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Entrevue
Miguel Roán
Analista y escritor experto en los Balcanes

«No veo viable una solución al conflicto serbo-kosovar hoy»

Miguel Roán (Vigo, 1981) es balcanólogo, un experto en la región de los Balcanes, y también traductor, analista, profesor y escritor. Lleva 18 años recorriendo Serbia y los Balcanes y es una de las voces autorizadas sobre esta región en el Estado español.

Miguel Roán, en el memorial de Mostar. (FOTOGRAFÍA CEDIDA POR FERNANDO IGLESIAS)

El balcanólogo Miguel Roán ha publicado recientemente “Belgrado Brut”, libro en el que narra su relación con Belgrado, la capital de Serbia. Documentado, el libro fluye entre anécdotas de sus habitantes, barrios y edificios más representativos y el rigor de los datos que explican de forma objetiva la historia más política de Belgrado.

Ciudad que marcó la frontera entre Roma y Bizancio y, más tarde, entre los Imperios otomano y austrohúngaro, Belgrado intentó modernizarse a principios del siglo XX. Sin embargo, la Primera y la Segunda Guerra Mundial devastaron la ciudad: quedó casi arrasada en ambas contiendas. Con la Yugoslavia socialista de Tito llegaron nuevas ideas y nuevas construcciones que definirían la imagen actual y brutal de Belgrado: el Instituto Militar Geográfico, construido entre 1950 y 1954 por Milorad Macura, es la primera construcción brutalista de la ciudad, o el Sava Center, edificado con motivo de la reunión del FMI y el Banco Mundial de 1979, es considerada la obra cumbre de este movimiento.

Para hablar de Belgrado y de la posición geopolítica de Serbia, marcada por el firme rechazo a reconocer la independencia de Kosovo, Miguel Roán atiende a GARA.

Empecemos por Belgrado. ¿Qué caracteriza a las construcciones brutalistas?

Los arquitectos dirán que, como estilo, el brutalismo no existe, que es una derivación del movimiento moderno. El término lo popularizó el historiador Reyner Banham en 1954 y acabó vinculado al socialismo: entonces el brutalismo era revolucionario, rupturista, y Yugoslavia reivindicaba la creación de un nuevo hombre. Eran construcciones centradas en los seres humanos, con un gran componente funcionalista y monumental que reflejaba la fuerza de la clase trabajadora, pero también el poder de un sistema autoritario.

En su libro destaca al arquitecto Le Corbusier. ¿Por qué es importante para el brutalismo?

En los años 20, en Belgrado había edificios de estilo moderno como los de Londres o París, incluso bajo el dominio del Imperio austrohúngaro había un plan urbanístico como el de George Haussmann en París o Ildefonso Cerdá en Barcelona. Los Balcanes nunca han rechazado desarrollarse como lo hace el resto de Europa. Le Corbusier representaba esta vanguardia arquitectónica, y una buena parte de los arquitectos más importantes que había en Belgrado, Zagreb, Liubliana y Sarajevo estudiaron en su estudio en París. El modelo Le Corbusier, sobre todo a nivel urbanístico, tiene fallas, pero hay que reivindicar una época en la que se apostaba por construir casas para la clase trabajadora.

A la liturgia de inauguración de la iglesia de San Sava, en 1984, acudieron 100.000 personas: 12.000 permanecieron en el interior y 80.000 esperaron en el exterior. Escribe: «Es posible que ese día se sellara, simbólicamente, la fecha de defunción del comunismo en Belgrado, seis años antes de la fragmentación de Yugoslavia». La religión ortodoxa es un lazo de unión en el mundo eslavo. ¿Cómo ve su influencia como parte de la identidad moderna serbia?

Por un lado, en el mundo ortodoxo, los serbios se consideran liberales. Tienen una Iglesia autocéfala, por lo que se autogestionan. Al mismo tiempo, es una religión conservadora: una amenaza para los derechos de la mujer y los colectivos LGBTI. Si bien es una postura criticable, la religión permitió a la sociedad serbia amoldarse a la gran transformación que implicó la fragmentación de Yugoslavia; sirvió para cohesionar a una sociedad que sufría una crisis de valores por la desaparición de los sistemas socialistas. Y no es exclusivo de los serbios: ocurrió lo mismo con los croatas-católicos o bosníacos-bosnios-musulmanes. La sociedad no dejó de ser religiosa en Yugoslavia, no pasó tiempo suficiente como para que abandonara prácticas que llevaba a cabo en privado. Muerto Tito, la presencia pública religiosa aumentó, y ahora, el equipo Estrella Roja promociona a la Iglesia ortodoxa serbia.


RELIGIÓN
«Si bien es una postura criticable, la religión permitió a la sociedad serbia amoldarse a la gran transformación que implicó la fragmentación de Yugoslavia»


La política internacional de la Yugoslavia de Tito estuvo marcada por la autonomía con respecto a los bloques de la Guerra Fría. Hoy, en un mundo multipolar, el principal socio comercial de Serbia es la UE, pero Rusia le provee de energía y China obtiene las licitaciones de los megaproyectos. ¿Podría convertirse Serbia en un actor independiente importante o carece del peso que tuvo Yugoslavia y hoy tienen potencias como Brasil y Turquía?

