Voto dual, independientes orgánicos y otras tendencias

La transformación del conflicto tras la decisión de ETA de deshacerse, sumada a tendencias generales a las que la sociedad vasca no es ajena, tienen un impacto evidente en procesos electorales como el actual. El desarrollo del voto dual es uno de esos efectos. Se llama voto estratégico o dual a variar el sentido del voto de unos comicios a otros en base a un cálculo táctico. Es decir, no votar tanto por aquel partido con el que se comulga en general, sino por quien puede facilitar el escenario concreto que se considera más positivo en ese momento.

Esta tendencia ha sido común en otras sociedades, como por ejemplo en Catalunya, donde muchos votantes actuaban de manera distinta en unas o en otras elecciones. Esto provocaba que la «biografía electoral», por así decirlo, de una gran parte de la ciudadanía catalana fuese variada, contradictoria y ecléctica.

Paradójicamente, en el mismo periodo en el que estas tendencias despegaban en el escenario político vasco, el proceso independentista ha alterado profundamente las dinámicas catalanas. Ahora ese voto dual no se da tanto entre comicios estatales y regionales, entre PSC y convergentes, sino dentro de los bloques del independentismo y el unionismo. Con el conflicto en una fase represiva desconocida allí y sin estrategias claras ni en uno ni en otro lado, el debate sobre el voto dual ha mutado en parte en el de cómo ensanchar la base del independentismo y decantar a los unionistas demócratas hacia la República catalana.

Lealtades difusas, disciplinas vagas

Por contraste, durante las décadas previas las trincheras vascas marcaban unas lealtades firmes y sostenidas en el tiempo. De igual modo, una vez que se rompían, lo hacían de manera traumática y duradera. Los que habían votado a más de un partido eran sobre todo porque habían vivido o incluso protagonizado alguna escisión.

Ahora, esas lealtades se van difuminando y un número cada vez mayor de electores vascos no descartan la promiscuidad. En principio, deciden su papeleta en base al cálculo del hipotético efecto directo de su voto. Los y las candidatas adquieren también mayor peso, hasta el punto de querer ocultar al partido al que representan. Algunos, como Borja Sémper en Donostia, han llevado esto al paroxismo, obligados por la carga negativa que en la sociedad vasca tiene el unionismo en general y el Partido Popular en particular. Se buscan candidatos que parezcan independientes pero sean orgánicos por no poder atender el negocio. Cuidado, Sémper no es el único incómodo con su partido, aunque sigan siendo fuente de legitimidad y conformen tradiciones fuertes.

No es solo que los electores puedan votar diferente en jornadas electorales sucesivas –por ejemplo, en el 28A y en el 26M–, sino que incluso pueden introducir papeletas diferentes en unos mismos comicios si se eligen representantes para diferentes instituciones. Las elecciones municipales, forales y europeas del domingo que viene son un buen caso de estudio, porque se podrá ver hasta qué punto esta tendencia tiene recorrido.

En los comicios de hace cuatro años ya se vio tímidamente que algunos votantes confeccionaban sus propias combinaciones con representantes de diferentes fuerzas para municipales y forales, pensando en ambos casos cuál era la opción ganadora. A partir de ciertos niveles de politización, aunque solo sea teórica, para algunas personas la tentación de jugar a “El ala oeste de la Casa Blanca” en versión doméstica resulta irrefrenable.

Lo cierto es que ese cálculo es incierto, porque en casos como el del cambio en Nafarroa, puede depender tanto del número de votos de cada bloque como del reparto de esos votos. Es decir, el mismo número de votos repartidos de manera diferente entre fuerzas de uno y otro bando puede dar un resultado totalmente distinto. La perdida del escaño por parte de Bel Pozueta está aún fresca y demuestra que, más allá de los cálculos previos, lo que cuenta es cada voto en la urna.

Cambios en las culturas políticas

Una de las consecuencias de esta tendencia es que una parte relevante del electorado vasco ha podido votar a dos, tres o incluso cuatro formaciones dentro de un ciclo electoral. Han podido apoyar, por ejemplo, a un alcaldable de EH Bildu, al PNV a las juntas y a Podemos en unas de las estatales; todo en tan solo cuatro años. De momento no son tantas personas, quizás, pero cada vez son más.

Esta tendencia disgusta a las estructuras de los partidos y dificulta las campañas, pero es irreversible y obliga a repensar las culturas políticas. Seguramente, ya no para estas elecciones, pero sí para otras.

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