Lecciones parciales un mes después de la DANA
A un mes de que la DANA arrasara el País Valencià, Xavi Prera, profesor de secundaria en Paiporta, analiza los acontecimientos destacando algunas conclusiones: la solidaridad y activación ciudadana, la necesaria reflexión ante la crisis climática y las implicaciones políticas de una nefasta gestión.
Ha pasado un mes de la mayor catástrofe natural que haya sufrido el País Valencià en su historia reciente. Treinta y un días en los que, adaptando la icónica frase del replicante de ‘Blade Runner’, quienes vivimos en la zona cero hemos visto cosas que muchos de vosotros no creeríais. No hemos visto naves más allá de Orion, pero sí observamos atónitos cómo cientos, miles de coches navegaban sin rumbo, empujados por un agua enfurecida y chocando contra edificios y bajos en medio de la noche.
Sí, salimos a la calle, el día después de la tragedia, y tuvimos que convencernos de que lo que veíamos era real. La magnitud de la tragedia no se puede explicar; había que verla. Sí, vimos las miradas perdidas de nuestros vecinos. No se olvidan fácilmente esas caras desencajadas por el asombro que aún tenían arrestos para preguntar si en casa todos estábamos bien.
Mientras cada cual hacía balance -material y en muchos casos personal- y esperábamos la llegada de una respuesta cínicamente politizada, la gran pregunta era: ¿cómo ha podido pasar? Y, aunque importante, no es esa la única pregunta para la que cuatro semanas después aún no tenemos respuesta. Lo máximo a que aspiramos de momento - al menos en mi caso- es a intentar ordenar algunas ideas y pensamientos. Y a tratar de sacar algunas conclusiones parciales que puedan contribuir a las necesarias reflexiones que, como sociedad mediterránea, deberíamos realizar en un contexto de cambio climático acelerado.
En primer lugar, la mencion inicial a ‘Blade Runner’ no es casual
Especialmente en los días posteriores al 29-O, acudir a las analogías con cierta ciencia ficción comercial (‘Lo imposible’, ‘The Walking Dead’) era lo más sencillo para explicar el paisaje que teníamos ante nuestros ojos. Sin embargo, quizás haya que acudir a la buena ciencia ficción para encontrar explicaciones más complejas a lo ocurrido. Ursula K Le Guin escribió en ‘Los desposeídos’ que «el deseo de poder es tan fundamental en el ser humano como el impulso a ayudarnos mutuamente». Que en un mundo que con tanta claridad nos arrastra hacia el deseo de poder haya habido una respuesta tan evidente en clave de ayuda mutua es esperanzador. En este sentido, uno está tentado de pensar que, en un momento de extrema debilidad del ideario izquierdista en el mundo, es en las interrupciones del capitalismo donde con más claridad se nos muestran futuros posibles.
Si durante la pandemia del covid-19 se visibilizó que el decrecimiento de nuestra actividad estaba directamente relacionado con la recuperación de la naturaleza, ahora la DANA en València ilumina la posibilidad de que no todo esté mediado por el capital y el intercambio monetario.
El voluntariado y la solidaridad han sustituido durante semanas al interés, al cálculo frío y al beneficio. Y eso no ha ocurrido en cualquier sitio. Hay que entender cómo es la comarca de l’Horta Sud para que el proceso tenga aún más valor. Somos el patio trasero de la ciudad de València, formado por pequeñas ciudades dormitorio, donde la inmigración interior de la segunda mitad del siglo pasado modificó profundamente la realidad demográfica. El resultado de estas transformaciones son pueblos con un tejido social en general bastante pobre. Pueblos que crecieron sin planes urbanísticos, en buena medida en zonas inundables.
Que en ese contexto precario la fraternidad haya brollado con aparente naturalidad es de celebrar. Ahora el reto es mantener encendida la llama. Que en mi entorno ya haya propuestas para crear una asociación de ayuda mutua -para el presente, pero mirando al futuro- y que ya haya una propuesta de Asamblea Valenciana para la Recuperación es la demostración de que el reto es difícil, pero no imposible.
En segundo lugar, cabe una reflexión sobre el gran lema de este mes: «Solo el pueblo salva al pueblo»
Pese a su evidente simbolismo y aunque ayuda a resumir lo ocurrido en nuestras calles, también es una consigna con importantes limitaciones. El lema recuerda a aquello que Antonio Machado escribió al ruso David Vigovsky en plena guerra civil: «En España, lo mejor es el pueblo». Si algunos en la extrema derecha supieran de ese paralelismo, quizás se arrepentirían de haberlo usado -hasta el punto del abuso- estas semanas.
