Porque la noche también es joven para los menos jóvenes
Cada noche la plaza Easo se convierte en la discoteca favorita para quienes se saben de memoria las letras de los grandes éxitos del siglo pasado. Posiblemente cualquier tiempo pasado fue mejor, pero estos tampoco están mal y lo importante son las ganas de divertirse.
Los fuegos artificiales, esa frontera, marcan un punto de inflexión en cada jornada de la Aste Nagusia donostiarra. Si las personas fueran cartas de una baraja, ese espectáculo de luces, humo y ruido sería el croupier, encargado de recoger los naipes dispersados sobre la mesa, barajear y volver a repartirlos por toda la ciudad.
Los menos afortunados pliegan velas y enfilan el camino a casa –el despertador no perdona al día siguiente–, mientras que otros ponen rumbo a conocidos escenarios como Sagües, los bares de lo Viejo, la Trini o el puerto.
Pero una cosa es que la noche sea joven, y otra que sea solo para los más jóvenes. Quienes peinan canas tienen una oferta en la plaza Easo, donde entre las 23.30 y las 2.00 suenan cada noche clásicos populares con varias décadas de vida.
La clave para detectar estos espectáculos es el uso de la palabra ‘orquesta’ en el nombre del grupo. Orquesta Rally Deluxe, Orquesta Agirren u Orquesta Ibai Berriak son algunos de los nombres que han pasado por el escenario en lo que llevamos de fiestas. Faltan aún Orquesta Stylo, esta noche, y Orquesta Tsunami, mañana viernes.
Pero que nadie espere violines, fagots o timbales. En estas verbenas ‘vintage’ suben cada noche al kiosko músicos y cantantes con más horas de vuelo que las gaviotas de la isla y que respaldados por una base pregrabada hacen las delicias de un público formado principalmente por parejas con las bodas de plata cumplidas, grupos principalmente de amigas y algunas familias con niños pequeños que buscan diversión en un entorno sin agobios.
Los artistas lo mismo se arrancan con un mix de Abba que entonan eso de ‘México lindo y querido’ o ponen al respetable a menear las caderas porque ‘me sube la bilirrubina’. «Esta canción ya tiene unos años», anuncian a modo de presentación, como si el resto fueran el último éxito de Spotify.
Ya lo dijo Goyo Jiménez
Los ritmos del ‘No rompas más mi pobre corazón’ de Coyote Dax certifican la veracidad de un célebre monólogo de Goyo Jiménez, ese que asegura que «a las mujeres les gusta bailar, a todas y con todas, haciendo coreografías». Paso atrás, paso adelante, vuelta y palmada.
Y uno, mientras emula a Sonia y Selena cantando que «yo quiero bailar, toda la noche», no puede dejar de preguntarse en qué momento canciones que eran lo último y sonaban en bares repletos de hormonas pasaron a ser carne de orquesta verbenera. Que en realidad viene a ser como preguntarse dónde quedó «nuestra alegre juventud», que diría Evaristo Páramos.
Raúl Fernando Lescano, ecuatoriano de 57 años afincado en Gipuzkoa desde hace décadas, es uno de los integrantes del trío Ibai Berriak, que lleva más de una década seguida sin faltar a su cita con la plaza Easo.
Canta y además toca la guitarra y la percusión. Cristina, de Lasarte-Oria, pone la voz femenina y Txema, de Irun, es el teclista. Llevan juntos 18 años, que se dice pronto, y aunque no se dedican profesionalmente a la música, tienen bolos prácticamente todas las semanas, entre fiestas, bodas y otros eventos. En verano el promedio se dispara.
«La semana pasada estuvimos en Zaragoza y Burgos, este martes en Vitoria, el miércoles en Donostia, el viernes en Gijón y el sábado en Estella», explica. Dependiendo del lugar, usan también el nombre de Tropicana Son.
Son muchas horas a bordo de una furgoneta, aunque «de Cantabria hacia allí –hacia el oeste– se lleva mucho el camión-escenario y no tenemos que llevar tanto equipo de sonido o luces, ahí cogemos el coche y lo montan todo ellos».
Extenso repertorio
Una de los principales activos de estos grupos es su flexibilidad. «Tenemos un amplio repertorio, unas 1.500 canciones, y nos acomodamos, dependiendo de dónde estemos. Por ejemplo, hace un mes estuvimos en Asteasu, y allí nos piden música un poquito más fuerte y en euskera. En otros sitios tenemos contratos para dar conciertos para los más mayores, y ahí tocas más pasodobles o rancheras, aunque también ese público ha evolucionado y metemos bachata, merengue, salsa…».
Tantos años de escenario dan para infinidad de anécdotas, en su mayoría «positivas. Una vez fuimos a un pueblo pequeño cerca de Huesca, llegamos allí y no había un alma. Vino el alcalde y nos dijo que ‘ayer hubo aquí una fiesta, se emborrachó todo el mundo y creo que hoy no vendrá nadie’. Nosotros pensábamos que si empezábamos a tocar alguno se asomaría, pero olvídate, ni uno. En la vida nos había pasado. Nosotros teníamos que cumplir, así que a tocar».
«A las doce de la noche apareció una chica, que luego me dijeron que era la hija del alcalde, y nos pidió que bajáramos el volumen porque la gente estaba durmiendo. Nosotros seguimos, terminamos a la hora que teníamos que terminar y punto», rememora entre risas.