Agur Koldo
Ahora mismo no sé cuándo fue la primera vez que hablamos, quizá sucediera cuando nos convocaron para hacernos una foto promocional para Zinemaldia. Estábamos Mikel, tú y yo. Nos reímos, mucho, no era nuestro fuerte ponernos frente a las cámaras.
A partir de aquel momento, nos hicimos camaradas, de carreras hacia los cines, de airadas indignaciones que ahora nos importan un pimiento, de compartir la ilusión de un nuevo descubrimiento cinematográfico, de llamarnos para sostenernos en las precariedades…
Siempre pude contar contigo como buen amigo, leal.
No siempre fueron buenos tiempos para ti, la profesión de crítico y de informador cultural es una profesión de esas en las que se malvive. Como sucede en los regímenes de terror, los y las escritoras, los músicos, no son indispensables y el régimen de nuestros días no valora ciertas profesiones en su justa medida. Qué le vamos a hacer.
Escribías bien, sabías de cine, personalmente lo comprobé al leer la crítica de una de mis películas. Pensé: «Qué cabrón, sabe exactamente lo que buscaba y ni siquiera lo muestro en la película». Dominabas la narrativa audiovisual mucho más que cualquier chiquilicuatre que se las da de sabiondo y siempre fuiste respetuoso con el oficio de las personas que hacemos cine.
Todo lo demás, los patinazos, los requiebros, no importan porque ya no estás. Tu ausencia se hizo notable el juves cuando nos encontramos para despedirte y nos dimos un abrazo colectivo en tu honor, sin ti.