Un museo repugnante y maloliente invita a reflexionar sobre el asco en Berlín
Una bebida de orina de vaca, cócteles que mezclan vodka con el corazón latente de una serpiente cobra y un vino fermentado a base de crías de ratón son algunos de los alimentos expuestos en el Museo de la Comida Asquerosa (Disgusting Food Museum) en Berlín.
El recorrido por el Museo de la Comida Asquerosa (Disgusting Food Museum) de Berlín se inicia con el regalo de una bolsa de papel para vomitar, de la que han hecho uso ya al menos 50 personas desde la apertura del museo en 2021, según explica a Efe Steffen Beyer, un responsable de la muestra.
En la colección de comidas desagradables están representadas muchas culturas de todo el mundo, que consideran estos alimentos medicinales, espirituales y en algunos casos afrodisíacos.
En las vitrinas están expuestos órganos cocidos ó fritos y en algunos casos réplicas de distintas partes de animales, como el pene o los testículos del toro que son populares en China.
En la entrada del museo se aprecia el mensaje: «El asco es contextual. El asco es cultural. Nos gustan los alimentos con los que hemos crecido, pero las ideas sobre el asco pueden cambiar con el tiempo».
Luego continúa el recorrido hacia un espacio limpio y luminoso que da la impresión de ser un laboratorio y a la vez una prestigiosa galería de arte. Dentro de la vitrina central se ubica el conocido como Cazu Marzu, un queso Pecorino de Cerdeña con un hueco en el centro, lleno de gusanos vivos.
Beyer señala que lo que las personas buscan con la visita al museo es un «efecto impactante», pero que ellos consideran que se trata más bien de aprender algo sobre el asco individual y, de alguna manera, sobre cómo funciona en otras culturas, «cómo sientes asco o cuándo algo te da asco».
La experiencia, además, requiere de los principales sentidos de sus visitantes.
Así, a lo largo de la exposición se exponen videos que permiten visualizar distintos procesos de preparación, por ejemplo, cómo en Vietnam es sacado el corazón de una serpiente cobra para servirlo en una copa con vodka y la sangre que derrama en el proceso.
También es posible oler distintos frascos con trozos de queso o pescado dentro de ellos, uno de los cuales almacena una pieza de uno de los tiburones más pestilentes del mundo.
Por último, la muestra ofrece una serie de insectos fritos, cremas para untar y bebidas como esperma de caballo u orina de vaca, para estimular el gusto de sus visitantes.
Un mecanismo evolutivo
Los investigadores del museo señalan que la función evolutiva del asco es ayudarnos a evitar enfermedades y comida en mal estado.
Además, han identificado siete categorías de asco que están relacionadas con la comida, seguida de la enfermedad o la contaminación de un producto, el cuerpo y sus fluidos, la mutilación o deformidad, los comportamientos que asociamos con los animales, los comportamientos sexuales inapropiados y las infracciones morales.
Pero por muy universal que sea la sensación de asco, el estímulo que lo provoca es individual y de carácter relativo.
«Las ideas sobre el asco cambian con el tiempo. Hace 200 años, la langosta era tan indeseable que solo se servía a prisioneros y esclavos. Hoy en día la langosta es un lujo delicioso», argumenta un texto que acompaña la exposición.
El museo parte además de la idea de que el planeta actualmente no puede sostener la producción de carne y por ello el ser humano debe considerar fuentes alternativas de proteínas, como los insectos y la carne cultivada en el laboratorio.
En este sentido, plantea la pregunta de si un cambio en nuestra percepción del asco podría ayudarnos a adoptar los alimentos ecológicamente sostenibles del futuro.