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Fotografías: Samuel Nacar

Viaje al mayor cementerio del mundo, el compromiso vasco en el Open Arms


El pasado 1 de julio, el Open Arms se embarcó en su misión 101 hacia el Mediterráneo central. Esta ruta está considerada como la más mortal del mundo, con más de 20.000 muertes conocidas desde el año 2014. Erri, Maitane, Jaime, Xabi y Víctor formaron parte de su tripulación.

FER: «Open Arms, Open Arms, para FER».

Puente del Open Arms (a partir de ahora OA): «Adelante FER» .

FER: «Acabamos de encontrar dos embarcaciones con gente».

OA: «Vale, por favor, pasad la posición».

Ricardo Barriuso, capitán del Open Arms, corta la comunicación con FER sorprendido, y exclama en el puente: «¿Dos?»

FER: «Vale, te paso la posición, tenemos al colibrí volando por encima nuestro. Anoten la posición, 35 grados 14´1 minutos norte. Tenemos dos embarcaciones, y una parece tener mucha gente».

OA: «FER, FER para Open Arms, ¿me copias?».

FER, FER: «Sí, te recibo. Tenemos cuarenta personas en esta embarcación metálica súper precaria. De las cuarenta, cuatro son mujeres».

Ricardo Barriuso cambiando el rumbo del Open Arms en dirección a Lampedusa. Al fondo, plataformas petroleras a escasas 30 millas de la costa Libia.

A escasos 100 metros en el mar, ECHO1, la otra lancha de rescate, está recopilando información sobre la otra patera.

«Please, sit down, everybody sit, anyone speaks english».

Intentan comunicarse con las personas de la embarcación. Es tan precaria que una sola persona levantada podría desestabilizarla. Al igual que la embarcación anterior, también está compuesta de planchas de metal soldadas, y ya ha empezado a entrar agua.

«Maitane, tenemos a 41 personas, cinco de ellas mujeres», le dice Jaime, el socorrista 1 de la ECHO1 a Maitane, la patrona de la lancha, quien establece la comunicación con OA.

ECHO 1: «Open Arms, Open Arms para ECHO 1».

OA: «Adelante ECHO 1».

ECHO 1: «En esta embarcación tenemos a 41 personas, cinco de ellas mujeres, dos embarazadas y un bebé».

OA: «¿Me puedes decir un poco cómo es la embarcación?».

ECHO1: «Exactamente la misma de metal, precaria».

OA: «Okey, recibido, podéis empezar a repartir chalecos».

ECHO1: «Nos dicen que la mujer embarazada necesita un médico».

OA: «Okey, vamos en camino».

Mut mira el puerto, ya en Italia, tras haber sido rescatado en Brindisi.

Este es un fragmento de las conversaciones que tuvieron lugar el pasado 6 de julio a las tres de la tarde. Las conversaciones en cursiva fueron realizadas por radio entre las dos barcas de rescate y el barco Open Arms. Este remolcador bilbaino, que tiene 54 años, es demasiado lento para realizar el primer acercamiento a la emergencia. Por eso, a pocas millas, se sueltan las dos barcas de rescate, FER y ECHO 1, con los socorristas, para que vayan a localizar y asegurar las embarcaciones en ‘distress’.

En el puente de mando está Ricardo Barriuso, aunque todo el mundo lo llama Erri. Es el capitán del Open Arms desde las navidades del 2022. Barriuso nunca hubiera imaginado que sería el responsable de toda la embarcación. De hecho, aunque siempre se había dedicado al mar, durante años estuvo trabajando en yates de lujo donde, por ejemplo, si se terminaba el hielo era un drama. Pero ahí estaba coordinando una operación de rescate desde el puente del barco.

A las 4:30 de la mañana de ese mismo día, la misión 101 recibió el primer aviso de ‘distress’. Cuando una embarcación o persona se encuentra en ese estado de angustia y estrés en el mar, significa que están en una situación crítica y necesitan asistencia inmediata o están en peligro. Esa vez, se trataba de una barca de madera con más de cien personas a bordo. Erri había puesto al Open Arms rumbo a la zona que separa Túnez de Lampedusa, enfrente de la ciudad costera de Sfax. Habíamos dejado el Vesubio, cruzado el estrecho de Messina, superado Sicilia y habíamos estado patrullando a escasas 30 millas de la costa libia durante los últimos dos días.

