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Entrevue
José Mansilla
Antropólogo urbano

«Frente al capitalismo, caer en el pesimismo es reaccionario»

José Mansilla lleva tiempo analizando el impacto que el turismo masivo y la gentrificación tienen en las urbes. Unos procesos que detalla en los libros ‘La pandemia de la desigualdad’ (2020) y ‘Los años de la discordia’ (2023), en los que insta a los sectores populares a construir una alternativa.

José Mansilla, antropólogo urbano (Víctor Serri)

En Barcelona, como en otras ciudades, el dominio del espacio público por parte del capitalismo ha llegado este verano a límites inimaginables. ¿En términos históricos, cuándo empieza a desarrollarse esta ofensiva?

En Barcelona se remonta a la aparición de los primeros ayuntamientos democráticos en 1977, momento en que las élites provenientes del franquismo empiezan a explotar la ciudad. La diferencia es que, en comparación a Valencia y otras urbes gobernadas por el Partido Popular, donde este proceso ha sido burdo, en Barcelona lo ha protagonizado un sector burgués del PSC que ha optado por formas más cautas y sutiles. Lo vemos con su urbanismo táctico, que, pese a ser antipersona, no genera especial rechazo.

¿No hubo resistencia frente a la gestación de este modelo?

Se neutralizó en la etapa de Narcís Serra (1979-1982) mediante la cooptación y domesticación de las asociaciones de vecinos. A base de subvencionarlas y de incorporar algunos dirigentes a la Administración, los socialistas lograron pacificar la ciudad y dar rienda suelta a los intereses del gran mercado. Una inercia que prosigue a día de hoy.

¿Lograron convencer a la opinión pública de que estaban haciendo un bien a la ciudadanía?

Propagaron la idea de que, después del franquismo y una vez asentadas las bases del Estado del bienestar, teníamos que ser como los «europeos del Norte», aquella gente moderna de clase media que viajaba y podía vivir bien, lo que se ha demostrado falso.

¿Así justificó el PSC la entrada del sector privado para sacar adelante los Juegos Olímpicos y otros grandes eventos?

Lo describen perfectamente Eduard Moreno y Manuel Vázquez-Montalbán en el libro ‘Barcelona, ¿a dónde vas?’ cuando afirman que los socialistas encontraron en el neoliberalismo la fórmula para llevar a cabo su modelo de ciudad: un capitalismo guay con tintes socialdemócratas.

«Los socialistas encontraron en el neoliberalismo la fórmula para llevar a cabo su modelo de ciudad: un capitalismo guay con tintes socialdemócratas»

¿No ha visto peligrar nunca su hegemonía?

Solo en dos momentos. Primero durante los años 70, con el papel que jugó el movimiento vecinal ligado a partidos de carácter marxista, del cual salieron algunos concejales del PSUC. Y después con el movimiento del 15M en 2011 y la posterior entrada de los Comuns a la Alcaldía de la mano de Ada Colau. Un período sobre el cual fui muy crítico, pero viendo lo que está sucediendo hoy, ojalá estuvieran en el poder.

¿Con la vuelta del PSC al Ayuntamiento, la ciudad se ha visto nuevamente subordinada al gran capital?

Se ha producido lo que se denomina «Efecto Champán», del cual se habló en su momento para describir la cantidad de jóvenes que, ante las restricciones que se impusieron durante la pandemia, tenían necesidad de reencontrarse y organizaban los famosos macrobotellones. Pasada la pandemia, ha ocurrido lo mismo, pero desde una perspectiva capitalista. Aprovechando que muchas familias habían logrado ahorrar algo de dinero durante el confinamiento, sumado al cambio de Alcaldía, el capitalismo está viviendo su particular «Efecto Champán» en una ciudad que, como Barcelona, es muy receptiva a ser explotada con fines lucrativos.

¿Hay un alineamiento político y económico para difundir el mantra que es un espacio de oportunidades del cual hemos de estar orgullosos?

Exacto, así ha pasado con la Copa América. Cuando se pregunta al alcalde Jaume Collboni sobre la partida que el Consistorio ha dedicado al evento, responde que lo importante no es el dinero, sino la proyección de Barcelona. Como si esa proyección fuera buena para todos. En la avenida Joan de Borbó, por ejemplo, se alquila un piso por 25.000 euros al mes para quien desea ver la competición. La ideología consiste en eso: proyectar unos intereses de una minoría como si fueran generales.

