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Un brillante cineasta de bolsillo

Robin Campillo. (WIKIMEDIA)

Robin Campillo (1962) es un cineasta inquieto y plural, en todos los sentidos. Su filmografía ha mirado de frente los conflictos que hacen de bisagra entre aquello que hacemos para nosotros y la energía invertida (y recibida) en cualquier lucha colectiva. El francés entoma dilemas desde una posición personalísima, a veces sin respuestas.

‘La isla roja’, que compite por la Concha, es declaradamente autobiográfica: hijo de militar, Campillo nace en Marruecos, aunque su familia es trasladada entre bases regularmente. A los nueve años descubre ‘Alphaville’ de Jean-Luc Godard en un cine del ejército en Madagascar. La película es abucheada por los asistentes, pero él queda fascinado. Cinéfilo empedernido y completamente omnívoro, fan de Jacques Demy y Mario Bava, en 1983 se matricula en el Instituto de Estudios Avanzados de Cine (hoy La fémis, en Paris).

Pero eran los ochenta, y el cine podía esperar. Tras la graduación, Campillo se toma un largo paréntesis para dedicarse a la lucha contra el sida, como parte del grupo ACT UP. No es hasta mediados de los noventa que vuelve a fijarse en el mundillo de las películas. Entonces, inicia una larga y fructífera colaboración con Laurent Cantet como coguionista y montador. Con él, coescribe y produce ‘Recursos humanos’ (1997), ‘El empleo del tiempo’ (2001), ‘Hacia el sur’ (2005) y la ya icónica ‘La clase’, ganadora de la Palma de Oro en 2008.

En su faceta de asesor de guiones, ha trabajado con Rebecca Zlotowski en ‘Planetarium’ (ese drama con fantasmas y Natalie Portman y Lily Rose-Depp por hermanas), con Alice Winocour en ‘El protector’ (un thriller de acción protagonizado por Matthias Schoenaerts) y con Ursula Meier en ‘La línea’, con Valeria Bruni Tedeschi. En cualquier producción, el nombre de Campillo –como el de Louis Garrel– asegura calidad y gancho.

Antes de ‘La isla roja’, ha dirigido tres películas: ‘La resurrección de los muertos’, una atípica historia de zombis con fondo social y político, en la que se plantea qué pasaría si los fallecidos de los últimos diez años volviesen a la vida, y cómo reaccionarían las autoridades y la población. Su acogida fue tan buena que inspiró la serie homónima de Canal+.

También ‘Chicos del Este’ (2013), sobre un hombre parisino que decide contratar los servicios sexuales de un muchacho joven, recién llegado de algún país de Europa del Este. Los derechos de los trabajadores sexuales, una balanza imposible en edad y poder, y las caras ocultas de la xenofobia: nada mal para una segunda película.

Pero el cineasta triunfa definitivamente con ‘120 pulsaciones por minuto’, una crónica vibrante sobre las luchas de ACT UP en los noventa. Por ella, gana el Gran Premio del Jurado y el Premio de la Crítica en Cannes, y un buen puñado de César, incluidos Mejor Película, Guión Original y Actor Revelación, por Nahuel Pérez Biscayart. ¿Quieren saber qué hay de bueno en el cine francés? Busquen a Robin Campillo.