Cuando el Slavia se la estaba liando a Mussolini
En la final de la Copa del Mundo en 1934, frente a los pesos pesados del fascismo, ocho de los once titulares de la selección de Checoslovaquia eran del equipo que va a jugar contra el Athletic en Europa League este jueves. Italia ganó pero por los pelos y con un arbitraje no precisamente hostil.
El fútbol en Europa hasta la Segunda Guerra Mundial, y más allá, fue sobre todo de estilo «danubiano». El término procedía del río Danubio, por supuesto, esa carretera acuática que cruza todo el Viejo Continente desde Alemania hasta Bulgaria cargado de melancolía, de buenos recuerdos pero al mismo tiempo antiguos y caducos.
El ‘Danubio azul’ del vals de Johann Strauss, el imperio de los Austrias dispersado después de la Primera Guerra Mundial en estados unificados no de la menor manera, mantenía cierta manera común de jugar al fútbol: el Wunderteam austriaco quedaría disuelto en el Anschluss nazi, Hungría fue cuna de varios entrenadores geniales como Bela Guttmann, y finalmente Checoslovaquia se convirtió en sorprendente protagonista en la Copa del Mundo de 1934, cuando llegó a la final perdiendo solamente contra Italia, los anfitriones.
Una Checoslovaquia que era, de hecho, el Slavia Praga con dos o tres añadidos más en el once titular. El mismo Slavia Praga que se va a enfrentar al Athletic Club este jueves en la tercera jornada de la Europa League.
Un ambiente idílico
Aquella Copa del Mundo fue la primera organizada en Europa y uno de los primeros eventos deportivos utilizados por una dictadura para mostrar su potencia militar. La dictadura era el fascismo, y el teatro de operaciones, una Italia que estaba descubriendo paso a paso el calcio como deporte de masas.
Benito Mussolini no amaba demasiado el fútbol, pero pudo aprovecharse en aquel Mundial de unas condiciones sociopolíticas muy favorables, gracias también al auge paralelo de su amiguete Adolf Hitler en Alemania, que ya empezaba a enseñar sus planes de expansión de su llamado «espacio vital», hacia el Este.
Muchos de los árbitros y de los equipos que participaron en aquella Copa del Mundo eran simpatizantes del fascismo y antes de cada partido saludaban a la grada de las autoridades con el brazo en alto. De hecho, el campeonato se jugaba en estadios que llevaban nombres como Stadio Benito Mussolini, en Turín; Stadio Giovanni Berta, en Florencia, para recordar a un fascista muerto a edad muy joven; o Stadio del Partito Nazionale Fascista, el actual Estadio Flaminio de Roma.
El Mundial se jugó en estadios denominados Mussolini o Partito Nazionale Fascista y muchos de los árbitros y equipos posaron brazo en alto antes de cada partido
Algunos jugadores del equipo italiano no es que fuesen solamente partidarios del fascismo sino incluso amigos muy íntimos del Duce, como el lateral Eraldo Monzeglio, que daba clases privadas de tenis a ‘Sua Eccellenza il Cavalier Benito’, como recuerda el reciente libro ‘Il terzino e il duce’, de Alessandro Fulloni.
En este ambiente idílico para sus intereses, Italia pasó apuros contra España en cuartos de final, ganando en la repetición después de un primer empate y casualmente con el portero Zamora ausente por «un malestar». Y en la semifinal superó all Wunderteam de Austria (1-0). Todo estaba preparado para una final contra los amigos alemanes, pero cayeron en la semifinal contra la revelación del torneo: Checoslovaquia.
Ocho de once
Italia subestimó totalmente a los danubianos, que tenían en el once titular prácticamente al bloque entero del Slavia Praga. Por aquel entonces, como ocurre también hoy, la rivalidad con el otro equipo de la capital, el Sparta, era muy fuerte.
En la alineación que disputó la final el 10 de junio de 1934 en Roma, ocho eran representantes del Slavia, que en Checoslovaquia había ganado ya 6 ligas contra las 3 del Sparta, llegando además a una final de la Mitropa Cup, la «Champions League de los equipos centroeuropeos».
