«Hemos retrocedido en el respeto a las víctimas del golpe cívico-militar»
Cecilia Bottai, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile, fue detenida en 1975 y llevada a Villa Grimaldi, donde fue torturada junto a su marido. A su regreso del exilio se centraron en recuperar Villa Grimaldi como lugar de memoria y denunciar los crímenes de la dictadura.
Cecilia Bottai, de profesión cirujano dentista, se unió al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) un mes antes del golpe de Estado de Augusto Pinochet del 11 de septiembre de 1973. En mayo de 1974 conoció a quien sería su esposo, Patricio Bustos, en una cita secreta que había preparado el MIR, que les encomendó la misión de organizar una clínica clandestina.
El 16 de septiembre de 1975 fue detenida y llevada al centro de tortura Villa Grimaldi, adonde ya habían llevado a Bustos seis días antes. Estaba embarazada de dos meses. Abortó a causa de las torturas y de las descargas eléctricas en la vagina.
«‘Para la guagüita’, me dijeron. Nunca imaginé que podían llegar a ese extremo», rememora en entrevista a GARA con motivo del 50 aniversario del derrocamiento de Salvador Allende.
¿Cómo ha vivido este 50 aniversario?
Jamás pensé que 50 años después íbamos a llegar al negacionismo actual. Hemos retrocedido en el respeto a las víctimas del golpe cívico-militar. Las heridas que nunca se han cicatrizado totalmente se han vuelto a abrir. La situación no es fácil, por eso es importante seguir denunciando y educando. El ‘nunca más’ significa mantener la memoria activa, no olvidar lo que ocurrió. La derecha quiere hacer borrón y cuenta nueva, y decir que aquí no pasó nada.
¿Qué representa para usted la figura de Salvador Allende?
Una esperanza muy grande. Nacionalizó el cobre y otras muchas cosas que los chilenos a día de hoy tienen olvidadas. Dio mucho por el pueblo y entregó su vida por él, y eso no se puede olvidar nunca.
Un mes antes del golpe entró a militar en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria.
Para entonces ya se sabía que se venía un golpe de Estado. Empecé a militar porque veía en el MIR una alternativa para Chile y una vía para luchar contra una dictadura que veíamos venir. Estuve casi dos años en la clandestinidad. Soñábamos con una sociedad mejor, con justicia, con derecho al trabajo, a una vivienda, salud y educación. Fue un tiempo de trabajo y de solidaridad. Hicimos todo el esfuerzo para que la dictadura no siguiera adelante. Lamentablemente, duró mucho tiempo.
¿Qué significa Villa Grimaldi?
Es un lugar de memoria viva. Es el primer sitio de memoria que se recuperó en América Latina. Los ciudadanos se pueden informar en el mismo lugar en que sucedieron los hechos. Lo que los torturadores lamentan es habernos dejado vivos. En una entrevista a un canal de Miami en 1995, Osvaldo Romo dijo lo siguiente: ‘Yo no dejaría periquito vivo. Fue un error de la DINA. Yo siempre le discutía a mi general que no tenía que dejar a ninguna persona viva, que no las dejara en libertad. Mire usted, ahí están las consecuencias’.
En medio de la tortura, tejieron lazos de solidaridad.
Así es. Entre las compañeras y compañeros hubo mucha solidaridad, siempre estábamos pendientes de quién llegaba, de sus nombres… la primera persona que salía se llevaba todos los nombres y avisaba.
Los hombres pasaban por nuestra pieza para ir al baño, momento que aprovechaba para hablar con mi marido, Patricio, quien me daba mensajes. Apenas pude caminar, me ofrecí para servir la comida en Villa Grimaldi.
Sabía, por ejemplo, dónde estaba Jorge Fuentes Alarcón, detenido en la Operación Cóndor. Estaba en una celda tan pequeña que no podía ponerse de pie ni estirar las piernas. Le habían rapado y tenía amarradas las manos y los tobillos con cadenas. La celda también estaba cerrada con candado.
En dos ocasiones logré que me dieran la llave y pude llevarle la comida y los mensajes que me había dado Patricio. Él trató de hablarme pero lo paré porque me di cuenta de que el guardia se estaba acercando.
En otra ocasión, me acerqué a otro compañero que estaba en la oficina de la guardia. Le puse una venda mía que tenía unos hoyitos por los cuales se podía ver bastante bien. Traté de sacarle sus datos. Esa era una forma permanente de solidaridad para saber de los otros.
