahora se está viendo que hay chavales y chavalas que tienen novio, novia y dibujos animados, lo que haga falta. Yo he tenido mucho éxito, pero a mí los que tenían pluma no me han gustado nada. Me gustaba la gente seria, los camioneros, los pelotaris, los mecánicos... ¿Un obrero? Me encantaba, también un albañil... Como digo en el espectáculo, tengo piedras en el riñón por acostarme con albañiles.

Oskar Matxin | FOKU

¿Bilbo ha sido una ciudad conservadora?

Había una ciudad muy abierta que los conservadores no creían que existía. Pero, bueno, sí ha sido conservadora, aunque ahora no lo es tanto. Bilbao está a la altura de Madrid y Barcelona: se celebra el día del Orgullo Gay, los gays dicen que se casan, en el trabajo dicen que son gays y no tienen problema... es un avance increíble que nos quieren quitar ahora, porque nada más que llega esa gentuza lo único que les importa es quitar la bandera gay y los derechos de la mujer.

Están en contra de los derechos del colectivo LGTBI+, pero luego se casan.

Eso es la hipocresía más grande: recurre el matrimonio el Partido Popular, se casa a los cuatro días Maroto y va toda la cúpula a la boda. Pero bueno, ¡si ellos tienen dentro para hacer el Ballet de España de flamenco! Por eso yo siempre digo que no puedo entender cómo puede haber homosexuales que voten a la derecha. No lo puedo entender, es tirarte piedras a ti mismo o es que eres masoquista.

Miguel Bosé, en ‘El hormiguero’, dijo aquello de que en el franquismo se vivía con mayor libertad que ahora.

Igual él sí que la tenía, pero nosotros no, porque yo en el franquismo he estado en todos los bares de ambiente de Madrid, que había un montón, y los grises hacían unas redadas de muerte. Eso no se lo creen ni ellos, aunque, seguramente, si los detenían entraban por una puerta y salían por otra, como pasaba en Bilbao.

Había homosexuales, como aquel cuyo padre fue el ingeniero que hizo el puente de Deustu, que era una loca de atar; otra que era una joyera y también era una loca de atar, pero tenía un tío obispo. Eran la más escandalosas, pero en la comisaría entraban por una puerta y salían por otra.

En los 50 ya decían que hubo una redada en el hotel Carlton con todos los hijos de familias poderosas de Bilbao, que los desterraron a Torremolinos y coincidí allí con ellos. Te quiero decir que no les pasaba nada.

Si quiere, seguimos con su recorrido vital. Su primera juventud fue muy movida.

Primero me fui, en el 65 o así, a Madrid, luego a Torremolinos, después a Barcelona, Sitges, Palma de Mallorca, Ibiza, a Düsseldorf, a Berlín en la época del Muro, luego a Londres...

Un irreconocible José Antonio Nielfa, en los 70 durante su participa- ción en el concurso de cantantes de Radio Ju- ventud en Eibar. Archivo personal de José Antonio Nielfa

¡Está muy viajado!

Estoy más viajado que el baúl de la Piqué. Luego toda América: Argentina, Perú, Chile, Brasil... Tengo casa en Buenos Aires.

¿Qué es lo que le ha empujado a ser cómo es?

Yo todo lo que he hecho ha sido por vivir y por ser yo como nací. ¿Y me voy a avergonzar de eso? Me podía haber escondido cuando lo hacían los demás, pero no me he escondido nunca.

Y llegamos al año 1979, un año crucial en su vida: en marzo, muere su madre, Fina; en agosto se hace famoso con el ‘Libérate’ en la segunda Aste Nagusia y en octubre de ese mismo año murió su amor, Jose. ¿Fue el principio de todo?

Ese año murieron mi madre y también mi pareja, tenía 25 años y cáncer de pulmón. No se me olvida nunca: mi madre se fue llevándome dentro y de una forma como diciendo: «¿Qué va a ser de ti? Cuida a tu padre». Y lo hice todo a la perfección, claro, todo lo que me pidió y fue como que ella me dejase ya organizado.

Además coincide con un momento suyo de bajón absoluto: personal pero también artístico, porque ya no pensaba que iba a tener éxito.

Cuando puse los bares en el Casco Viejo, yo ya me había retirado de la música. Cuando puse el Huomo [uno de los dos bares, junto a La Chufa, que tuvo en Barrenkale; tras las inundaciones del 85, subió al Ensanche, donde su local cerró las puertas en 2017], me puse un micro para cantar dentro de la barra.

