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Entrevue
Mónica Ojeda
Escritora ecuatoriana

«Espero que Guayaquil no llegue a ser el Guayaquil apocalíptico del libro»

Seleccionada como una de las voces literarias más relevantes de Latinoamérica por el Hay Festival, que la incluyó en su lista Bogotá39-2017, la escritora ecuatoriana afincada en Madrid Mónica Ojeda presenta su última novela, «Chamanes eléctricos en la fiesta del sol».

La escritora ecuatoriana afincada en Madrid Mónica Ojeda (Jairo VARGAS MARTÍN | EDITORAL RANDOM HOUSE)

Año 5540 del calendario andino. Noa se escapa de su Guayaquil natal con su mejor amiga Nicole. Ambas adolescentes quieren huir de un ambiente de violencia, de abandono... Durante ocho días van al Ruido Solar, un macrofestival que reúne anualmente a músicos, bailarines, artistas, poetas, chamanes y jóvenes en las laderas del volcán Chimborazo.

Bordeando lo apocalíptico y lo sobrenatural, la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda se adentra en la violencia de ciudades como Guayaquil, con sus narcobandas, sus sicarios y sus grupos de autodefensa.

A través de los diferentes personajes que giran en torno a Noa, aborda también el miedo, el silencio –«aquello que no se dice acaso porque carece de nombre o porque ponerlo en palabras duele»– el abandono y la vulnerabilidad de este grupo de jóvenes.

«El Guayaquil de los personajes es un Guayaquil apocalíptico. Es un Guayaquil al que podríamos llegar dentro de pocos años si las cosas no cambian. El Guayaquil donde nací y conozco está azotado por la violencia, pero también hay mucha resistencia y creatividad», resalta Ojeda en entrevista a NAIZ.

¿Por qué elige la combinación entre «chamanes eléctricos» y fiesta del sol en el título?

Por dos razones. En la novela hay un grupo musical compuesto por chamanes que, entre otros instrumentos, tocan guitarras eléctricas. Ese es el nombre que le pusieron algunos de sus seguidores a Jim Morrison o a Jimi Hendrix. Hay una larga tradición de llamar chamanes eléctricos a músicos que tocan la guitarra eléctrica. De ahí viene la idea de chamanes eléctricos.

Por otra parte, la referencia a la fiesta del sol es porque el festival se realiza durante el Inti Raymi, la fiesta del solsticio de invierno en los Andes.

¿Con qué se va a encontrar el lector en esta novela?

Es una novela con mucha música, volcanes y ganas de imaginar un futuro incluso en medio del desamparo y del frío. Es un canto a la vida, pero no una vida desprovista de la experiencia de la muerte, sino una vida que sabe entender que el dolor y la muerte también son parte de la experiencia.

Hay un personaje que en un momento dice que estar a salvo no es vivir; creo que eso resume la novela. Estar vivo significa estar siempre en riesgo.

¿Cómo describiría el Guayaquil de Noa y Nicole, las protagonistas, y su Guayaquil?

El Guayaquil de los personajes es un Guayaquil apocalíptico. Es un Guayaquil al que podríamos llegar dentro de pocos años si las cosas no cambian. El contexto de ellas es desesperanzador porque la violencia no solo está fuera de las casas.

El Guayaquil donde nací y conozco está azotado por la violencia, pero también hay mucha resistencia y creatividad. Hay muchos festivales y ganas de seguir haciendo cosas bellas y generosas para la comunidad. Todavía las hay pese a la muerte, al peligro, a que los militares están por las calles… y eso me conmueve.

«Las mujeres que están escribiendo desde esos lugares periféricos están construyendo una manera propia de mirar el mundo y diferente a la del ‘statu quo’»

Espero que Guayaquil no llegue a ser como el Guayaquil de mi novela. Pero es verdad que las cosas que describo no son inventadas; muchas de las cosas que aparecen son experiencias que yo he tenido directamente en Guayaquil o que han tenido amigos míos.

Como ecuatoriana y migrada, ¿cómo vive los actos de violencia que afectan a Ecuador?

Los vivo muy mal porque toda mi familia y mis amigos de infancia están en Ecuador. Llevo seis años viviendo en Madrid. Los vivo con dolor y con mucha angustia porque todo lo que amo puede correr peligro en cualquier momento. Son situaciones muy duras. Todos lo que migramos vivimos esto con mucho dolor.

En El Salvador, el presidente Najib Bukele, ha instaurado en nombre de la seguridad un estado excepción y ha abierto macrocárceles de supermáxima seguridad. En Ecuador, Daniel Noboa quiere implantar el ‘modelo Bukele’.

El peor ejemplo posible a instaurar en una democracia y en un país que realmente defienda los derechos humanos es el ‘modelo Bukele’, que es un modelo de terrorismo estatal.

Por supuesto que es necesario parar las muertes y asesinatos, pero no a través de que el Estado se convierta en quien administra la violencia por fuera de lo estipulado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

«Este grupo de desaparecidos que aparece en la novela representa a quienes no quieren regresar a esa realidad que en la novela es avasalladora»

Lamentablemente, Ecuador está tomando ese modelo. Muchas personas están desesperadas, muchas personas han perdido familiares y, a veces, defienden el ‘modelo Bukele’ porque viven en el terror. No sé si las decisiones más sensatas se toman desde el terror. Por contra, creo que las más violentas se toman cuando uno está aterrado.

