Jonathan Martínez
Investigador en comunicación

«Albert Rivera’s Never Ending Tour»

Podrían abrirse una vez más las urnas y entonces, en un alarde de ingenio, los publicistas de Ciudadanos planificarán un nuevo safari por tierras vascas.

Primero fue en noviembre de 2018 en Altsasu. Al calor de las condenas contra ocho jóvenes del municipio, Albert Rivera encabezó un destacamento de políticos derechistas y se plantó en la plaza de los Fueros entre protestas vecinales. Estaban Santi Abascal y Ortega Lara. Estaban Ana Beltrán y Fernando Savater. Las elecciones andaluzas quedaban a la vuelta de la esquina y el líder naranjista, arropado por cargos del PP y de Vox, llamaba a construir un «proyecto común español» frente a la izquierda y frente al independentismo. Ahora que conocemos los pormenores del pacto trifachito para la Junta de Andalucía, aquellas palabras de Rivera nos suenan a spoiler.

Hubo que esperar a la siguiente cita electoral para que se repitiera la escena, esta vez en Errenteria y a las puertas de los comicios españoles. Era abril de 2019 y las fachadas se vistieron de lazos amarillos para recibir a la comitiva naranja. Cuando Albert Rivera acaparó el escenario, se escucharon abucheos y cacerolazos desde los balcones. Lo cierto es que el dispositivo policial había paralizado la vida cotidiana de la localidad e incluso obligó a detener la tradicional marcha republicana. Vimos golpes de porra y salvas al aire. Después Rivera abandonó el municipio con la satisfacción de haber amortizado el alboroto. Y si te he visto no me acuerdo.

Pero ya están aquí otra vez las urnas y esta vez Ciudadanos se juega los ayuntamientos y algunos parlamentos autonómicos y la representación europea. Así que tocaba, como ya viene siendo costumbre, organizar una expedición turística hacia las indómitas tierras vascongadas. En esta lotería de mal agüero le ha caído el premio gordo a Ugao, un municipio de cuatro mil habitantes que no volverá a tener atención mediática hasta que algún otro candidato decida prolongar el espectáculo. Durante una semana, Ugao ha perdido el derecho a su propio nombre y las plumas más intrépidas de la prensa española han preferido llamarlo «el pueblo de Josu Ternera». Poco pan y pésimo circo. Poca toponimia y pésimo periodismo.

Igual que una banda de músicos en plena gira, los monaguillos de Rivera recorren la geografía vasca en busca de su dosis de gresca. Sabemos que Ciudadanos no es un producto de la política sino de la mercadotecnia y hace mucho tiempo que los riveras, arrimadas, girautas y cantós de turno no tienen más recurso que el ruido y la farándula. En el debate parlamentario, los portavoces naranjas se deshinchan como un balón playero y dejan al descubierto su incompetencia. Ciudadanos, el brazo político del Ibex 35, sabe que la gobernanza española se dirime en el ámbito de las tensiones territoriales y la guerra de banderas. Así que ahí los tenemos, enfangados en un patriotismo de puchero, liberales en lo económico y ultras en lo nacional.

Hace ya muchos años, cuando la disolución de ETA no era más que una posibilidad remota, se popularizó la certeza de que la política vasca era «el granero de votos» de la política española. Candidatos de todo color y pelaje recalaban en nuestra tierra, ofrecían declaraciones sobreactuadas, sonreían ante las cámaras y a otra cosa, mariposa. La hemeroteca nos ha dejado algunas escenas próximas al esperpento. En uno de los episodios más célebres que se recuerdan, podemos ver al expresidente José María Aznar en el balcón del ayuntamiento de Lizartza. Las calles del municipio guipuzcoano estaban vacías. Hacía apenas un año, el PP había conquistado la alcaldía con 27 votos gracias a la ilegalización de las candidaturas de la izquierda abertzale.

Cuando en 2011 ETA anunció el fin de las armas, los telediarios se llenaron de señores ceñudos que despreciaron la noticia e incluso se negaban a creer que aquella oferta de paz fuera a llegar a buen puerto. Pocos lo recuerdan pero aquel mismo año, varios altos cargos del PP se manifestaban en Madrid contra la «tregua trampa». Algunos de los asistentes como José Antonio Ortega Lara o Francisco José Alcaraz son ahora altos cargos de Vox. También la Asociación de Escoltas en Activo del País Vasco lo llamó «tregua trampa». Eran conscientes de que el fin de las armas iba a destinarlos a la cola del paro. Asociaciones policiales como la Unión de Oficiales de la Guardia Civil se sumaron al estribillo de la «tregua trampa». Tal vez sintieron que peligraban sus pluses de territorialidad.

Cuando se termina el banquete y los comensales abandonan la mesa, llegan las alimañas para rebañar las migajas del festín. Después de más de medio siglo, ETA se había convertido en el pegamento discursivo que aglutinaba a los defensores de la unidad de España. Todo aquel que pusiera en cuestión la doctrina antiterrorista era tachado de sedicioso y de felón. Denunciar las medidas de excepción era un acto de traición a la patria. Era tan necesario construir un enemigo interno que en aquel otoño de 2011, antes de que ETA leyera su comunicado de despedida, el Gobierno animó un debate artificial sobre Resistência Galega y nos hizo creer sin pruebas que existía un pujante terrorismo independentista en la tierra de Castelao y Rosalía.

Después de un ciclo electoral agotador, parece que nos vienen unos meses de reposo. Pero no hay que bajar la guardia. Algún gobierno podría naufragar y adelantar los comicios. Podrían abrirse una vez más las urnas y entonces, en un alarde de ingenio, los publicistas de Ciudadanos planificarán un nuevo safari por tierras vascas. La próxima vez podría ser tu pueblo o tal vez el mío. Así que un día, cuando menos te lo esperes, llegará a la plaza o al frontón una excursión de extraterrestres naranjas. Llegará Albert Rivera, como un Adolfo Suárez de mercadillo, a vivir de las rentas del conflicto. Llegarán periodistas a la caza de un insulto o de un agravio que alimente su victimismo. Y da igual que los increpes o los ignores. Los titulares de mañana hace tiempo que están escritos.

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