Jaime mira a Teo, un menor no acompañado de 12 años tras ser desembarcado por las autoridades italianas.

Con la nueva ley de Giorgia Meloni, a los barcos de rescate se les dan puertos lo más al norte posible de la bota italiana. El último puerto había sido en Livorno, lo que implica cuatro días de navegación desde la zona SAR. Pero la misión 101 salió de Nápoles. Desde que llegó al poder la presidenta de Italia, ha empezado una estrategia de desgaste hacia las ONGs, dificultándoles las tareas de rescate para que no puedan operar fácilmente en aguas italianas.

El Mediterráneo central es muy amplio y la coordinación con los otros barcos de rescate es continua y acompasada. Hasta ahora se repartían en tres zonas, todas ellas enfrente de la costa Libia: la zona SAR 1, la 2 y la 3. Nosotros íbamos a la zona SAR 1; el Ocean Viking acababa de rescatar y estaba subiendo a puerto italiano. Esa zona se quedaba sin ninguna ONG. La necesidad de estar allí se explica porque la realidad en el país libio es un auténtico infierno. Hablamos de torturas, esclavitud y muerte constante.

Esclavos modernos

«Somos esclavos, esclavos modernos porque ya no solo no nos pagan por trabajar y nos venden entre las mafias, sino que a través de la violencia que ejercen contra nosotros nos sacan dinero que pedimos a nuestras familias», explicaba Mut, un sudanés que había pasado tres años en Libia y había escapado a Túnez. «Lo que nos están haciendo pasará a los libros de historia. La barbaridad que estamos sufriendo los migrantes, independientemente de nuestro color de piel, pasará a los libros de historia», nos reitera días después de haber sido rescatado.

Por eso, las ONGs se sitúan enfrente de la zona SAR libia porque con la financiación europea, los guardacostas libios interceptan las pateras que salen y las devuelven a Libia.

Segunda embarcación rescatada por el Open Arms, con 14 personas a bordo todas de origen tunecino.

-«Un barco, veo un barco»- grita Davide desde el carajo, el otro periodista a bordo, durante su turno de guardia.

-«Puedes ubicarlo, no pierdas la posición»-, le contesta Erri.

-«Sí, a nuestras once»-, dice. Y es que para referenciar las coordenadas en el mar se utilizan las horas, cogiendo como referencia que la proa son las doce y así sucesivamente.

-«Toma, coge un walkie y no lo pierdas» - le sugiere Erri, que ya está cambiando el rumbo. Son las 8 de la mañana del día 4 de Julio, dos días antes de los rescates, y seguimos en la zona SAR libia.

Conforme nos vamos aproximando, nos damos cuenta de que esa embarcación de chapa está vacía; aún así, nos acercamos lentamente para ver si está marcada. Las ONGs, cuando rescatan un barco, marcan con spray la fecha y la ONG que lo ha rescatado, ya que todos esos barcos terminarán quedándose en el mar y así el resto sabe qué ha pasado con esa embarcación.

Esta embarcación no está marcada y entonces las opciones se reducen a que haya sido rescatada por la Guardia costera italiana y que la deriva de la barca la haya acercado a la zona SAR libia, o lo que nadie quiere, que hayan sido interceptados por los guardacostas libios. En los siguientes días, terminaremos encontrándonos tres embarcaciones más vacías; el Mediterráneo es un cementerio de barcos abandonados.

El mar es una balsa de aceite y el tiempo es perfecto, pero no entran avisos. Bueno, sí que entran, en lo que llevamos de día han entrado más de 40 avisos de embarcaciones con problemas entre Túnez y Lampedusa, pero nosotros estamos a más de 120 millas, o lo que es lo mismo, diez horas de navegación. Por eso, Erri y Esther, la jefa de misión, deciden que esperarán a la noche y, si no llega ningún aviso por esta zona, pondrán rumbo a Lampedusa. Ambos saben que no es su zona y que, además, si continúa habiendo el mismo número de barcas, será una situación complicada de gestionar. Pero algo está pasando; no es normal que no haya una sola embarcación con las buenas condiciones meteorológicas que hay allí.

