Ana Etxeberria se ha endurecido estos últimos años. Mejor dicho, la vida la ha endurecido, a golpes. Casada y sin hijos, todo empezó a torcerse hace seis años, cuando se quedó en el paro. Un problema serio, sin duda, pero no una catástrofe. Sin embargo, poco después también perdió el empleo su marido, que trabajaba en la construcción. Desaparecieron sueldos mensuales y pagas extraordinarias y llegó la prestación contributiva, «el paro». Al poco tiempo, su marido fue víctima de un ictus.
La vida se empezaba a torcer irremisiblemente para este matrimonio, que agotados los dos años de prestación y el subsidio posterior, se vio con una hipoteca considerable a devolver y sin dinero para hacerlo. Perdieron el piso, en el que mediante la dación en pago siguen viviendo pagando un alquiler social, cuyo importe hay que descontar del único ingreso de la pareja, la pensión de invalidez del marido, 900 euros. Basta restar los gastos mensuales de rigor en una casa para comprender por qué Ana teme al otoño –en noviembre toca pagar el seguro del coche, de 18 años, del que no se puede desprender pues lo necesita para llevar a su marido a rehabilitación– y al invierno, cuando la luz diurna escasea y el frío azota la planicie de Iruñerria.
«He llorado mucho. Y he llegado a odiar esta casa, por el montón de problemas que nos ha supuesto. Ahora empiezo a darle la vuelta, a quererla un poco de nuevo. Y es que me recuerda constantemente cómo era nuestra vida antes y cómo es ahora, siempre pendientes de los recibos, que si la luz y que si el gas» señala Ana, que se ha sentido abandonada por las instituciones durante largo tiempo, contando solo con la ayuda de su familia.
Mientras solo está Ana en casa, la calefacción no se enciende. Se abriga bien, se pone calcetines gruesos, se mueve mucho… y a aguantar. Pero cuando su marido ya está de vuelta del centro de rehabilitación y se sienta ante el televisor, aun tapado con dos mantas siente frío. «Lo que hago es encender la calefacción unas horicas, generalmente de cinco a ocho de la tarde. Y luego se acabó. En cuanto a la luz, mantengo las persianas subidas a tope durante el día, para aprovechar lo más posible la luz del exterior. A las lámparas les he quitado bombillas, dejándolas con la mitad, para que baje el consumo» explica Ana su plan de choque energético.
Amenaza de corte del suministro
Pero, con todo, la amenaza del corte de suministro de luz y de gas siempre está ahí. Cuando le llegó el aviso de que iban a cortarle el gas, por impago de 170 euros, acudió a los servicios sociales «y tuve que explicarles yo que el Gobierno de Navarra tiene un convenio con Iberdrola, Gas Natural y CHC para evitar los cortes de luz y gas. Les llevé el texto impreso para que comprobaran que era cierto. Finalmente me tramitaron la ayuda». El año pasado Ana obtuvo un trabajo para seis meses, y con el dinero ingresado pagó las deudas pendientes y reservó una cantidad para los gastos de energía doméstica de este invierno.
El recibo del gas ha oscilado en esta casa entre 150 y 200 euros, antes de las restricciones impuestas a sí mismos por Ana y su marido, fruto de las cuales han logrado fijarlo en torno a los 120 euros. Pero el ahorro ha de ampliarse a todas los ámbitos, incluida la alimentación, y desde luego el ocio. En realidad, el ocio pagado ha desaparecido de la vida de esta pareja. Cenar fuera, ni en sueños. Incluso tomarse una cerveza es ya prohibitivo: «Los amigos nos invitan, pero es que no te apetece, no estás a gusto» indica Etxeberria. En lo que respecta a la cesta de la compra, los filetes de ternera ya no entran en la dieta –sustituidos por lomo o costilla de cerdo– y la ración de jamón de york ha bajado a la mitad; la visita al supermercado se convierte en la caza de las ofertas, campo en el que Ana ya se las sabe todas.
«La dignidad no me la quita nadie»
También ha aprendido mucho sobre el consumo de los electrodomésticos. Sabe que el horno consume mucho y que la lavadora no se queda atrás. Las duchas son ahora más rápidas y con el agua apenas templada.
Existe una cuestión sobre la que apenas se habla en relación a la pobreza en general, incluida la energética. Los afectados evitan generalmente referirse a su situación, es algo que se oculta como si fuera vergonzoso. Reuniones de portal en las que se aborda un gasto importante, como un arreglo de ascensor o de fachada, son un verdadero calvario para quien no consigue llegar a fin de mes. Ni que decir hay que muy pocas personas en situación de pobreza aceptan exponer su situación en los medios de comunicación. No es el caso de Ana Etxeberria: «O salimos a la palestra y damos la cara o no nos hará caso nadie. Yo protesto y seguiré protestando, porque la dignidad no me la quita nadie».
Unas 244.000 personas en Hego Euskal Herria
Según la plataforma Pobreziarik Ez, solo en Nafarroa son 44.000 los hogares afectados por la pobreza energética, lo que supone 96.000 personas. En la CAV la cifra ascendería a 200.000 personas, según cálculos del Ararteko. El recibo de la luz ha alcanzado este invierno máximos históricos, mientras que las compañías suministradoras siguen obteniendo pingües beneficios: solo en los nueve primeros meses de 2016 Iberdrola ganó 2.041 millones de euros, mientras que el beneficio de Endesa fue de 1.305 millones.
En el capítulo de ayudas a los afectados, en Nafarroa existe el Bono Social al consumo eléctrico, que rebaja en un 25% el precio del consumo de la electricidad, lo que supone cerca del 9% de la factura total. En la CAV, desde el pasado enero, las Ayudas de Emergencia Social atienden también las situaciones de pobreza energética.