«Hay que liberar los testimonios Valech y terminar con el pacto de silencio de las Fuerzas Armadas para encontrar a los más de mil detenidos que siguen»
Una vez escuchamos a un niño muy pequeño llorando. Le pedí a la guardia que me lo pasara, que nosotras lo podíamos calmar. Tenía dos años. Hicimos todo lo posible para consolarlo, pero toda forma de consuelo fue en vano. A ese niño, que se llama Marcelo Benegas y fue llevado a Villa Grimaldi junto a su padre y su abuela detenidos, lo conocí muchos años después, ya de adulto, cuando vino a Chile.
¿Cómo fue aquel encuentro?
Nos vimos un 17 de febrero, día de mi cumpleaños. Viajó con sus hijas desde EEUU. Jamás pensé que un día iba a poder saber de ese niño. Fue un abrazo emocionante.
Usted vio la cara de sus torturadores, entre ellos, Miguel Krassnoff y Osvaldo Romo.
En una oportunidad, Osvaldo Romo me sacó de la pieza donde estábamos las mujeres. Había una especie de escalinata. Me hizo sentar y me ordenó que me bajara la venda. Entonces me la bajo. Sabía que cuando uno ve la cara a los torturadores no sale viva. Me dice: ‘Pongamos las cartas sobre la mesa’. ‘¿Qué cartas? Yo no tengo ninguna’, le contesto. ‘Quiero saber si usted me reconoce’, a lo que le contesté afirmativamente. Después de eso, desapareció de Villa Grimaldi.
«Lo primero que hicieron cuando les dije que estaba embarazada fue ponerme corriente eléctrica en la vagina y textualmente dijeron ‘para la guagüita [en alusión al futuro bebé]’»
En otra ocasión, vi la cara de Miguel Krassnoff. Estaba cansada de que me torturaran. Pedí que me bajaran la venda. Los torturadores le dijeron a alguien que estaba ahí que quería que me bajaran la venda. ‘¿Y por qué?’, me preguntó ese alguien. ‘Porque no tengo nada que decir’, respondí. Todas las personas que estaban ahí se fueron salvo uno, que me bajó la venda y me sonrió cuando le miré a la cara. Me quedó grabada su imagen.
A su regreso a Chile del exilio, tuvo un careo con Marcelo Luis Manuel Moren Brito, otro de sus torturadores.
En ese primer careo con torturadores estábamos cinco compañeros, entre ellos, mi esposo Patricio. Esa mañana había mucho movimiento y tardaban en hacernos pasar. Cuando entré al careo acompañada por una ministra, parecía que él era la víctima. Viendo esa situación, dije que no me prestaba a esa farsa y que la víctima era yo y no Moren Brito, uno de los grandes torturadores de Villa Grimaldi. Estaba por irme de la sala cuando la ministra me pidió varias veces que me sentara.
Al final, me quedé. La ministra le ordenó al procurador que rompiera todas las páginas escritas hasta ese momento porque íbamos a empezar de nuevo. El careo dio un giro. Días después me encontré con esta ministra, que me confesó que antes de que yo entrara había sido amenazada por lo que era la DINA.
Esos primeros careos en Chile no fueron fáciles. Teníamos el teléfono intervenido. Incluso a mi consulta venían personas extrañas que se hacían pasar por pacientes. Fue un tiempo muy complicado, sobre todo, cuando hacías declaraciones públicas.
La represión de la DINA también golpeó a su familia.
La DINA entró y salió cuantas veces quiso de la casa de mi madre, de la que me había ido en febrero de 1974. Entré en clandestinidad en abril de ese año y en mayo conocí a quien sería mi esposo en un punto de contacto que nos hizo el MIR para poner en marcha una clínica clandestina.
En septiembre de 1974 llega la DINA a la casa de mi madre, y como no me encontraron se llevaron a mi hermana que estaba embarazada de cinco meses, a su hija de cuatro años, a mi cuñado y a un primo. Devolvieron a la niña a mi madre. A los pocos días, liberaron a mi hermana y a mi primo, pero la volvieron a detener.
«Mi madre se opuso. Entonces se la llevaron con otra hermana. Las torturaron una frente a la otra. Les preguntaban dónde estaba»
A través de una compañera con la que yo trabajaba clandestinamente pedí ayuda a la Cruz Roja, que logró que a mi hermana le dieran arresto domiciliario para tener a su hijo.
A los días de su nacimiento, Osvaldo Romo y otros torturadores se presentaron en casa para llevársela con el bebé. Mi madre se opuso. Entonces se la llevaron con otra hermana, Carmen. Las torturaron una frente a la otra. Es muy duro para una madre ver cómo torturan a una hija, y para una hija ver cómo torturan a su madre. Les preguntaban dónde estaba. Ellas no lo sabían. Cuando lo supe, pensé en entregarme, pero si lo hacía las iban a terminar matando delante de mí. No era la solución.