En esos días, las informaciones que llegaban desde la costa tunecina eran que la policía y los militares estaban haciendo redadas por color de piel en ciudades cercanas a la costa y expulsando a los migrantes al desierto, dejándoles sin agua y sin comida en medio del Sáhara en la frontera con Libia. Por otro lado, la Unión Europea estaba negociando un acuerdo con el presidente de Túnez, Kais Said, que había ordenado en marzo a las fuerzas de seguridad tomar medidas urgentes contra las ‘hordas’ de migrantes subsaharianos. «Las fuerzas de seguridad tunecinas han llevado a cabo en las últimas semanas expulsiones forzadas desde hasta 700 migrantes y solicitantes de asilo subsaharinas», explicaba la última nota de EFE desde Túnez. Según los testimonios de ONGs, estas personas fueron detenidas en redadas masivas tras el allanamiento de sus domicilios, les agredieron físicamente y rompieron sus teléfonos. Algunos entrevistados aseguraron que varias personas habían muerto o habían sido asesinadas.

Durante el trayecto a la zona SAR libia, el Open Arms encontró esta embarcación de metal sin marcar abandonada en medio del Mediterráneo. Dentro estaban algunas de las pertenencias de la gente que había sido interceptada.

1.200 personas al día

«La gente termina saliendo cuando el tiempo es bueno, no les importa que haya barcos de rescate o no. Ha sido muy extraño, pero en principio no había salidas de Libia», explica Erri. «En dos días y medio habíamos llegado a la zona SAR libia y el alcance de la radio es muy largo. Escuchábamos muchos avisos entre Lampedusa y no entendíamos qué estaba pasando. ¿Se ha creado una ruta? ¿Una ruta masiva? No es normal tener seis barcas a la vista». Lo que el Open Arms estaba viviendo era lo que parece será la tónica de todo el verano: una nueva ruta abierta con casi 1.200 llegadas a Lampedusa en un solo día.

Por eso, el 6 de Julio a las 4:47 de la mañana, cuando recibieron el email de Alarm Phone donde se hablaba de una embarcación de 100 personas en “distress”, se dirigieron hacia allí. Eran las 7:30 de la mañana cuando las lanchas de rescate tocaron el agua. El rescate fue tranquilo; el agua parecía aceite y, a pesar de llevar dos días viajando, en general las personas estaban bien. Terminado ese rescate, llegó la segunda. Eran las 9 de la mañana, y había catorce personas en una pequeña barquita de pescadores.

-«¿En serio esa barca ha llegado hasta aquí?»-, pregunta Jaime. Aunque ahora es bombero, durante años estuvo trabajando como socorrista en las playas de Zarautz.

-«Sí, son 15 también»-, contesta Maitane, la patrona de la Echo 1. Es medio catalana medio vasca, aunque desde hace unos años vive en Bilbo donde empezó su lucha política.

-«Una vez, cerca de Lampedusa, vimos una lancha en la que iban cinco personas a la misma velocidad que nosotros: 'hey, ¿nos tiráis una al agua?' nos dijeron»-, comenta entre bromas -«luego ya me di cuenta de que eso no era la normalidad»- afirma Maitane.

Training de primeros auxilios en la popa del Open Arms. Junto al muñeco de pruebas están Xabi y Jaime, que participan con el resto del equipo de la misión.

Ellos son parte del equipo de la Echo 1. En 2015, con 26 años, cuando Jaime estaba trabajando en la playa de Zarautz, empezó a escuchar la historia de unos socorristas catalanes que estaban en Lesbos. «Yo siempre entendí que eran las autoridades quienes se encargaban de eso, pero apareció la foto de Aylan y nos enteramos de que más socorristas independientes estaban allí. Yo no sabía ni de ese problema ni de la magnitud, ni de que nosotros como socorristas pudiéramos aportar algo. Entonces, una noche cenando en Zarautz, decidimos coger el vuelo sin saber todavía cuál era el problema. Cogimos nuestros neoprenos y nuestras aletas, y llegamos a Lesbos». Así empezó su trabajo ayudando en la crisis migratoria.

