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Gritos de protesta


Son las 12.00 de un día entre semana cualquiera en la redacción de GARA en Bilbo. Llevo ya unas horas frente al ordenador, y para descansar un poco la vista, me levanto hasta la ventana más cercana. Es un cuarto piso en la Plaza Circular, y desde ahí se puede ver parte de la Gran Vía y de las calles Hurtado de Amezaga y Navarra. Coches, taxis, autobuses, bicicletas y demás vehículos esperan a que los diferentes semáforos les den luz verde para continuar con su marcha. Lo mismo hacen los peatones desde las aceras.

Desde la ventana también se puede ver la imponente estatua de Don Diego López V de Haro. Me pregunto si el fundador de lo que más tarde sería la capital vizcaína se imaginó una ciudad así. Ya han pasado 723 años, así que es difícil saberlo.

De repente, un grupo de gente tras una pancarta captura mi atención. Los pitos y gritos en demanda de unas condiciones de trabajo dignas rompen la aparente monotonía del mediodía; sin embargo, no es nada nuevo. Pasado el verano, ya ha comenzado el nuevo curso, y hace ya muchos años que ese ruido de las protestas es el sonido ambiente de un día habitual en la Gran Vía bilbaina.

Un día las trabajadoras del sector de la limpieza, otro día las del servicio de ayuda domiciliaria, otro día las de las residencias, otro día las profesionales sanitarias, otro día las del sector del comercio o las de alguna multinacional textil en particular… Hay días que hay más de una movilización, y todos los lunes el movimiento de pensionistas se hace ver y oír cerca de ahí, en el Ayuntamiento.

No sé si esta es la ciudad que imaginó López V de Haro. Como ricohombre que era, seguro que no le hubiesen importado lo más mínimo las protestas y las hubiese aplastado sin miramientos, tal y como lo hacen algunos siete siglos después. Pero desde luego, esta no es la vida que anhelan las trabajadoras y trabajadores de este país y, ante ello, cada vez son más las que salen a las calles para luchar por una vida mejor.