La frase comenzó a escucharse en los primeros días, en los que la negativa de la Generalitat a pedir ayuda al Gobierno retrasó la llegada de la muy necesaria maquinaria pesada y de personal especializado (finalmente llegaron bomberos y militares y policías de todo tipo y condición). Sin la llegada de todos esos profesionales, seguramente nos habríamos atascado en pocos días. Calles con más de un palmo de barro, casas literalmente vaciadas en la calle, olores crecientes, bacterias incipientes... No era viable que nuestras manos, apenas ayudadas de palas, azadas y haraganes, nos sacaran de ese lodazal.
Personalmente, no me acostumbro a que el pueblo donde vivo esté ocupado por centenares de militares de todas las compañías posibles. No obstante, lo vivido en las calles de València obliga a las izquierdas antimilitaristas a una reflexión. Por una parte, seguir denunciando la obviedad de que los ejércitos son un problema para la paz mundial pero, en paralelo, también a pensar qué cuerpos -policiales o no, militares o no- hacen frente con maquinaria moderna a los desastres naturales, que la evidencia científica apunta que aumentarán.
Resulta obligada una tercera reflexión sobre la gestión política de la DANA y la situación en la que queda la política valenciana
La derrota de las izquierdas en las elecciones autonómicas de hace año y medio no fue fácil de digerir y muchos intuíamos otra larga travesía por el desierto conocido de la corrupción, la especulación y el desprecio al adversario. Hasta hace apenas un mes, Carlos Mazón presidía un proyecto político que, a ojos de muchos valencianos, parecía consolidado. Pese a la salida de Vox del Consell en julio de este año, no parecía que la legislatura corriera peligro. El president ya se había convertido en omnipresente en los telediarios de À Punt y la oposición, tanto el PSPV-PSOE como Compromís, se aferraba a aspectos identitarios que indignan a los fieles, pero no ganan elecciones.
Unas semanas después, Mazón aparece como un político amortizado, pues tanto él (desaparecido la tarde del 29 de octubre) como la gran mayoría de su Gobierno han evidenciado su incompetencia para gestionar el temporal. Su respuesta desesperada es volver a hacer bueno el libro de Naomi Klein y proponernos una suerte de doctrina del shock: para paliar la incapacidad de la política, la antipolítica. Poner a dos militares que no quieren someterse al escrutinio de la oposición («las consecuencias políticas de la reconstrucción no son mi problema», dijo el nuevo vicepresidente Gan Pampols) es ir dos pasos más allá en un deterioro de la democracia que parece no tener freno.
Por último, en este contexto de debilidad del proyecto de Mazón, la gran pregunta es qué actor o actores políticos capitalizarán el descontento
En las calles se observa un (re)nacimiento caótico de una identidad valenciana que no es fácil de definir -de ahí que no sea sencillo intuir cómo puede solidificar políticamente, si es que lo hace-. Más que la bandera, el elemento que ha emergido como símbolo en la tragedia ha sido el himno regional. Sí, ese que propone «ofrenar noves glòries a Espanya» y que buena parte de la izquierda se niega a hacer suyo.
Otra característica de la respuesta popular ha sido la desconfianza hacia cualquier gobierno. De ahí el famoso «sols el poble salva al poble», cuyo significado profundo cuesta hallar, pero que la extrema derecha ha intentado capitalizar. A priori, en esa mezcla entre españolismo y populismo difuso no parecen los ingredientes más atractivos para que del cóctel salga algo esperanzador. Alguna encuesta ya insinúa un repunte del apoyo a Vox e incluso una posible entrada de Alvise en les Corts.
Y, sin embargo, hay orgullo en la respuesta ciudadana. Y ese orgullo no es local ni español, sino sobre todo valenciano. He ahí una posible novedad a explorar. Otro evento que no se puede desdeñar -y que refuerza la tesis esperanzadora- es la impresionante manifestación del pasado 9 de noviembre, convocada bajo un lema inequívoco: «Mazón dimissió». La izquierda valenciana, convocada por asociaciones cívicas más que por partidos políticos, no estaba tan muerta como parecía. El calendario de protestas no para y a la manifestación educativa del pasado sábado -10.000 alumnos y familias aún no saben cuándo y en qué condiciones volverán a clases- le seguirá otra el próximo fin de semana, convocada por las mismas plataformas que en la primera ocasión. El valencianismo progresista vuelve a demostrar que es la minoría más numerosa y mejor organizada de nuestro pequeño país, mientras que el partido que debería representar esa sensibilidad -Compromís- sigue atado a un proyecto moribundo como es Sumar. Invisible en Madrid y con una parte de la militancia local desengañada por la derrota y la falta de autocrítica, la pésima gestión de la DANA por parte del PP supone una oportunidad inesperada para Compromís, pero también para el resto de la izquierda valenciana. Hará falta valentía e imaginación política para convertirla en un cambio político a medio plazo.