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«Parece Gaza»; Yarmuk, el infierno palestino en Siria

Cientos de palestinos han regresado al campo de Yarmuk tras un largo exilio. Escenario de una escisión palestina en 2011, caído bajo el control de Daesh durante tres años, asediado, sometido a hambrunas y bombardeado por el régimen sirio, Yarmuk ahora no es más que un campo de ruinas.

Una familia palestina, en el campo de Yarmuk, a las afueras de Damasco. ( Laurent PERPIGNA IBAN)

Esto es todo lo que queda, o casi, de Palestina: en un pequeño callejón del enorme campo palestino de Yarmuk, en las afueras de Damasco, una bandera palestina ondea sobre un mar de ruinas. A pocos metros, en el tejado de su edificio, Hammoud Mohammed contempla horrorizado el panorama. Este palestino de 55 años, de vuelta tras 10 años de exilio forzoso, está conmocionado.

«No estamos en Gaza, pero el paisaje es el mismo. Y la comparación no acaba ahí. Yarmuk es un infierno en el que nosotros también hemos vivido el hambre y hemos sido asediados. Conocemos de memoria el sonido de los combates, las bombas y el olor a sangre», dice impasible.

Como otros cientos de palestinos, Hammoud Mohammed aprovechó la caída de Bashar Al-Assad para emprender un retorno largamente esperado, pero las autoridades sirias lo hicieron imposible : «Al final de la batalla de Yarmuk, en 2018, el régimen prometió reconstruir el campamento. No ha hecho nada, excepto ordenar a sus tropas que roben nuestras posesiones milagrosamente intactas. Y los soldados del régimen nos impidieron la entrada, por pura venganza».

Yarmuk, Palestina hecha jirones

A ocho kilómetros de Damasco, el campamento de Yarmuk, albergaba a 160.000 personas antes del inicio del levantamiento sirio en 2011. Durante mucho tiempo, esta zona de dos kilómetros cuadrados fue considerada la capital de los refugiados palestinos. Escenario de una efervescencia intelectual y militante de primer orden desde su creación en 1957 e incubadora sin parangón de la causa nacional palestina, Yarmuk tenía la distinción, según los lugareños, de ser un lugar donde se vivía bien, en comparación con los campos libaneses.

Trece años después, el panorama es sobrecogedor: edificios destruidos o en ruinas, polvo y escombros hasta donde la vista alcanza. Algunas siluetas aquí y allá, se dibujan en medio de un mar de escombros.

Para comprender el descenso a los infiernos de Yarmuk, hay que sumergirse en los estertores de la guerra civil siria, y más concretamente en la delicada posición de los palestinos desde el principio, en 2011.

Frente a esta marea de protestas que, a raíz de la Primavera Árabe, llegó a Siria, Yarmuk, víctima de un posicionamiento estratégico en las afueras de Damasco, se convirtió en una tierra codiciada por todos los bandos.

Las facciones palestinas se escindieron rápidamente, como explica Habib Mohamed, que ronda la cincuentena: «Es cierto que vivíamos bien antes de este episodio. Al principio no me gustaba el levantamiento sirio: los palestinos no teníamos nada que ganar y todo que perder, no es nuestro país y no teníamos por qué involucrarnos». Muchos grupos palestinos abogaban por la neutralidad, y eso era lo correcto. Aunque hoy, después de todos estos crímenes contra nosotros, considero que los revolucionarios tenían razón y que este régimen tenía que caer por el bien de todos».

Aunque la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se niega a tomar partido en los acontecimientos actuales, en diciembre de 2012 Hamas se unió a los rebeldes, animado a hacerlo por su afiliación al movimiento de los Hermanos Musulmanes, que está cosechando todos los beneficios de las convulsiones regionales vinculadas a la Primavera Árabe.

Imagen del estado en que se encuentra el campo de Yarmuk. (Laurent PERPIGNA IBAN)

Al mismo tiempo, dos grupos palestinos, la Fatah-Intifada de Abu Moussa, líder a la izquierda de Fatah opuesto a Yaser Arafat, y el Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General (FPLP-CG) de Ahmed Jibril, unieron sus fuerzas al régimen sirio, convirtiéndose en marionetas de Damasco. Se desencadenaron los enfrentamientos entre las distintas fuerzas: el conflicto sirio acababa de convertirse en un conflicto intrapalestino en Yarmuk.

Hassib Baloua, de 78 años, solo tenía tres años cuando abandonó Palestina en 1948. Ha contemplado impotente cómo su pueblo ha vuelto a ser devastado: «Hamas fue culpable de su postura al comienzo de la revolución. Creo que nos metieron en la guerra por interés político y que contribuyeron a convertir Yarmuk en un campo de batalla», manifiesta. El Frente al-Nosra, que en aquel momento estaba a la ofensiva en el noroeste de Siria, es uno de los nebulosos y enigmaticos grupos que lideran la lucha contra el régimen.

