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La jueza Ángela Murillo se jubila tras 31 años y continuos exabruptos en la Audiencia Nacional

Ángela Murillo se jubila tras 31 años como jueza en la Audiencia Nacional española. Su actuación ha estado caracterizada por el exabrupto continuo y el desprecio hacia los enjuiciados, muchos de ellos vascos.

Ángela Murillo, durante un juicio en la Audiencia Nacional española. (Lorena SOPENA | EUROPA PRESS)

La magistrada Ángela Murillo, primera mujer en ingresar en la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional española, en 1993, y que se define a sí misma como una jueza «de los de antes» y «de a pie», se jubila tras dedicar 31 años a este tribunal, protagonizando algunos de los juicios más mediáticos de los últimos años.

Desde el caso Nécora contra el narcotráfico, al poco de llegar a la Audiencia, a los de las tarjetas black o la salida a bolsa de Bankia (antes Caja Madrid) –del que confiesa es del que mejor recuerdo le queda–, pasando por los celebrados contra la célula de Al-Qaeda en el Estado español o, especialmente, en causas relacionadas con Euskal Herria y la persecución a la izquierda abertzale.

«Como si bebe vino» a Otegi

Su gestión de los mismos estuvo caracterizado por exabruptos que rayaron (o superaron la falta de respeto). Uno de los más conocidos es cuando le respondió «por mí como si bebe vino» la abogada Jone Goirizelaia cuando le preguntó si su defendido, Arnaldo Otegi, podía beber agua, ya que se encontraba en huelga de hambre.

Esta actitud de Murillo supuso que el Tribunal de Estrasburgo anulase la condena por el «caso Bateragune», al estimar que la jueza no garantizó la imparcialidad necesaria. Según la sentencia, la recusación que planteó para apartar a Murillo del juicio de Bateragune debió ser admitida, dado que el Supremo, al revisar un juicio anterior contra él por «enaltecimiento del terrorismo», consideró que la magistrada prejuzgó a Otegi al preguntarle si «condenaba rotundamente la violencia».

Paradójicamente, en una entrevista con Efe publicada este domingo, Murillo dice que mantiene «una buena relación» con Otegi y que conserva un libro sobre Nelson Mandela que el dirigente abertzale le regaló con una dedicatoria. Curiosamente, en un juicio contra Otegi por su participación en un acto a favor del preso de Zornotza Joxe Mari Sagardui, que en 2005 llevaba 25 años en prisión, Murillo y sus compañeros de tribunal llegaron a señalar que Mandela «nunca recurrió a la violencia en su lucha contra el apartheid», un dato históricamente falso.

Broncas en el 18/98

En el macrojuicio del 18/98 contra militantes de la izquierda abertzale abroncó a los acusados del macrouicio por portar unas pancartas antes de que comenzara la vista. Éstos le reprocharon que les trataba como a niños, a lo que ella les respondió: «pues dejad de comportaros como si lo fuerais». Fue una de tantas.

Iker Bizkarguenaga, quien siguió de primera mano el macrojuicio del 18/98, escribió este perfil de la jueza Murillo, destacando su actitud de desprecio hacia los enjuiciados vascos.

En la información de Efe, firmada por Nieves Albarracín, se señala que el macrojuicio del 18/98 «fue un desgaste mayúsculo para ella, sobre todo en lo personal», ya que su pareja sufrió una grave operación quirúrgica y murió meses después. «No quiso interrumpir el juicio. Presidía la vista y luego por la noche acudía al hospital», se señala en el teletipo. Es la misma jueza que obligó a los 56 procesados a acudir a todas las sesiones del macrojuicio a la Casa de Campo de Madrid, desde noviembre de 2005 a diciembre de 2007.

Irregularidades en el 13/13

Murillo también fue la encargada de presidir la vista del sumario 13/13, dirigido contra la asistencia de abogados a presos vascos. Este juicio estuvo marcado por la denuncia de irregularidades en el procedimiento. Pese a ello, Murillo optó por continuar con la vista.

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Llama «cabrones» a los acusados

En el juicio por el atentado mortal de ETA contra el edil de UPN de Leitza José Javier Múgica, la juez Murillo llamó directamente «cabrones» a los enjuiciados Xabier García Gaztelu, Oskar Zelarain, Andoni Otegi y Juan Carlos Besance.

El oscuro comisario José Villarejo ha sido otro de los encausados que ha sufrido en sus propias carnes las iras de Ángela Murillo.

Paradójicamente, la historiografía oficial española presenta estos incidentes como «reflejo del gracejo extremeño de la jueza».