- «Hoy es 6, ¿no?, miércoles, ¿no?»-, dice Maitane, mientras espera indicaciones del puente. «¿Y tienes hora?»

Cuando se asiste a una embarcación, todo es coordinado desde el Puente donde está Erri, que a su vez tiene que esperar indicaciones de MRCC Roma (Maritime Rescue Coordination Centres) que son los que deciden si se asiste a la embarcación o les dan permiso para embarcarlos en el Open Arms.

-Son las 9-, dice Jaime.

-Joder, yo creía que eran las 11 ya-, contesta ella. Es julio, y el Mediterráneo está en plena ola de calor; Argelia llegará a los 47 grados. Aunque solo sean las 9, en medio del mar no hay una sola sombra.

-¿Los vamos a embarcar?-, pregunta Jaime.

-La putada es que si los embarcamos, ya nos vamos a puerto-, se lamenta Maitane. Sabe que hay más embarcaciones y que tras este rescate es probable que nos den un puerto en el norte de Italia.

Jaime: Ya.

Maitane: Pero bueno de camino barremos, barremos un montón. Aunque cojamos a estos, o nos tienen esperando la guardia costera o nos vamos ya hacia el puerto.

Dentro de los equipos de socorristas de las dos RIB, Maitane es la única mujer. Ella es la patrona, o sea la responsable de la embarcación. Y para ella, ser mujer dentro del Open Arms es parte de su lucha feminista porque las posiciones de rescate están muy masculinizadas. Está contratada y, cuando no está en el Open Arms, se pasa el día dando vueltas por los espacios naturales de Euskal Herria. Su sueño es comprarse una furgoneta y vivir en ella cuando esté en tierra.

Tras el rescate de esta segunda embarcación, y con 114 personas a bordo, el Open Arms espera porque MRCC Roma le tiene que destinar puerto. Son las 13:45 y la tripulación lleva más de siete horas rescatando. Tan solo una hora más tarde, MRCC Roma no solo no nos da puerto, sino que nos pide que acudamos a otro rescate. Está a escasas millas de nuestra posición actual y enseguida se tiran las RIBs al agua.

Víctor le quita el chaleco a uno de los menores rescatados.

Xabi López tiene 21 años y va en la FER uno. Es uno de los mejores surfistas de olas XXL del planeta. Aunque viaja por el mundo surfeando las olas más grandes y peligrosas, sigue trabajando como socorrista en la playa de Zarautz. «Siento que he venido a este mundo a ayudar y puedo hacer rescates que no todo el mundo puede hacer, porque funciono muy bien bajo estrés».

Jaime y él son muy buenos amigos, de hecho en el barco son un pack indivisible. Se conocieron dando clases de socorrismo con motos de agua a bomberos, pero siempre tuvieron claro que querían venir a una de estas misiones juntos. «El momento en que vimos la primera patera metálica con el flanco bordo tan bajo, a más de cien millas de la costa, me quedé en shock, porque subirse a esa barca es como estar jugando a la ruleta rusa con tu vida», me explicó días después. Era el tercer rescate del día.

-Mati, Mati, veo dos, veo dos-, le dice Xabi al patrón de FER. Hacía unos minutos que estábamos en el agua, y nos dirigíamos a las coordenadas que nos había dado MRCC Roma.

-Son dos, dos. De metal, creo-, decía Xabi mientras Matías conducía a toda velocidad en medio del mar. Efectivamente eran dos.

FER: «Open Arms, Open Arms, para FER».

OA: «Adelante FER».

FER: «Acabamos de encontrar dos embarcaciones con gente».

Durante el resto de la tarde fueron apareciendo embarcaciones; un total de siete en las mismas coordenadas. Todas de metal.

-¡Pero has visto cómo van!, si hay olas entrará el agua por la borda. Qué hijos de puta, cómo pueden meterlos ahí, cómo pueden viajar ahí-, dice Xabi mientras esperamos órdenes para seguir subiendo a la gente rescatada al Open Arms.