Entonces hubo un periodista de ‘El Correo’ que dijo: ‘José Antonio Nielfa, el Julio Iglesias del Casco Viejo’. Eso fue antes de disfrazarme. En el bar cantaba el ‘Libérate’ y entonces los de Federico Ezkerra me dijeron: «¿por qué no haces un vídeo?». Fíjate, yo estaba en el valle del Losa, con mi pareja enferma, y aquí se montó el cristo y empezaron a decirme que tenía que actuar en directo. Aquello fue... jamás ha tenido un artista tanto éxito, con gente subida en los tejados, en el Arriaga, por los puentes... [hemos llegado al Arenal y nos muestra el lugar exacto donde, desde la txosna de Federico Ezkerra, cantó aquellas noches. Junto a la iglesia de San Nicolás, con todo el Arenal por delante].

Y yo estaba cantando y pensaba en mi padre, a ver qué iba a decir. Cuando bajo por las escaleras, estaba él con las hermanas de un restaurante que había en el Casco Viejo, las del Txoko Eder, y mi padre, como la madre de la Pantoja de feliz. Él lo sabía todo, pero nunca lo habíamos hablado, y luego ya me pedía discos para sus amigos.

Archivo personal de José Antonio Nielfa

¿Y la gente cómo reaccionó?

Me llevaban bajo palio, como a Franco. Los guardamokordos, que era un grupo que se llamaba así cuando empezaron las fiestas y, en las txosnas, se ocupaban de controlar el ambiente, me llevaban así, arriba [hace el gesto], porque no podía ni pasar.

De ahí, a grabar discos -ha sacado nada menos que 17-, a aparecer en ‘La muerte de Mikel’ (Imanol Uribe, 1984), a triunfar con el musical de Karraka ‘Bilbao Bilbao’, donde fue un don Diego López de Haro muy liberado... Por cierto, usted fue el primer cantante que fue a la cárcel de Basauri a cantar. He oído decir que casi le violan.

Sí, me empezaron a meter mano; claro, vestida de chica y con todo el hambre que pasaban, me metían mano por todos los sitios. Todo iba bien hasta que se fue la televisión, aunque menos mal que se quedó la prensa, porque si no...

¿De su repertorio, cuáles son sus canciones preferidas?

Normalmente me gustan más las serias que las de cachondeo. Boleros como ‘Cobarde’ (‘Más... Otxoa’, 1999), que es muy bonita [«Cobarde, que ante el insulto callaste. / Cobarde, que por no pelear fallaste. / Cobarde, que solo te crees valiente / cuando te encuentras borracho y estás frente a una mujer»] , y el ‘Libérate’.

Pelucón, maquillaje y tres pares de medias, más mucho descaro, son las tres claves del personaje La Otxoa. De- trás, un gran tímido de espíritu libre. Archivo personal de José Antonio Nielfa

Pero al ‘Libérate’ la cogió manía.

Sí, la quité del repertorio, pero tuve que retomarla porque me la pedían en todos los sitios. Ahora la que más que me gusta es ‘Sola en la ikastola’. Y también ‘Pásame el kalimotxo’ [«Hay muchos hombres que me buscan / pero yo paso / porque el que a mí me gusta / ni me hace caso. / Él se marchó con una rubia de Las Arenas, / porque tiene chaletes en las afueras. / Mami qué dolor, que dolor mamá, / pásame el kalimotxo para olvidar»], porque fuimos a Madalenas, a eso de que se echa la teja en la isla de Izaro, y las chavalillas, meando en el puerto sin bragas, a las 12 de la mañana con los kalimotxos y ¡las cogorzas que llevaban!

Algunas son hasta canción protesta sui géneris. Por ejemplo, ‘Sola en la ikastola’, que también es mi preferida [«Sola en la ikastola / Sin un bocadillo, ni una cocacola»].

Resulta que empezaron a liberar a los funcionarios para que aprendieran euskara, pero ¿y a los autónomos? No podemos dejar de trabajar... y me salió así. También me gusta ‘Vaselina’ [se arranca a cantar]: «La otra tarde fui al notario / Para hablarle de mi finca / Y al notarme tan inquieta / Casi se me puso encima / Porque cuando a mí me pica / Mucho se debe notar / Y es que tengo unos picores / Y ganas de gritar: / Rásqueme, rásqueme».