Al cabo de unos diez días, las dejaron cerca de casa en muy mal estado. Como mi familia es de origen italiano, personal de la Embajada se acercó hasta la casa y vio cómo estaban. La representante de la Embajada les pidió que estuvieran preparadas solo con lo puesto para cuando volviera. Mi madre y mi hermana Carmen se quedaron en Italia como repatriadas, mientras que mi hermana con la niña y el bebé se marchó a Alemania.
Durante ocho años, mi madre pidió volver a Chile para visitar a su familia pero toda petición le fue denegada. Cuando una de sus hermanas le llamó para comunicarle que le habían dado permiso para visitarlas, se le subió la presión de la emoción y se le reventó el aneurisma cerebral que tenía. Esto le provocó una hemorragia cerebral y quedó postrada en una cama con el lado derecho paralizado.
¿Qué secuelas deja la tortura?
El daño psicológico y físico es grande. No queda solo en uno mismo, sino en nuestras familias, amigos. Muchos torturados han muerto de cáncer.
Cuando me detuvieron tenía miedo de decir que estaba embarazada. Siempre que te torturaban te tenías que desnudar, te tiraban en un catre metálico, al que te amarraban de pies y manos. En una de esas sesiones, se dan cuenta de que hay una gota de sangre en la braga. Entonces es cuando les digo que estoy embarazada. Lo primero que hicieron fue ponerme corriente eléctrica en la vagina y, textualmente, dijeron: ‘Para la guagüita’.
Lo tenía enfrente. Veía que lo disfrutaba. Yo amarrada de pies y manos, sin poder defenderla o defenderlo. Nunca imaginé que podían llegar a ese extremo.
Mis hijos de una u otra forma han tenido que vivir con esta historia; me duele que tengan que escuchar tanto, aunque es necesario que todo esto se sepa.
De haber sido elegido presidente, lo primero que hubiera hecho José Antonio Kast es liberar a mis torturadores, a los de mi familia… Eso te golpea aún más, porque no puedes convivir con criminales de lesa humanidad libres.
El Gobierno de Gabriel Boric ha propuesto levantar parcialmente y voluntariamente el secreto de los testimonios ante la Comisión de Prisión Política y Tortura, conocida como Comisión Valech.
Cuando fuimos a testimoniar en la lista Valech no había restricción por 50 años. Eso es muy importante decirlo y lo están ocultando. Cuando el presidente Ricardo Lago anunció que estaba terminada, estábamos en Villa Grimaldi. Habló primero de una pequeña indemnización mensual, que jamás se ha actualizado. Después, anunció la restricción por 50 años de estos testimonios. A nosotros no se nos preguntó. No estuvimos de acuerdo. Fue una decisión política.
«Esos primeros careos en Chile no fueron fáciles. Fue un tiempo muy complicado, sobre todo, cuando hacías declaraciones públicas»
Respeto a quienes no quieren que se abra su testimonio, pero les pido que, al menos, le den a la Justicia lo que necesita para poder juzgar a los culpables. Nosotros nos estamos muriendo y ellos también. Hay que liberar voluntariamente los testimonios Valech y terminar con el pacto de silencio de las Fuerzas Armadas para encontrar a los más de mil detenidos que siguen desaparecidos. Es deber del Estado buscarlos y entregarlos a los familiares.
Según un sondeo de la consultora Pulso Ciudadano, cuatro de cada diez chilenos no cree que Pinochet fuera un dictador. ¿Qué factores han impulsado el auge del negacionismo en Chile?
La impunidad y la falta de justicia. En el 70% de los casos de detenidos, desaparecidos y ejecutados no ha habido condena. Solo en un 26% ha habido justicia. Los torturadores se están muriendo sin haber sido juzgados. Nos ayudaría un poquito que hubiera leyes que prohibieran el negacionismo como en Alemania con el holocausto.
Los medios de comunicación también han jugado un rol fundamental en el auge de este negacionismo.
La desclasificación de archivos de EEUU corrobora que el golpe venía de antes de que Allende fuera electo. Durante su Gobierno hicieron todo lo posible para justificar la golpe. Lo tenían decidido. Después del 11 de setiembre apareció todo lo que no había hasta ese momento, las tiendas se volvieron a llenar de productos que escaseaban.
Hay que seguir luchando contra el negacionismo porque sigue habiendo un porcentaje, no bajo, de desconocimiento de la verdad. No nos podemos quedar en la tristeza sin hacer nada. Hay que seguir promoviendo la verdad, la justicia y ayudando a las personas que han sufrido violaciones de derechos humanos, antes y ahora.