Aquel Slavia había ganado ya seis ligas y llegado a una final de la «Champions centroeuropea», gracias al estilo patentado por el escocés John Madden
El estilo que mantenía el club con la estrella roja en el escudo había sido forjado por un escocés, John Madden, que se estableció en Praga en 1905 y no dejó el equipo hasta 1930: pases cortos y rápidos, excelente técnica individual, hacer correr el balón más que las piernas.
Nadie daba una lira por los danubianos, que habían empezado el Mundial remontando a Rumanía y luego derrotando a Suiza por un agónico 3-2, en el que según los observadores fue «el mejor partido del torneo». Y en la semifinal, la Alemania de aquel Hitler que quizás todavía no estaba pensando seriamente en invadir Checoslovaquia, pero que lo acabaría haciendo en la primavera de 1938. Checoslovaquia ganó 3-1 con hat-trick de Oldrich Nejedly (pichichi del torneo, y uno de los pocos jugadores que no era del Slavia) y a la final.
El último rival era la Italia de Giuseppe Meazza y los «oriundos», es decir, argentinos nacionalizados: Raimundo Orsi, Enrique Guaita y Luisito ‘El carnicero’ Monti, que ya había disputado la Copa del Mundo en 1930 con la selección albiceleste, perdiendo la final contra Uruguay. Monti, cuya misión era encontrar al rival más talentoso y dejarlo fuera de combate, así de simple.
Las estrellas de Checoslovaquia y del Slavia eran varias, empezando por el portero Frantisek Planicka, ‘El gato de Praga’, también capitán del equipo. Estaban luego los defensas Stefan Cambal, Ladislav Zenisek, el cerebro de la medular Rudolf Krcil y casi toda la delantera, desde Antonin Puc hasta Jiri Sobotka, Frantisek Junek y Frantisek Svoboda.
Errores garrafales
Final en casa, pero nuevos apuros para Italia, en un estadio de Roma abarrotado de gente. Muchas faltas duras de los azzurri, con Monti protagonista y el árbitro sueco Ivan Eklind (uno de los simpatizantes del fascismo) mirando a otro lado.
Corría el minuto 69 cuando se produjo entrada tremenda sobre Puc, que casi perdió el conocimiento. Salió un rato del campo pero consiguió reponerse y volver enseguida, y fue ahí cuando recibió un balón de Nejedly y sacó un zurdazo cruzado desde larga distancia que superó al portero italiano, Gianpiero Combi.
Checoslovaquia se encontró por delante en la final a falta de 20 minutos, pero acabó solo como campeón moral
Checoslovaquia se encontró por delante en el marcador a falta de 20 minutos. Sin embargo, falló dos enormes ocasiones con Svoboda y Sobotka, prácticamente dos mano a mano. Es la primera ley del fútbol; cuando no matas (deportivamente) al rival, este volverá con más fuerza, y es lo que ocurrió mientras las temperaturas llegaban a los 40 grados en el Estadio del Partito Nazionale Fascista.
Empató ‘Mumo’ Orsi y ya en la prórroga sería Schiavio quien puso la guindilla en el pastel de Mussolini. Italia se proclamaba por por primera vez campeona del mundo, los checoslovacos tenían que conformarse con la medalla de plata.
Pese a todo, aquel equipo será recordado por siempre y hasta podría considerarse ganador moral de aquel torneo, considerando las condiciones ambientales tan desfavorables.
La despedida a Planicka en 1996 no se la perdió Poborsky, que justo aquel día dejaba el Slavia para firmar contrato con el Manchester United
A la leyenda pasaron jugadores como Planicka, galardonado por la Unesco en 1985 por su deportividad a lo largo de su carrera. Cuando falleció en julio de 1996, todo el país se paralizó para recordarle.
Entre los que quisieron participar estuvo una de las estrellas de la selección, Karel Poborsky, que justo aquel día tenía que dejar el Slavia Praga y firmar el contrato con el Manchester United. Pidió permiso para ir al funeral y los Red Devils se lo concedieron, por supuesto. Era su ídolo; aquel equipo fue el orgullo de varias generaciones.