Serbia no puede compararse a Brasil o Turquía. La tradición no alineada de Yugoslavia es anterior a Tito; históricamente, debido a la lucha antiimperialista, siempre ha buscado ser independiente. Ahora mismo no existe ningún incentivo para que abandone esta posición. Además, los actores internacionales ya saben lo que quiere Serbia. O lo que no quiere: la línea roja es Kosovo. El único momento en el que los medios serbios han cuestionado a Rusia fue cuando Putin dejó entrever que la independencia de las repúblicas del Donbass era legítima en la medida en la que también podía serlo la de Kosovo. Serbia, aunque no se sume a las sanciones impuestas a Rusia, reconoce la integridad territorial de Ucrania, que a su vez no reconoce a Kosovo.

El nacionalista Aleksandar Vucic domina Serbia desde hace una década; en las elecciones obtiene con facilidad mayorías absolutas. ¿Cómo lo ha conseguido?

Por un lado, existe una tradición por los liderazgos fuertes, que implican estabilidad, y la experiencia democrática, después de Milosevic, no fue muy buena: los líderes solo miraban por sus intereses y las coaliciones eran antinaturales. Por otro, Vucic ha sido inteligente al no entrar en conflicto y entregar cargos a otros partidos, repartiendo el pastel entre todos los líderes. Además, controla los medios, por lo que la oposición ha sido aislada, y maneja la política clientelar: a través de las empresas controla quién vota a quién. Es un político narcisista, autoritario, y en un periodo marcado por la pandemia, la crisis de refugiados y el Brexit, desafíos todos ellos para la UE, ha sabido vender que mantiene la estabilidad en la región.



«En el tablero hay otros frentes más relevantes que garantizar la independencia de un Estado de dos millones de habitantes que es proeuropeo y pro-OTAN»



Se dice que es más fácil solucionar un conflicto enquistado si las dos partes tienen un liderazgo fuerte. ¿Ve posible una solución al conflicto en Kosovo?

No diré que algo es imposible, pero, bajo las actuales circunstancias, no lo veo viable. Las sociedades serbia y albanokosovar, en su mayoría, no están a favor de ceder nada a la otra parte. Ni [el líder kosovar, Albin] Kurti ni Vucic han intentado convencer a la sociedad para poder avanzar. Para Serbia, el reconocimiento de Kosovo implicaría una reforma constitucional que, además de necesitar de dos tercios del Parlamento, tendría que ir acompañado de un referendo, y la mayoría de la sociedad está en contra del reconocimiento. Por eso, se tiene que ceder algo a Belgrado lo suficientemente goloso para que, primero, un líder asuma un acuerdo con costes políticos inevitables y, luego, pueda convencer a la sociedad. Además, hay otro elemento a tener en cuenta: para que Kosovo sea reconocido a nivel internacional, ni China ni Rusia deben de mantener su veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. En el contexto actual de conflicto, Putin no va a ceder gratis, y con menos motivo ahora.

En Kosovo hay tres opciones sobre la mesa: mantener el «statu quo» y que siga sin ser reconocido; instaurar una autonomía conocida como Asociación de Municipalidades Serbias (AMS); o intercambiar territorios del norte por el valle serbio de Presevo. ¿Qué opción ve más factible?

De haber un reconocimiento, que no creo que ocurra a corto plazo, será a través de la AMS, aunque hay que estipular con qué competencias. Es uno de los incentivos con los que se puede convencer a Serbia. Sin embargo, Kurti se niega a reconocer la AMS, incluso una sentencia constitucional no permite la existencia de asociaciones monoétnicas en Kosovo. La otra opción es el intercambio de territorios, que tendría un gran coste humano y económico. Pero el problema va más allá de los líderes de Kosovo y Serbia: los actores internacionales tienen que involucrarse y la prioridad no está en el reconocimiento de Kosovo, en el tablero hay otros frentes más relevantes que garantizar la independencia de un Estado de dos millones de habitantes que es proeuropeo y pro-OTAN.

En el último año, la tensión política ha provocado un aumento de la violencia en el norte de Kosovo, habitado en su mayoría por serbokosovares. Desde 1999, la comunidad internacional no ha perseguido instaurar una democracia en Kosovo, sino asegurarse de que no haya violencia. Pese al ser conatos aislados y controlados, la seguridad está siendo cuestionada. ¿Qué evolución espera?

La prioridad máxima es la estabilidad. No existe preocupación por un conflicto entre ejércitos regulares, pero sí a que surjan conatos de violencia que obliguen a actuar a la diplomacia. Los puentes entre Pristina y los serbokosovares están rotos, y la acciones de Pristina no ayudan: prohibió usar las matrículas serbias, expropió terrenos para edificios públicos en el norte de Kosovo, retiró la bandera serbia en el municipio de Zvecan, aceptó la elección de alcaldes albaneses sin ninguna legitimidad en las municipalidades serbias...  Estas acciones sin coordinación internacional generan un problema de seguridad que instrumentaliza Belgrado.