Entre el mosaico de personajes está el grupo de «los desaparecidos». ¿Qué ha querido reflejar a través de ellos?

En cierta forma representan a quienes no quieren regresar a esa realidad tangible que en la novela es avasalladora. La realidad de las ciudades es la de las narcobandas.

Deciden quedarse en las montañas, en los volcanes, en las quebradas y seguir cantando, bailando y experimentando con la música porque no tienen un sitio adonde volver y porque la violencia los está expulsando. Tienen que ver con no tener casa o un lugar de refugio.

La novela está llena de desaparecidos no voluntarios que reivindican la música como algo conectado con la muerte, como si el canto fuera un ejercicio en el que miles de voces que ya no están se levantaran.

El festival se presenta como un acto de resistencia.

Sí, totalmente. La fiesta despoja al cuerpo de sus terrores y lo saca de ese lugar utilitario para el capital y la producción. En una fiesta, el cuerpo no es útil para ninguna otra cosa más que para el goce y el disfrute.

«El peor ejemplo posible a instaurar en una democracia y en un país que realmente defiende los derechos humanos es el ‘modelo Bukele’, que es un modelo de terrorismo estatal»

Las fiestas son un lugar de antipoder; a través del baile, de la sexualidad que hay en el baile, de las ganas de vivir se ejerce una crítica. Me parece que tiene un gran potencial de rebelión.

Los personajes ascienden a las faldas del volcán para desprenderse del miedo, porque un cuerpo que baila totalmente entregado a la música es un cuerpo que no tiene miedo ni vergüenza.

La novela también aborda el abandono de una hija por su padre, pero sin hacer juicios.

En el centro del abandono está la persona abandonada, que vive con la herida eterna de haber sido abandonada por alguien a quien amaba. Pero también está el lado de quien abandona. ¿Qué pasa con esa persona que abandona a su hija porque es incapaz de cuidarla o de amarla lo suficiente?

Me interesó trabajar la figura de ese padre que decide irse y aislarse en el bosque porque es incapaz de seguir cuidando de su hija y de su esposa, y tampoco es capaz de vivir en medio de la violencia más atroz que se desata en su barrio.

Necesita aislarse como una especie de protección. Piensa que si está solo, va a estar más protegido y las cosas le van a doler menos. Es una mentira que se cuenta a sí mismo, pero todos nos contamos mentiras para sobrellevar el daño.

Ha sido seleccionada como una de las voces literarias más relevantes de Latinoamérica y una de las mejores narradoras en español menor de 35 años. ¿Pesa tanto reconocimiento?

El proceso de escritura no tiene nada que ver con seguir un camino esperado o marcado por otros ni con satisfacer expectativas. Escribir con honestidad implica una toma de decisiones, y la primera tiene que ser seguir escribiendo con ganas de continuar experimentando y asumiendo que te puedes equivocar. Los errores en la escritura también le dan fuerza y potencia.

A mí me gusta pensar en la escritura como una especie de movimiento cíclico, como un movimiento que va de aquí para allá. Lo que nunca quisiera perder es la libertad en el momento de escribir. Trato de no pensar en ese tipo de reconocimientos y de enfocarme en lo que es importante, en las obsesiones y fascinaciones que tengo y en seguir por ahí.

¿Cómo ha marcado su escritura el hecho de ser migrante?

No escribiría lo que escribo si no fuera por la experiencia de haber migrado. Todas las experiencias grandes y dolorosas terminan deformando y formando la escritura. Migrar, para mí, fue tan importante, tan doloroso y a la vez tan gozoso, que, sin duda, marcó toda mi perspectiva y capacidad de pensar. Mi imaginación es muy territorial.

«Los movimientos feministas, comunitarios, indígenas y afro en Latinoamérica están haciendo un trabajo brutal y están escribiendo y produciendo literaturas absolutamente insurgentes»

A través de un ejercicio de imaginación regreso a un territorio que ya no tengo conmigo, pero que está en mis sueños y habita en mis obsesiones. Un territorio que veo, respiro, siento y en el que pienso todo el tiempo. Me pregunto si eso ocurriría si me hubiese quedado allá; a lo mejor no. Ser migrante ha marcado profundamente mi literatura.

¿Qué papel ocupa la mujer latinoamericana en la literatura de hoy día?

Me genera mucho conflicto hablar de la mujer latinoamericana como si fuera un marcosujeto. Eso es imposible. En Latinoamérica hay muchos tipos de mujeres, de tradiciones, culturas, razas... con necesidades distintas y con maneras diferentes de entender la literatura. Me cuesta hablar en términos generales porque siento que voy a decir una tontería o algo muy reduccionista.

La literatura es un espacio megadiverso en el que tanto la crítica como la prensa y los lectores estamos siempre a la zaga de la velocidad de esa diversidad. Vamos por detrás. Los movimientos feministas, comunitarios, indígenas y afro en Latinoamérica están haciendo un trabajo brutal y están escribiendo y produciendo literaturas absolutamente insurgentes y desafiantes.

Las mujeres que están escribiendo desde esos lugares periféricos tienen un potencial tremendo. Están construyendo una estética propia, una manera propia de mirar el mundo y diferente a la del statu quo y a la del norte global.