Aritz INTXUSTA
IRUÑEA
POBREZA

Hambre de solidaridad los 365 días del año

La fundación Gizakia Herritar nació con la intención de desaparecer, ya que cuando acabe la injusticia social no tendrá sentido. Pero antes de que eso llegue, aún le queda mucho trabajo por delante. Cada vez más, y no solo porque la crisis ha aumentado la exclusión, sino porque cada vez tiene más proyectos abiertos. Su buque insignia es el comedor social París 365 de Iruñea, que hoy, como todos los días, dará de comer y cenar a unas cien personas por un euro. De hecho, la historia de Gizakia Herritar es, básicamente, la historia de este comedor. O más bien, de cómo se han ido dando soluciones a los problemas que empezaban a asomarse entre plato y plato.

Patxi Lasa, presidente de la fundación, explica que han ido pasando de un proyecto a otro de un modo natural, sin saltos al vacío. Arrancaron con el comedor. «Nuestra idea era proporcionar una alimentación adecuada a quienes no podían hacerlo. Es decir, con alimentos no tóxicos, procedentes del mercado local, de temporada, guisados a la manera navarra...», recuerda Lasa. También era prioritario para ellos servir la comida «en ambiente agradable y digno, con voluntarios que se comuniquen con usuarios y surja una interacción afectiva».

De esa interacción, nació la necesidad de dar el siguiente paso, la creación de un txoko como espacio de ocio para los comensales. En el Txoko del París los usuarios pueden acceder a internet, pero también disfrutar de cine o teatro.

Como funcionó bien, se creó también el Txoko Txiki. Esta ludoteca vino a resolver el problema que tenían para conciliar la vida familiar tanto el personal de la fundación como los propios usuarios. Se concibió como un apoyo a la búsqueda de un puesto de trabajo. «Este sitio sirve para poder dejar a los hijos y así disponer del tiempo libre que necesitan para poder echar currículums o formarse para intentar salir de la situación que viven», comenta Lasa.

Uno de los éxitos del Txoko Txiki es la batucada infantil Muzenza, en la que se mezclan menores del barrio –los locales están en Alde Zaharra, en la calle San Lorenzo–, hijos e hijas de usuarios y de los voluntarios.

La progresión lógica en ese camino llegó en 2014 con la creación del instituto Bizikasi con el que se comenzaron a dar cursos de formación en ese Txoko. El primer año hubo 14 cursos con recursos propios. El pasado, fueron cuatro cursos propios, pero también acudieron a dar cursos organizaciones como Sare, Psicología sin Fronteras o Anel.

Salidas y entradas al comedor

En líneas generales, los usuarios del comedor social eran varones sin empleo de más de 45 años, según explica Dori Iriarte, la coordinadora. Concretamente, el 73,8% son hombres y el 26,2%, mujeres. Así que surgió la duda, ¿por qué no vienen más mujeres? Fundamentalmente, la respuesta es que muchas de ellas tienen niños y niñas a su cargo y el comedor «no es un espacio idóneo para los menores».

En la fundación, se habla abiertamente de familias «monomarentales» y les importa bien poco que la RAE admita la palabra o no. La realidad es que hay muchas mujeres solas, sin trabajo y con menores a su cargo. Para poder llegar hasta ellas, la fundación decidió llevar el comedor social a sus casas. De este modo, por un lado hay personas que acuden al comedor y recogen allí la comida del día envasada para llevársela a casa. Y por el otro, se creó lo que llaman el programa de «cestas básicas». Se trata de lotes de alimentos que se entregan de forma quincenal a familias en dificultades y que está dirigido, sobre todo, a aquellas con menores a cargo (en su mayoría, monomarentales). Estas cestas no son iguales a las que entrega el Banco de Alimentos, donde la mayoría son productos no perecederos como pastas o arroces. En los lotes del París hay una supervisión nutricional y siempre hay carnes, lácteos y verdura fresca.

