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Encontrar ropa de abrigo, otro calvario para los desplazados de la Franja de Gaza

En las últimas semanas miles de personas se han desplazado llevando justo lo puesto desde el norte de Gaza hacia el sur, con la esperanza de escapar de los bombardeos israelíes. Pero el tiempo está empeorando y ahora los refugiados se enfrentan a un nuevo enemigo; el frío.

Una mujer palestina hace la colada en un barreño en medio de las ruinas de Rafah, al sur de Gaza. (SAID KHATIB | AFP)

De rodillas, Khouloud Jarboue hurga entre un montón de ropa. Cuando esta mujer huyó de su casa bajo los bombardeos, sus tres hijos vestían pantalones cortos y camisetas. Hoy sobreviven bajo la lluvia y el frío intenso. «Salimos de la ciudad de Gaza con veinte miembros de mi familia hace más de un mes», comenta a France Presse (AFP) esta mujer palestina de 29 años.

El Ejército israelí, que bombardea incesantemente este pequeño territorio desde el sangriento ataque de Hamas que dejó 1.200 muertos en Israel el 7 de octubre, había ordenado a los residentes huir hacia el sur, que presentaba como más seguro. «No llevamos ropa. Ahora que hace frío, tengo que comprarme ropa de invierno», continúa la joven.

En el puesto de ropa de segunda mano instalado frente a la escuela de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), donde duerme con su familia en el suelo, la ropa se vende a un ‘shekel’ la pieza (25 céntimos de euro).

Ya en 2022 la ONU estimó que el bloqueo impuesto por Israel a la Franja de Gaza desde 2007 había «vaciado la economía de Gaza de su sustancia, dejando al 80% de la población dependiente de la ayuda internacional». El desempleo alcanza el 45% en este pequeño territorio encajado entre Israel, Egipto y el Mediterráneo.

Hoy en día, según la ONU, los 2,4 millones de habitantes de Gaza sufren hambre, 1,65 millones de ellos se han visto obligados a desplazarse y, con casi una de cada dos casas destruidas o dañadas, la pobreza seguirá aumentando.

Sin agua

«Es la primera vez en mi vida que compro ropa de segunda mano. No somos ricos, pero normalmente puedo comprar ropa por diez ‘shekels’ para mis hijos. Pero ahora están tosiendo por el frío. No tengo otra opción», explica Khouloud Jarboue. «Estoy segura de que esta ropa está llena de gérmenes, pero no tengo agua para bañar a mis hijos ni para lavar la ropa. Tendrán que ponérsela directamente».

Un poco más lejos, en una avenida llena de decenas de puestos, cientos de palestinos manipulan ropa, miden tallas, comparan tejidos. Las temperaturas son cada vez más frías y con regularidad caen chaparrones.

Walid Sbeh no tiene ni un ‘shekel’ en el bolsillo. Este agricultor, que tuvo que abandonar sus tierras, sale cada mañana de la escuela de la UNRWA, donde pernocta con su esposa y sus 13 hijos.

«No soporto ver a mis hijos hambrientos y con ropa fina de verano cuando sé que no puedo comprarles nada. Esto no es una vida, nos obligan a abandonar nuestras casas, nos matan a sangre fría y si no morimos bajo los bombardeos, moriremos de hambre, de sed, de enfermedad y de frío», denuncia.

Los bombardeos israelíes han causado ya 11.500 muertos, en su mayoría civiles, según el Ministerio de Salud de Gaza.

«Con las manos en alto»

Cuando Walid Sbeh y su familia enfilaron la carretera hacia el sur después del bombardeo de su casa, habían cogido mantas. «Pero en el camino los soldados israelíes nos dijeron que lo dejáramos todo y siguiéramos adelante con las manos en alto».

Adel Harzallah dirige una tienda de ropa. «En dos días vendimos todos los pijamas de invierno», explica a AFP, afirmando haber recuperado artículos del año pasado que no se vendieron. «La guerra empezó mientras esperábamos la recogida de invierno. Se suponía que llegaría a los puestos fronterizos», pero todo se cerró después del 7 de octubre.

Ahora estos envíos están «esperando en contenedores que ya no entran». Como los alimentos, el agua potable y el combustible, cada gramo o gota se intercambia a un precio elevado. Un cliente se marcha decepcionado. «¿Setenta ‘shekels’ por una chaqueta? Tengo que vestir a cinco hijos, imposible», dice.

La misma decepción para Abdelnasser Abou Dia, de 27 años, que «ni siquiera tengo suficiente para comprar pan, y mucho menos ropa…». Con un frío cada vez mayor, «alguien nos dio a mis hijos y a mí una sudadera para cada uno». Desde hace una semana «las usamos todo el tiempo».