Syriza: 100 días de gobierno bajo presión
El autor repasa los primeros 100 días de Syriza en el Gobierno, un periodo en el que ha tenido que lidiar con los ataques de medios de comunicación, partidos políticos e instituciones europeas. Pese a ello, sostiene que ha sabido salvar sus líneas rojas y cosechado ciertos logros, lo que no le salva de los retos que tiene por delante.
El gobierno de Grecia cumple hoy 100 días, esa barrera simbólica que divide el tiempo de cortesía concedido a los que se estrenan al frente de un país y el momento a partir del cual de pueden desatar las hostilidades. Sin embargo, los ataques a Syriza no dieron comienzo con su victoria electoral, el 25 de enero, ni vinieron desencadenados por sus propuestas económicas antiausteridad.
El partido griego significaba, y sigue significando, una verdadera preocupación desde tiempo atrás para las fuerzas conservadoras y neoliberales que gobiernan las instituciones políticas europeas. Pero las tensiones en el seno de la Unión Europea (UE) se han mostrado de orden político, pues por primera vez en la historia de la UE los dirigentes de un país han puesto en evidencia el déficit democrático de una alianza pensada y hecha a la medida de las grandes corporaciones alemanas.
De manera que, con toda la intensidad posible, el mal ejemplo griego ha sido combatido desde antes de su victoria en las urnas y, con posterioridad, sin un día de descanso, en un intento que aún continúa para hacerlo fracasar antes de que pueda presentar ningún logro que pueda paliar, siquiera mínimamente, el enorme desastre social que han supuesto las políticas de austeridad fundamentalmente en los países de la periferia europea.
El resultado del 25 de enero significó una llamada a rebato de la clase dominante, tanto dentro de Grecia como en el resto de países de la UE, que temieron el más que previsible inicio de la descomposición del orden neoliberal europeo. El enfrentamiento estaba servido: el Primer Ministro griego, Alexis Tsipras, inauguraba un gobierno con el apoyo claro de importantes sectores populares y para servir a sus intereses; mientras que desde la UE solo se esperaba de él que actuara, como hasta ese momento el resto de gobernantes, de correa de transmisión entre las órdenes de Bruselas y los ciudadanos griegos. Tsipras ha dejado claro en reiteradas ocasiones que Grecia «es un país soberano, tenemos una democracia, tenemos un contrato con nuestro pueblo y lo vamos a respetar».
Pero si el intento de asfixiar económicamente a Grecia ha sido una constante por parte de las instituciones europeas, especialmente desde el Banco Central Europeo (BCE), la campaña de la prensa no le ha ido a la zaga. Reuters y “El País”, “Bild” y “La Razón”, no han cejado en su empeño de presentar casi a diario todo un catálogo de calamidades que iban desde el corralito bancario, al desabastecimiento de los supermercados, culminando con la expulsión del país de la eurozona. Sin menoscabo de su credibilidad ante titulares abiertamente falsos, como la destitución de Varufakis o la suspensión de pagos, sin que ello les haya impedido seguir usándolos en decenas de ocasiones.
Incomprensiblemente una parte de la izquierda se ha embarcado también en la tarea de deslegitimar a un gobierno que cuenta con un sólido apoyo popular. Y así, el Partido Comunista de Grecia (KKE) se ha opuesto sistemáticamente a todas las iniciativas parlamentarias, incluidas las encaminadas a paliar el desastre social (con electricidad y alimentos gratuitos, así como subsidios a la vivienda, para la población por debajo del umbral de la pobreza), el fin de las inhumanas cárceles de máxima seguridad y los centros de detención de inmigrantes, o la reapertura del canal público de radio y televisión ERT, cerrado por el gobierno de Antonis Samarás y que dejó en la calle de un día para otro a más de 2.500 trabajadores.
Durante estos 100 días la evolución social ha recorrido un camino que podría ser calificado como paradójico: mientras una amplia mayoría de los ciudadanos mostraba su apoyo a las medidas emprendidas por el nuevo gobierno, y a la forma en que enfrentaba la negociación con los acreedores, la mayoría de los partidos políticos y medios de comunicación han ido acerando sus críticas en un intento por hacer descabalgar el proceso iniciado por Syriza.
Un partido que, antes de ganar las elecciones, ya dejó claro que no tomaría ninguna iniciativa para abandonar la zona euro, en sintonía con el sentir mayoritario de los ciudadanos griegos. Syriza no llegó al gobierno con ningún discurso radical, ni abanderando un proyecto anticapitalista, socialista o emancipador de las instituciones europeas a las que pertenece Grecia. «Nuestras medidas no son radicales. Simplemente, son medidas para que el pueblo griego pueda sobrevivir con dignidad», explica Errikos Finalis, miembro de la dirección de Syriza y del partido KOE (Organización Comunista de Grecia), siendo consciente de que la tarea que tiene por delante el gobierno es titánica. «Grecia era, en los últimos cinco años, una colonia en el siglo XXI, una colonia postmoderna», asegura Finalis, y «luchar contra ello es un frente importante para el Gobierno griego, pero también para el pueblo griego». Para caminar en la dirección de los grandes cambios el gobierno deberá emprender una labor didáctica y no perder de vista el sentimiento de los ciudadanos.
El gobierno griego, que se ha visto solo y aislado durante las negociaciones en el Eurogrupo o en el denominado Grupo de Bruselas, ha tratado de preservar sus «líneas rojas» sin que ello derivara ni en el colapso económico, ni en el caos político.
Es evidente que Grecia requiere de amplias y profundas transformaciones y que la actual correlación de fuerzas en el continente hacen muy difícil esta misión, si lo que se pretende es orientarlas hacia la justicia social. En todo caso es un camino a recorrer con el acuerdo de la población, y a su ritmo. Pero si los límites estructurales de la UE lo hicieran inviable, muchos dentro de Syriza ya plantean la reorientación del proyecto con una nueva perspectiva, algo que ya dejó caer hace unos días Tsipras al asegurar que antes que un mal acuerdo es preferible un referéndum para que los ciudadanos decidan.
Si conseguimos abstraernos de la poderosa influencia ejercida por los grandes medios de prensa, tarea nada sencilla, habrá que concluir que 100 días no han mostrado aún el verdadero potencial de cambio prometido por Syriza, aunque dentro del estrechísimo margen en el que se mueve sus logros son evidentes en múltiples áreas. Y, al mismo tiempo, hace falta ser muy cuidadosos para no convertir este ejemplo en la clave del éxito o el fracaso de lo que puede ocurrir en otros estados de la UE.
El proceso abierto en Grecia plantea las suficientes incertidumbres y está sometido a tantas tensiones que no es posible expresar ninguna certeza a pesar de las evidencias favorables. Lo que está en juego es el futuro de Europa en su conjunto. Saber si la voluntad popular puede conducir hacia políticas alternativas o solo hacia amenazas y chantajes, lo que mostraría el fracaso moral y político de la actual UE.