Aun existe una tercera vía para entregar comida a personas que no acuden al comedor. Se trata de las «sopas calientes». Los voluntarios del París salen a la búsqueda de personas sin techo y les entreguen «una sopa muy concentrada y sustanciosa». De paso, se les hace un seguimiento, ya que muchos de ellos tienen problemas con el alcohol y de tipo sicológico. Para los peores casos, también han ideado lo que llaman «kit de emergencia». Estos paquetes están dirigidos a quienes se cubren con cartones de mala forma y consisten en una mochila con un saco de dormir térmico, una esterilla sobre la que tumbarse y, por supuesto, el termo lleno de sopa caliente.

Iriarte también es la responsable de la «acogida» en el comedor. «Para ser usuario de los servicios, hay que pasar una entrevista. Eso sí, es inmediato. Hoy mismo ha llegado una persona sin ingresos de ningún tipo, un inmigrante. En los servicios sociales le han dado cita para el 22 de enero. ¿Pero qué va a hacer hasta entonces? Hemos puesto un plato más», comenta.

Muchos de los baremos para acceder a los servicios del comedor son similares a los de los servicios sociales, «pero aquí los criterios son más flexibles», destaca Iriarte.

Quizá, la principal diferencia es que en el París no se exigen papeles, como estar empadronado en Nafarroa, etc. Iriarte explica esta diferencia con el ejemplo real de una nigeriana recién llegada a Nafarroa desde otra comunidad con tres niños y que huía de un marido maltratador. Ante los servicios públicos, hubiera tenido muchos problemas de acceso a la ayuda o se la hubieran negado. En el París fue llegar y, acto seguido, recibirla.

«Catering», casas y tienda

Mientras iban creciendo estas actividades paralelas, también aumentaba el trabajo entre fogones. La exigencia cada vez era mayor y los cocineros aprendían y cada vez eran mejores. Hasta que llegó el momento de que eran lo suficientemente buenos como para lanzarse a montar una empresa de catering. De hecho, ya no hay cocina en San Lorenzo, sino que los calderos del comedor se preparan en una nave de Mutiloa que había dejado libre una empresa de paellas.

El Catering Sostenible del París 365 sirvió comidas, entre eventos y colectividades, a más de 16.000 personas en 2014; lo que dio trabajo a 17 personas, cuatro de ellas técnicos y 14 en situación vulnerable. En setiembre de este año ya habían empatado la cifra de comensales. Y, lo más llamativo es que la empresa de catering del París se presentó al concurso público del comedor social del Ayuntamiento de Iruñea. ¡Y lo ganó!

Pero la fundación aún habría de darle una vuelta de tuerca más a sus cocinas. Acaba de homologarse como Centro de Formación de Hostelería, lo que les permitirá emitir títulos de profesionalidad en la especialidad de Operaciones Básicas de Cocina de nivel 1. Ya están trabajando para poder ofrecer nuevas titulaciones. Los cursos están dirigidos a personas en riesgo de exclusión.

El comedor tampoco ha sido ajeno a uno de los mayores dramas que afloraron con la crisis, como son los desahucios. Actualmente, gracias a donaciones y al apoyo público, mantienen cuatro pisos activos. De ello se encarga Maite Virto. «Tenemos habitaciones y pisos para familias», explica. Son supervisados para que no haya problemas de convivencia y para ver cómo van evolucionando las situaciones de cada uno.

Como era de esperar, tanta solidaridad ha sido respondida con una solidaridad mayor. Ya no solo los hortelanos de Zangotzaldea o Gabarderal entregan verdura fresca, también ha habido gente que ha querido donar sus posesiones. Para ello, el París tiene en la calle San Anton un almacén para recibir ropa y enseres y ha abierto también una tienda de segunda mano en esa misma calle. Está abierta a todo el mundo, eso sí, los usuarios reciben un vale de 40 euros para gastar todos los meses.

En definitiva, el París además de dar de comer a mucha gente es un faro a seguir en una sociedad cada vez más hambrienta de solidaridad de la buena.