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El sur de Líbano se enfrenta al trauma de la ocupación

Con el Ejército israelí iniciando una «operación terrestre limitada», muchos libaneses temen que esté a punto de comenzar una nueva fase de la ocupación de su país. Los traumas de años de sufrimiento están saliendo a la superficie.

Salma Debs visita el lugar en el que un ataque israelí que mató a su hermano y combatiente de Hizbulah, Ali Muhammad, en Nabatieh. (Alexandra HENRY)

Se ha convertido en una tierra calcinada, marchita y prácticamente inaccesible. El sur de Líbano, que desde el 8 de octubre de 2023 se encuentra en medio del fuego cruzado entre el Hizbulah libanés y el Ejército israelí, sigue agonizando, oculto a la vista.

Ante los constantes y crecientes bombardeos de las fuerzas israelíes, que han alcanzado un punto de no retorno, la población no ha tenido más remedio que huir hacia el norte, abandonando sus hogares, sus tierras y los recuerdos de toda una vida.

Y lo peor parece estar aún por llegar, con el inicio de una operación terrestre en el sur de Líbano para acabar con las capacidades de un Hizbulah que tiene el control total de la zona, tanto en la superficie como en el subsuelo. Desde entonces, ha habido que recurrir a los comunicados oficiales del Partido de Dios, por un lado, y del Tsahal, por otro, para descifrar lo que está en juego en este nuevo escenario de encarnizados combates.

En Líbano, las declaraciones del Estado Mayor israelí, que certificó que se trataba de «incursiones limitadas», no parecen haber convencido a nadie y el temor a una nueva fase de ocupación está en boca de todos. «Ellos [los israelíes] se van a quedar, por supuesto. Todos lo tememos, porque sabemos cómo trabajan. Lo arrasan todo y luego ocupan. Y con la Franja de Gaza se han dado cuenta de que pueden hacer lo que quieran», afirma Lina Boubess con rabia.

El trauma de la ocupación

Esta mujer de unos sesenta años de edad y originaria del sur del país, a tiro de piedra de la línea de demarcación, no se lo toma a broma. «Ya hemos vivido estas escenas, la destrucción de nuestras casas, luego la ocupación del Ejército israelí en nuestras calles, en nuestra tierra. Créanme, me temo que será aún peor que las fases anteriores», alerta.

Para consternación de muchos libaneses, el sur del país es, en el imaginario colectivo, casi una zona «aparte». Como si, a lo largo de guerras y tragedias, se hubiera desvinculado artificialmente del territorio.

Mientras que Líbano en su conjunto ha sido golpeado por mil penas en su historia más reciente, las verdes colinas del sur del país han sido testigo de traumas que el tiempo no ha sido capaz de borrar. Desde la creación del Estado de Israel en 1948, nunca se ha ratificado ningún acuerdo de paz, lo que significa que, al menos sobre el papel, los dos Estados se encuentran en guerra desde entonces.

Tensiones permanentes salpicadas de grandes crisis, empezando por la Operación Litani, llevada a cabo en 1978 por el Estado hebreo para desarraigar a los combatientes palestinos que se habían refugiado allí.

Antoun Sama'an, cristiano del pueblo de Kfour, lo recuerda. «Es cierto que a partir de 1975, los palestinos lo controlaban todo. Había tensión en el pueblo, no lo niego, pero no se parecía en nada a lo que vino después», explica este hombre de 64 años.

Después de la Operación Litani, el Ejército israelí estableció una «zona tapón» en el sur de Líbano, ocupación que no terminó hasta 2000, por iniciativa del entonces primer ministro, Ehud Barak.

«De 1982 a 1985, antes de que fuera oficial, el Ejército israelí tenía bases en las cimas de las montañas y bombardeaba nuestras posiciones -continúa Antoun Sama'an-. La ocupación era total y feroz, pero a pesar de ello no huimos. Sufrimos muchas desgracias. Ese mismo año, 1991, mataron a mi abuelo y construyeron una pista de aterrizaje en mi pueblo, convirtiéndonos en escudos humanos».

Fatma Atwe, de 59 años, procede de la aldea de Khiam, a poca distancia de la línea de demarcación. Desplazada en noviembre después de que su granja fuera alcanzada por un ataque con fósforo blanco -que también hirió gravemente a su marido-, tuvo que huir de nuevo del refugio temporal que encontró en Nabatieh.

«Tardaría días en relatar los horrores de la ocupación. Como mujeres, fuimos atacadas, golpeadas, algunas violadas. Y nada de esto estaba documentado. A veces un general israelí pasaba por un pueblo y se llevaba a una chica», cuenta.

La resistencia que nació del horror

Continúa relatando Fatma Atwe que «la prisión de Khiam, cerca de nuestra casa, donde se oían los gritos de los libaneses torturados durante la ocupación israelí. Las humillaciones. La violencia. Los controles... cuando estaba embarazada de gemelos, hicieron todo lo posible para impedirme llegar al hospital. Tuve que recorrer decenas de kilómetros para dar a luz, creía que me moría de dolor»

Toma aire y sigue con tono grave: «La resistencia nació de todos estos horrores. Para entender por qué estamos donde estamos hoy, hay que saber por todo lo que hemos pasado».

Inevitablemente, las cicatrices vuelven a abrirse. Bassam, de 65 años, rememora: «La sensación de impunidad israelí existe desde hace mucho tiempo. En 1996, bombardearon un campo de Naciones Unidas que albergaba a desplazados del sur de Líbano. Murieron más de 100 personas y nunca se hizo justicia».

Conocido como la «masacre de Cana», este doloroso episodio se produjo tras una operación militar israelí para debilitar a Hizbulah, que libraba una guerra de guerrillas contra la ocupación israelí.

Ali Mourad, de alrededor de 40 años, es originario de Aitaroun. Vive en Beirut y desde hace un año acoge a sus padres en su casa. «La gente del sur está profundamente marcada por el éxodo, una palabra que se les pega. En nuestro imaginario colectivo, hay un colchón, cosas que tienen que estar listas, un lugar donde poner los pasaportes y las cosas importantes. Para la gente del sur, la maleta ha tenido que estar lista en todo momento durante décadas», asegura.

Este hombre, que perdió a varios miembros de su familia -incluidos algunos niños- en el ataque a un edificio de Aïn el-Delb, en las afueras de Saïda, hace unos días, da la voz de alarma. «Es un desastre terrible, Líbano está superpoblado, Dahieh [los suburbios del sur de Beirut], que se construyó sobre el éxodo de la gente del sur durante todos esos años de guerra, está superpoblado y bajo las bombas. Beirut está saturada. Estamos en un callejón sin salida», explica.

«La solidaridad humana ha llegado a su límite. Estamos destruidos y agotados, y no podemos seguir así mucho más tiempo», alerta.