La democracia es el gran nudo inasumible para el establishment español. El papel puede aguantarlo todo y para mantener la «estabilidad», PP y PSOE, ahora con su nuevo amigo Albert Rivera, son capaces de decir una cosa y la contraria, prometer el oro y el moro sabiendo que jamás cumplirán o pronunciar sentidísimos mea culpa que serán olvidados como el apoyo a la autodeterminación de Felipe González. La democracia plasmada en el derecho a decidir de las naciones sin Estado es su verdadera «kriptonita», el punto inaceptable en cualquier negociación. Saben que dejar que la ciudadanía vasca o catalana se exprese implica poner fin al Estado tal y como lo hemos conocido. Una ventaja tanto para los habitantes de Euskal Herria y Catalunya como para los propios españoles, que podrían construir algo distinto sin el lastre del «España-una-y-no-cincuentayuna» que impide cualquier debate.
Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera o Susana Díaz pueden estar en desacuerdo en minucias, pero en las grandes cuestiones comparten barricada. Que Podemos haya puesto como línea roja el derecho a decidir es un soplo de aire fresco, aún siendo conscientes de que la hegemonía cultural sigue siendo del nacionalismo español. Es decir, frente al «quieren romper España» que enarbolan los que nada quieren cambiar, Iglesias y su equipo han contrapuesto el «democracia para garantizar la unidad». Algo que chirría a todo independentista pero que, visto con cabeza fría, es bastante más saludable que el garrotazo con la rojigualda. A nosotros nos tocará explicar el «gracias por la amabilidad, pero nos apañamos mejor solos».
Ayer en Ferraz un dirigente del PSOE reconocía que una de las cuestiones que mueven su estrategia es no perder lo que tienen. Básicamente, amarrar Andalucía y Extremadura, que siguen siendo los dos grandes feudos donde el partido de Sánchez sigue atrincherado. Es todo un vuelco pensar que en amplias capas de la sociedad española se está rompiendo un tabú hasta hace bien poco incuestionable. Desconozco si Podemos lo utiliza ahora como «línea roja» por principios o por interés en unas nuevas elecciones en las que, seguramente, lograría el sorpasso del PSOE. Lo que es claro es que sin afrontar esta cuestión no hay cambio posible.