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El tiempo pasa, y pesa

Pablo González, en una imagen de archivo. (GARA)

Dos años y un día. El tiempo pasa, pero pesa, como losa, para alguien preso bajo la acusación de espionaje para Rusia. Dónde y en Polonia. Un repaso a la convulsa historia entre ambos países y al «respeto» de Varsovia a la Justicia y a los derechos humanos (aquí no toca hablar de la Rusia de Navalni) basta para imaginar sus condiciones de prisión. Que sus familiares llevan narrando-denunciando desde entonces.

24 meses y un día. El tiempo se paró para familia y amigos, noqueados aún por la detención de Pavel cuando informaba en la frontera polaco-ucrania. Que sigue sin saber de qué se le acusa concretamente, más allá de rumores aireados-retorcidos interesada y torticeramente.

Desde entonces, las sucesivas prórrogas de su prisión preventiva, siendo previsibles, son insistentes mazazos. ¿Hasta cuándo? No hay respuesta. Y no hay presión por parte del Gobierno del que Pablo es ciudadano. Un Estado español bregado en la utilización de esa figura jurídica de excepción como castigo añadido.

731 días. El tiempo pasa rápido para quienes, en este medio, tuvimos a Pavel como colaborador y amigo, pero vivimos sometidos al día a día informativo de este mundo convulso.

Hasta en Polonia ha habido un vuelco y la oposición, esa misma a la que el periodista dio voz en varios medios -algunos de ellos callan-, ha llegado al poder. Amnesia de unos y otros.

Pero muchos no olvidamos. Y nos sigue indignando que, desde entonces, Pablo-Pavel siga sin poder informarnos-formarnos sobre lo que pasa en Ucrania, en Polonia, en Rusia...

Aunque pase, y pese, el tiempo.