NO ES A RAJOY A QUIEN MÁS LE DOLIÓ
LA RESACA DEL PUñETAZO QUE UN MENOR PROPINÓ A RAJOY EL MIÉRCOLES SUSTITUYÓ A LA POLÍTICA EN LA PENÚLTIMA JORNADA DE LA CAMPAñA. OBLIGADOS POR LA CORRECCIÓN POLÍTICA, TODOS BAILARON AL SON DE LA CONDENA DE RIGOR, MIENTRAS QUE EL CANDIDATO A LA REELECCIÓN, SIN SECUELAS APARENTES, PROMETÍA SEGUIR HACIÉNDOSE «SELFIES».
Un leñazo a un líder político, sea en forma de zapatazo a Bush (el martes se cumplieron siete años) o de tartazo a Barcina, garantiza de forma automática varios días de portadas dedicadas al asunto. El tremendo puñetazo que un menor propinó a Mariano Rajoy el pasado miércoles no fue menos y ayer todos los diarios estatales abrieron su edición con la noticia que ha sacudido la recta final de campaña. ‘ABC’ lo hizo resaltando deliberadamente la cara magullada del candidato del PP, mientras ‘El Mundo’ calificaba directamente al agresor de «joven de extrema izquierda». No importa que luego ‘La Voz de Galicia’ asegurase que es familiar de la mujer de Rajoy y vástago de una conocida familia de Pontevedra, cuyas «simpatías» por el PP, siempre según el diario gallego, son «vox populi».
Al margen de la amplia oferta de teorías conspirativas que surgirán a partir de ahora, el tratamiento hiperventilado de los medios favoreció ayer el contrapunto sereno, hábil y (cabe reconocer) natural del mismo Rajoy, que pidió no sacar conclusiones políticas de la agresión. Un contrapunto ayudado por el nivel de las preguntas de los periodistas: «¿Se volverá a hacer ‘selfies’?». «Sí, claro», contestó ayer en Barcelona, mientras toda la comitiva del partido sonreía de oreja a oreja. Las loas a la reacción del candidato a la reelección florecieron por todo el Estado, aunque, como apunte irónico, no faltó quien consideró que hay que tener la cara bien dura para aguantar semejante guantazo sin caerse.
En cualquier caso, la benévola reacción de Rajoy alimenta su aureola de hombre decente, dejando como ruin y mezquino a aquel que le achaque lo contrario. Léase Pedro Sánchez. De hecho, el puñetazo hizo bailar al resto de candidatos al son marcado por Rajoy, con las condenas de rigor como música de fondo. Nadie se salió del guión. Ya se sabe que, en el reino de lo políticamente correcto, es muy fina la línea que separa el papanatismo de la crítica de un hecho evidentemente lamentable. El miedo a ser condenado por insolidario, además, hace que el ridículo sea muchas veces contagioso, de manera que uno acaba haciendo una concentración silenciosa como condena a un ataque ocurrido en un país intervenido por la OTAN. Ha sucedido muchas veces. Baste recordar el terremoto de Lorca, que en 2011 paralizó la campaña de las elecciones municipales y forales en todo el Estado, incluida Euskal Herria. Lo mismo con el accidente de un avión militar en Sevilla durante las municipales de este año. Un partido suspende sus actos, la rueda empieza a girar, y todos le siguen. Y así se suspende la política en nombre de lo políticamente incorrecto. Suspenso generalizado.
Eso es, «de facto,» lo que ocurrió también ayer, donde todo quedó mediatizado por las nuevas gafas de Rajoy. De que el puñetazo le dolió nadie duda. Pero más les dolió a sus adversarios políticos, que perdieron un precioso día de campaña (el penúltimo). Los efectos del guantazo no se podrán calibrar, y de forma discutible, hasta el domingo, pero en un país cuyo héroe literario no es el Mío Cid sino un antihéroe como el Quijote, lo sucedido el martes no debilita, ni mucho menos, a Rajoy.