INFO

Las ondas expansivas de Gaza erosionan Alemania

Con el objetivo de cimentar su incondicional apoyo al gabinete de guerra de Benjamín Netanyahu y consciente de que tiene a la mayoría social en su contra, el Gobierno alemán recurre a la razón de la fuerza para extirpar de raíz cualquier perspectiva palestina de la guerra en Gaza.

Policías alemanes, en la entrada del Congreso de Palestina. (John MCDOUGALL/AFP)

«Las llamas de Gernika iluminan Alemania», constató en 1938 el afamado autor alemán Heinrich Mann, exiliado como su hermano mayor y premio Nobel de literatura, Thomas Mann. El símil sería aplicable a Gaza si las FFAA israelíes utilizaran las bombas incendiarias –o sea, el fósforo blanco– tan excesivamente como lo hizo la Legión Cóndor alemana aquel 26 de abril de 1937, cuando arrasó la villa vizcaina, símbolo de las libertades vascas y del autogobierno.

Hoy en día son de nuevo las armas ‘made in Germany’, exportadas a Israel, las que han asesinado a más de 34.000 palestinos. Su sangre mancha a la República Federal de Alemania (RFA). Cada vez que bombas, misiles y obuses israelíes detonan en territorio palestino, sus ondas expansivas erosionan los valores principales del actual sistema político alemán, empezando con el primero y principal.

«La dignidad del ser humano es intocable», dice el artículo primero de la Ley Fundamental. Tal constatación era producto de la, por cierto limitada, reflexión que hizo la generación fundacional de la RFA, levantada sobre las ruinas del vencido Reich y sobre las decenas de millones de cadáveres que había causado el nazismo.

Hoy en día, 75 años después de que el Parlamento alemán aprobara este valor principal de su razón de ser, aquella dignidad ya no es general, sino exclusiva, porque ignora al pueblo palestino. Más vale la seguridad del Estado israelí que el tripartito del canciller socialdemócrata Olaf Scholz ha cimentado definitivamente como su «razón de estado».

De paso, recurre a la razón de la fuerza para cimentar su incondicional apoyo al gabinete de guerra de Benjamín Netanyahu. Teniendo a la mayoría social en su contra, el Gobierno alemán recurre a la difamación y represión para imponer y blindar su mensaje único.

El término «genocidio», ilegalizado

Para extirpar de raíz cualquier perspectiva palestina de la guerra en Gaza, el Ministerio Federal de Interior ha ilegalizado el uso de la palabra «genocidio» y del eslogan «Del río hasta el mar, Palestina será libre», porque los considera expresiones tanto «islamistas» como «antisemitas».

Conllevan, según este pensamiento único, la intención de eliminar al Estado judío. Así, como si fuese un ‘daño colateral’, las ondas expansivas se llevan por delante el artículo 5° que protege el derecho de expresar libremente su opinión.

Con esta actitud arbitraria, el Ejecutivo –o sea, la Policía y Fiscalía– persiguen a los que osan hablar de «genocidio». Aún así, varias sentencias han absuelto a las personas acusadas de ser ‘antisemitas’ y del delito de ‘incitar al pueblo’. Sería hora de que la Corte Constitucional Federal acabara con este choque de poderes. Dado que eso no ha ocurrido, los Ejecutivos nacional y regionales campan a sus anchas.

Así, la Policía de la ciudad-estado de Berlín clausuró el ‘Congreso de Palestina’ nada más arrancar para evitar, como decía, que se produjera delito alguno. El Gobierno alemán la secundó prohibiendo la entrada al país al exministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis. Esta medida vulnera tanto la legislación alemana como la de la UE.

Mientras en Gaza las fuerzas de ocupación israelíes dan la impresión de que han puesto en marcha una ‘limpieza étnica’, Alemania limpia el mundo académico de voces que no encajan en el mensaje único. La acción va contra la libertad de la ciencia, protegida también por el artículo 5°. La última víctima es la catedrática estadounidense Nancy Fraser. La Universidad de Colonia le ha retirado la invitación por haber firmado un documento en defensa de Palestina.

Hace 90 años, académicos como Heinrich Mann y Albert Einstein tuvieron que abandonar Alemania porque se habían posicionado públicamente contra los nazis. Posteriormente, estos últimos les retiraron, como a tantos otros exiliados, la ciudadanía. «El ‘desciudadanar’ significa desnazificar», ironizó, creando un neologismo, el joven izquierdista Herbert Frahm, quien ya entonces utilizaba el nombre falso ‘Willy Brandt’ con el cual recibiría mucho más tarde el premio Nobel de la Paz.

Justamente por eso, la Ley Fundamental imposibilita que se pueda dejar a un ciudadano sin pasaporte, convirtiéndole en una persona ‘sin Estado’.

Banalización del nazismo

El actual Gobierno aún no ha llegado tan lejos, pero tachar a una persona de «antisemita» es la forma actual de marginarla. Con su sin razón de la fuerza, el Ministerio Federal de Interior llamó a los organizadores y participantes del ilegalizado Congreso de Palestina «islamistas» y «antisemitas», incluidos los judíos presentes.

De nuevo un Ejecutivo alemán osa catalogar a personas. Su ostracismo afecta tanto a Varoufakis como también al historiador judío Moshe Zimmermann. Con la creación de estos nuevos ‘antisemitas’, el Gobierno de Scholz blanquea a los ‘auténticos’, como Hitler, Goebbels e Himmler, entre otros.

Por lo general, la Justicia persigue este tipo de banalización del nazismo. Recientemente, un tribunal ha condenado por este delito, tipificado como ‘incitación al pueblo’, al político de los Verdes Bernd Schreyer, porque en 2023 había comparado su partido con los judíos perseguidos por los nazis.

«Me avergüenzo de ser alemán», afirmó Heinrich Mann en 1938. Hoy en día debería avergonzarse toda esa elite política, académica y mediática de Berlín que respalda ciegamente al gobierno de Tel Aviv sacrificando miles y miles de vidas en el altar del oportunismo político, erosionando sus valores, aislando a Alemania y llevándola de nuevo al banquillo de una Corte Internacional.