Desde el verano de 2012 y el lanzamiento de una gran operación en las afueras de la capital, bautizada como «Volcán de Damasco», el grupo afiliado a Al Qaeda y dirigido por Al Golani echó raíces en Yarmuk junto al Ejército Sirio Libre, con el consentimiento de Hamas. A cambio, el campamento fue asediado por las fuerzas de Bashar al Assad, llegando a paralizar todos los accesos al lugar.

Abu Sultan, de 65 años, permaneció bajo los intensos bombardeos del régimen hasta mediados de 2013: «Me habría gustado marcharme antes, pero era imposible salir de Yarmuk debido al asedio impuesto por el régimen. Todas las tiendas estaban cerradas y estábamos sumidos en el caos, sin comida. Milagrosamente, pude salir sin que me detuvieran ni me mataran», recuerda.

Abou Fadl , de 55 años y que también esta de vuelta a Yarmuk, continúa: «Estábamos atrapados. Los soldados no distinguían entre combatientes de Al-Nosra y civiles palestinos. Disparaban a la gente que quería huir. Si bien yo tuve la suerte de escapar, sabemos que el hambre mató a mucha gente aquí, los que quedaban estaban dispuestos a comer animales callejeros o hierba.» En octubre de 2013, ante la terrible situación de los palestinos de Yarmuk, un imán declaró que era «halal» comer perros.

Una palestina camina entre las ruinas de Yarmuk. (Laurent PERPIGNA IBAN)

La hambruna estaba asolando el campamento palestino, en el que ya apenas vivían unos pocos miles de personas, solitarias y atrapadas. Según estimaciones de varias ONG, en enero de 2014, 100 palestinos murieron de inanición en Yarmuk.

Mientras el grupo Estado Islámico (Daesh) se encontraba en pleno proceso de conquista de gran parte de Siria, el Frente al-Nosra, que previamente había asegurado a Hamas que las tropas dirigidas por Abu Bakr al-Baghdadi no entrarían en Yarmuk, cedió el 1 de abril de 2015. Daesh se hizo poco a poco con el control del campamento.

Traicionado, Hamas cesó su apoyo y se retiró de los combates. Un año después, Al-Nosra fue derrocado por el Estado Islámico, que reinó sin oposición hasta su reconquista por las fuerzas gubernamentales el 19 de mayo de 2018. Yarmuk quedó patas arriba. A dia de hoy sigue estándolo.

Imposible regresar

En esta fría mañana de invierno, Abu Mustafa y su pareja se calientan junto a una hoguera encendida sobre las ruinas de un edificio. A pocos metros, sus tres hijos juegan entre los escombros. La familia regresó al lugar hace tres días y se instaló en un piso de la primera planta de un edificio gravemente dañado. Para protegerse del viento, Abu Mustafa ha instalado láminas de plástico rescatadas de los alrededores, que utiliza como ventanas provisionales. Entonces, ¿por qué volvieron a una ciudad que ya no es habitable? «No teníamos otra opción», responde tímidamente el hombre.

«Deambulamos durante doce años. A veces en verano en parques públicos de los que nos echaban los soldados, y a veces en invierno en alojamientos improvisados alquilados en distintas partes de Damasco. Durante los últimos cuatro años, no he podido permitirme comprar carne ni pollo. Recogía bolsas de plástico de la basura y las vendía para alimentar a mi familia. Comíamos pan que mojábamos en aceite».

«¿Quién va a restaurar Yarmuk?»

Habib Mohammed, desde el tejado de su piso, continúa: «Bashar al-Assad, como su padre Hafez, utilizó la causa palestina como reclamo para agradar al mundo árabe, pero no hicieron nada por nosotros: ni para plantar cara a Israel ni para protegernos durante la guerra civil. Peor aún, nos bombardearon, encerrándonos como ratas en una jaula».

Samar Barakat, una mujer de 40 años, seca la ropa entre los escombros. «No tenemos nada», dice amargamente. «Ni agua, ni electricidad, ni dinero. ¿Quién va a restaurar Yarmuk y con qué fondos? »

A su lado, su hermana Safiya se muestra cauta: «Tememos que otros combatientes pertenecientes a los grupos que han traído el caos a este campo vuelvan aquí».

Esta familia se siente privilegiada. Sus propiedades no han sido saqueadas. Su vecino, Mahmoud, de 58 años, no tuvo tanta suerte. «Llegué a casa hace cuarenta y ocho horas y los soldados me lo habían robado todo: la nevera, la televisión... En los últimos años, nuestras posesiones se vendían en un mercado cercano. Varios de nosotros fuimos a comisaría a denunciarlo, pero ni siquiera nos escucharon. Todos los recuerdos que nuestros padres trajeron de Palestina han desaparecido, el régimen ha contribuido a borrar nuestra memoria».

Y concluye así: «Ni Bashar Al-Assad ni Hafez Al-Assad defendieron a los palestinos, eso es una mentira perpetuada por los milicianos pagados para luchar por él. Por supuesto, antes de 2011 vivíamos bien, pero lo que vino después demostró que no éramos nada para ellos. La caída de este régimen es lo mejor que les podía haber pasado a los sirios, pero también a los palestinos».