En las municipales, Collboni insistió en que era urgente que la ciudad «recuperase la autoestima». ¿Quería así seducir a los barceloneses?

De tanto hablar que la ciudad era insegura y estaba degradada, propició un estado de opinión negativo sobre la misma. Y eso le sirvió para ganar y desplegar el ‘Pla Endreça’, cuya estrategia consiste en hacernos creer que hemos de estar agradecidos de la Copa América, el Mobile World Congress y otros eventos que solo revierten en el gran capital.

¿Es una cortina de humo para distraer a la población de las desigualdades que existen?

Sin duda. Con esta intención el ‘Pla Endreça’ recurre a técnicas destinadas a limpiar la imagen de la ciudad. Así ha ocurrido en el puente de Vallcarca (distrito de Gracia), donde el Consistorio ha colocado pilones New Jersey para que las personas que habían acampado allí no puedan volver a hacerlo.

«Hay que presionar en la calle, proponer mensajes que desenmascaren el actual modelo, articulando una oferta capaz de asaltar las instituciones»

¿En qué medida estas actuaciones ponen en entredicho el derecho a la ciudad?

Si nos ceñimos a la definición que hace el geógrafo marxista David Harvey, para quien el derecho a la ciudad equivale a hacerla como somos nosotros, es evidente que se vulnera al beneficiar a una pequeña minoría. Y desde una perspectiva de clase, tampoco puede ejercerse, porque con la mercantilización del suelo, la vivienda se ha encarecido, poniendo aún más difícil la vida de las clases populares. De todas formas, como nos demuestra la historia, siempre surgen respuestas creativas para superar esta situación.

¿En el fondo subyace la memoria de la Barcelona rebelde y contestataria?

Sí, pese a la selección de memorias con que el Ayuntamiento quiere adaptarse a los intereses del poder. Ocurre en el Turó de la Rovira, unos de los miradores más concurridos por los turistas, del cual no se dice que acogió un barrio de chabolas. No interesa que se sepa. Y lo mismo pasa en el Born, referente de la resistencia de 1714, donde no se cuenta cómo lo utilizó el poder ni tampoco la lucha de los vecinos para que tuviera usos comunitarios. La lástima es que una parte de la progresía de este país ha cedido la iniciativa y no reivindica esa memoria popular y transformadora.

¿Deja que el capital encuentre cualquier grieta con que lucrarse?

Es cobarde y temerosa de los titulares de ‘La Vanguardia’. A la hora de buscar nichos de mercado, el capital es implacable. No solo en el ámbito de la regularización del suelo, que es lo que proporciona más beneficios; también convierte en fetiches espacios disidentes o antagónicos.

¿Siempre está pendiente de dónde puede obtener rentabilidad?

Así pasó durante la pandemia. Mientras nosotros estábamos pensando en que después nos abrazaríamos, los hoteleros de España se reunían para ver la línea de ayuda que pedirían al Gobierno o qué tipo de turismo podrían fomentar después. De ahí la necesidad, como decía Karl Marx, de poner límites al capital.

«Una parte de la progresía de este país no reivindica la memoria popular y transformadora»

¿Que los sindicatos de la vivienda hayan logrado convencer de que la vivienda es un problema colectivo y no individual da cierto margen a la esperanza?

Es una gran victoria. Porque el capital fomenta una concepción individual del mundo, haciéndote creer que salir de la crisis solo depende de ti. Con los sindicatos, en cambio, nos damos cuenta de que, para resolver el tema de la vivienda y, en general, el resto de cuestiones, las protestas han de ir aparejadas de la intervención en el ámbito laboral y político.

¿Hace falta pasar de la fase reactiva a condicionar la agenda pública?

Necesitamos llegar a las instituciones. Y eso pasa por entender primero que tomar la calle no es suficiente para modificar la realidad. De hecho, para el poder es la última frontera que concede a la izquierda. Hay que ser proactivos y aprovechar las manifestaciones que han tenido lugar contra la masificación turística en Barcelona o Mallorca para cambiar las cosas.

Como decía el teórico inglés Mark Fisher en su libro ‘Realismo capitalista’, «si no hay un horizonte de posibilidad, lo tendremos que inventar nosotros, ya que, si no, nos comerá el pesimismo». Y caer en el pesimismo es reaccionario, razón por la cual hay que seguir presionando en la calle, proponer mensajes que desenmascaren y erosionen el actual modelo y, al mismo tiempo, articular una oferta capaz de asaltar las instituciones.