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«Cuesta mucho dormir por las noches después de lo vivido»

Todo rastro de vida normal continúa paralizado 11 días después de las inundaciones a consecuencia de la DANA en los pueblos de la comarca de València. La única actividad de los vecinos ahora es quitar el barro y el agua que ha inundado domicilios, comercios y escuelas.

Una voluntaria arrastra un cubo de fango de un garaje de Alfafar. (Javi Julio)

«No sé si habéis visto The Walking Dead o cosas así, pero hasta el domingo pasado, esto era igual. Era un vertedero, pero dentro de una población», dice Juan Carlos, vecino de Massanassa. Hasta el jueves el agua llegaba al primer escalón de su portal.

La hija de Juan Carlos tiene 5 años y ha bajado junto con sus padres y una vecina a rascar el barro que queda enganchado en el portal, ataviada como todos los vecinos: guantes, botas de goma y cinta de celo pegado alrededor de las piernas, para que el fango de la calle no se cuele en sus pies. También lleva una mascarilla, porque el olor en la zona comienza a ser muy fuerte.

«Ella vio como llovía. El agua llegó hasta ahí arriba», señala Juan Carlos. La mancha de barro apenas deja entrever el número 12 del portal enfrente de su casa. «Mi hija lo vio. Lo peor que ha llevado es lo de su madre. Salió de trabajar del Carrefour y el agua la atrapó en el coche. Afortunadamente, dos chicos la ayudaron mucho. Estuvo 8 horas subida a la rueda de un camión hasta que llegó una zódiac que no era de la Guardia Civil, sino de personas de un club náutico que habían salido por su cuenta», exclama enfadado Juan Carlos.

«Ahora, para jugar con mi hija, me la tengo que subir a la terraza del quinto piso. Para que no vea nada, que se distraiga un poco»

Su hija va al colegio Ausiàs March, muy cerca de su casa. «Parece que no lo van a tirar. Lo van a reformar por dentro. Estamos a la espera de que hagan algo para ella. Animat, que es el grupo de tiempo libre que colaboraba con la escuela, está solicitando algún tipo de recinto que esté aseado o limpio para tenerlos distraídos, porque claro, muchos padres trabajamos». Cabe destacar que la idea de crear ese centro ha sido cosa del grupo, no una iniciativa de la Generalitat Valenciana. «Ahora, para jugar con mi hija, me la tengo que subir a la terraza del quinto piso. Para que no vea nada, que se distraiga un poco. Ayer fuimos andando a San Marcelino, a hora y media desde aquí, para que mi hija vea gente normal, vida normal». Después de estar días en la zona, llama la atención cómo a pocos kilómetros, al cruzar el cauce del Río Turia, la vida continúa y el paisaje no son coches volcados entre el fango.

«El día que ocurrió todo yo estuve en el balcón toda la noche mirando a ver si llegaba mi mujer. Cuesta mucho dormir por las noches después de lo vivido. Yo ahora estoy tomando relajantes para descansar», añade Juan Carlos.

A pesar del tiempo transcurrido y de la intervención del Ejército, la UME y de los miles de voluntarios que a diario se desplazan desde todos los puntos del Estado para ayudar en las tareas de limpieza, hay calles en Massanassa por donde cuesta caminar y el fango llega casi hasta las rodillas. Como durante la pandemia, vecinos y niños se asoman a los balcones y hablan así con sus vecinos.

En la esquina del portal de Juan Carlos, Julen, un bombero del parque de Zubillaga (Oñati), ha puesto a funcionar una electrobomba para achicar el agua. Junto a él trabajan los bomberos de Gasteiz. «Yo soy de Ondarroa, y me acuerdo de pequeño en las inundaciones, ver cómo pasaban un montón de basura y objetos por la ría». La prioridad ahora es vaciar los garajes de agua, comprobar si hay personas y, después, volver a repetir en otro lugar. «Estamos echando el agua lejos, al canal». De momento, el agua cubre todo el garaje, pero la parte de arriba de algunos coches comienzan a ser visibles. Una vez acaben aquí, se pondrán a repetir la labor en otro, ya que todos los garajes de Massanassa están inundados.

«El [hijo] mayor sí es consciente de lo que ha pasado. Ahora hace dibujos del agua inundando todas las casas, nos pregunta si ya no hay barro, si las casas de sus amigos están igual…»

Agachado en la entrada e intentando iluminar con la linterna del móvil en busca de su coche, se encuentra Alejandro. «No he visto el coche de mi mujer aún. Es un desastre. Nosotros somos electricistas, teníamos tres locales aquí en el barrio y lo hemos perdido todo», dice triste mirando al suelo.

Las ojeras del cansancio acumulado de estos días son visibles en su rostro. Se le ve nervioso y habla muy rápido. «No hemos parado desde que ocurrió, limpiando y arreglando cosas. Hoy han empezado los bomberos después de 10 días».

Ahora se encuentra viviendo con su familia en una chabola de huerto que tiene su padre. «Tiene un pozo y placas solares, así por lo menos mis hijos salen de aquí y están al aire libre». Tiene dos hijos, de 1 y 5 años de edad, y comienza a hacer preguntas sobre lo ocurrido. «El mayor sí es consciente de lo que ha pasado. Ahora hace dibujos del agua inundando todas las casas, nos pregunta si ya no hay barro, si las casas de sus amigos están igual…» El día que salieron de su casa fue difícil para ellos. «Cuando nos marchamos de aquí, al ver todos los coches por la plaza y los comercios destrozados, quedó muy impactado».

Ahora su colegio está totalmente destruido. «Todavía no sabemos que va a ocurrir con él, a donde le van a llevar. Nadie nos ha dicho nada».