En el mar estábamos nosotros, un barco de rescate de la Guardia costera, las siete embarcaciones de metal y varios pesqueros esperando a que terminaran los rescates para recoger los motores y llevarlos otra vez a tierra. En el cielo, el colibrí, una avioneta de voluntarios que ayuda en las tareas de rescate, y una avioneta de la Guardia costera. Ese día, 1.200 personas llegaron a Lampedusa.

El Open Arms, por orden de MRCC Roma, embarcó 299 personas. Si subíamos a más de 300, nos tenían que dar un puerto en Lampedusa a escasas millas y eso facilitaba que volviéramos a la zona de rescate. Pero con las nuevas directrices de Meloni nos dieron Brindisi, a dos días de navegación. Llevábamos más de 17 horas de rescate y ya se nos había echado la noche oscura encima. Erri, con 186 hombres a bordo, 90 menores y 23 mujeres, estaba preocupado porque no viéramos alguna de las barcas que se habían quedado abandonadas y no tuviera tiempo de esquivarla.

El equipo del Open Arms por la noche en el comedor del barco antes de zarpar.

En la popa, la gente ya dormía y Víctor nos había dejado la cena hecha. Al igual que Erri, Maitane, Xabi o Jaime, al igual que todos, a la realidad uno llega chocando de bruces contra ella. Víctor, aunque en el barco todo el mundo lo llama ‘Osaba’, tiene 67 años, es de Plentzia, y antes trabajaba como profesor de conducción, aunque ahora ya está jubilado. «Hasta que aguante, si puedo hacer una misión o dos al año, las haré».

El puesto perfecto

Como todos, llegó por casualidad a colaborar con Open Arms. Junto a un amigo de Barakaldo, al que le preguntó si podría ir, tacharon de la lista todo aquello que él no podía hacer: socorrista, médico, patrón, maquinista, hasta que dieron con el puesto perfecto, cocinero. Él podría hacer eso. Esas tortillas… no le gana nadie. Pocas semanas después, la encargada de los voluntarios le llamó, «oye, que tengo una misión». Víctor entró en pánico, no quería ni coger el teléfono, ¿qué iba a hacer él en un barco de rescate? Tuvo que decir que no, pero a las semanas le volvieron a ofrecer otra misión, esta vez era con doce eurodiputados que iban a bordo del Astral a ver qué sucedía en el Mediterráneo.

«Por las noches, la conversación siempre era la misma: ‘esto lo tenemos que denunciar, tenemos que arreglar esto…’ porque claro, ellos estaban allí y estaban hablando como si esto fuera una cosa inimaginable y que ahora que lo habían visto lo iban a arreglar. De está misión hace ya seis años y solo ha ido a peor». Afirma tristemente que en algún punto creyó que esas palabras eran verdad. «Tú coges el periódico y lees, `20 muertos en el Mediterráneo, 40, 400 en un pesquero´, pero en el momento en que pasas la hoja, esa noticia pasa, pasa con la hoja. Pero al vivirlo, queda para siempre».

Víctor guarda estas experiencias como si fueran oro en su memoria; mucha gente le pregunta: «¿Si tienes la vida ya resuelta, por qué vienes? ¿Si ya estás jubilado...?» Pero para él hay una fuerza superior, a pesar de que se define a sí mismo como ‘Artaburu’, quizás es esa necesidad de dejarles un mundo mejor a sus nietos o al menos contarles que él ha hecho lo que ha podido por mejorarlo.

Por eso, cada mañana mientras volvíamos a Brindisi, saltándose todas las reglas, Víctor les preparaba sandwiches con tortilla francesa a los rescatados más pequeños. A pesar de que por falta de víveres para el resto de rescatados, eso podría acabar en motín, no darles sandwiches con mermelada y chocolates a Houdou de cinco años, a Teo de doce que viajaba solo, o Ariel de seis años - los pequeños rescatados en la misión 101- era algo que estaba por encima de sus fuerzas.

«A mis nietos no les cuento nada, son muy pequeños, pero tengo un álbum y algún día les diré: aquí estuvo el aitite, mira, rescaté a estos niños, les daba de comer, les daba yogur. Porque cuando esto salga, que saldrá, yo les podré mirar y decir yo estaba en este lado de la historia».