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Lolo Rico, un alma libre que escapó del Opus por una bola de cristal

María Dolores Rico Oliver, más conocida como Lolo Rico (Madrid, 1935-Donostia, 2019), es una de esas personas atípicas que hacen la historia más interesante: mujer de izquierdas, comprometida con su tiempo, su biografía resulta apasionante. ‘Los poderes de Lolo’ (Zinemira) la recupera.

Miguel Alba Rico (izquierda), Itziar Bernaola y Nino Fontán. (Gorka RUBIO | FOKU)

De ser una señora de bien, casada con un señor del Opus Dei y madre de siete hijos, Lolo Rico pasó a hacer de su capa un sayo, abandonó a su marido maltratador, se separó cuando pocas lo hacían y creó un mundo libre en su cabeza y en la de la infancia y la juventud de aquellos años 80 con ‘La bola de cristal’, un programa que se emitía en la única televisión que existía entonces en el Estado español. Es decir, era prime time total.

Esta mujer, una intelectual de aquellos que, como José Bergamín, Eva Forest o Alfonso Sastre, decidieron vivir en Euskal Herria por solidaridad y convicción, no lo tuvo fácil, como se desprende de ‘Los poderes de Lolo’, el documental dirigido por Miguel Alba Rico, Nino Fontán e Itziar Bernaola Serrano, que se estrenó el domingo pasado y cuya última proyección en Zinemira está programada para este jueves.

«Tengo dos anécdotas de mi madre que me encantan: una, que, en la época dura, se llevó por delante un control de la Guardia Civil en Madrid. El guardia civil: ‘Señora, tuvo suerte de que no la dispararan’. Y ella: ‘No, tuvieron suerte ustedes de que no les atropellé’. La otra, cuando entró en el despacho del director de TVE y echó a la visita para echarle la bronca al director»

‘Los poderes de Lolo’ tiene mucho de Donostia y de Euskal Herria. En pantalla vemos a Lolo paseando por la playa de la Concha, donde se instaló en sus últimos años para estar cerca de sus hijas; en el Koldo Mitxelena, donde están guardado sus fondos y libros; en su tumba, en el cementerio de Polloe, donde la visitan su hija Isabel –escritora y guionista– y su nieta, la política Nagua Alba. Y en esa tumba, brilla la bola de cristal que ha tallado otro de sus hijos.

Miguel Alba Rico es el sexto hijo de Lolo y uno de los codirectores de este documental repleto de descubrimientos; un trabajo construido a raíz de una fecha, el cuarenta aniversario del estreno de ‘La bola de cristal’, y de una cita, Zinemaldia. «Para mí es un homenaje particular a mi madre que se estrene aquí», reconoce. Construido a través de entrevistas e imágenes de archivo, ‘Los poderes de Lolo’ se puede leer también como un viaje por nuestra historia reciente.  

Lolo fue una mujer empoderada. Hija de donostiarra y cordobés, en la posguerra pasó muchas temporadas en Donostia con su familia. Casó bien, pertenecía a la alta sociedad –«la gente que estaba en el Opus Dei era la que estaba en los movimientos culturales que el franquismo permitía», dice su hijo–, y a los 40 años se separó –se llevó a los niños, pero su marido le dejó la cuenta vacía y sin muebles– e inició una vida profesional intensa en la incipiente televisión.

Con motivo del 40 aniversario de ‘La bola de cristal’, TVE emitirá una versión reducida del documental en ‘Imprescindibles’, de La 2, justo el día del aniversario: el domingo 6 de octubre. 

«Me ofrecieron un programa en una hora en la que no la veía ni un niño», le escuchamos en el documental. Y ella creó ‘La bola de cristal’, un programa que veían los niños y los jóvenes de resaca los sábados, porque había música en directo, entrevistas extrañas –Lolo, con un pato, entrevistando a periodistas y políticos– y marionetas que predicaban el marxismo: ‘Viva el mal, viva el capital’, proclamaba con humor su hijo Santiago Alba Rico en los guiones para la bruja Avería.

«Mi favorita es la del Hada Vídeo, que dice estar harta de ser explotada por su marido y por eso se buscó un trabajo para tener un empresario que la explotara», dice Miguel.  

‘La bola de cristal’ se emitió entre 1984 y 1988. Y hoy no se sería posible. Lolo siguió trabajando, pegándose de tortas con el sistema, le quitaron proyectos, la arrinconaron, pero no dejó de trabajar. «A mi madre se la mide solo por cuatro años de su vida, cuando hizo muchísimas cosas y, sobre todo, permitió imaginar y crear sin poner cortapisas ni autocensura», dice Miguel.