Daesh en Túnez
El reciente ataque del Estado Islámico en Ben Gardane, además de su efecto propagandístico y estratégico, evidenciaría, según el autor, una escalada yihadista que buscaría provocar el caos en Túnez, cuya democracia es un obstáculo para su expansión, y abocarían a una intervención en Libia, con consecuencias catastróficas.
Ben Gardane es la ciudad tunecina más distante de la capital (560 kilómetros) y la más próxima a la infinita, porosa y compleja frontera con Libia (30 kms.), encrucijada tradicional de toda clase de tráficos ilegales de los que depende la supervivencia de buena parte de la población.
Según el informe de The Sofan Group, de los 6.000 tunecinos desplazados en Siria e Irak para incorporarse a la yihad el 15 % procedería de esta ciudad del sur de 60.000 habitantes. Los candidatos tunecinos a yihadistas, en medio del caos y la falta de ins tituciones centrales del país ve cino, vienen recibiendo en trenam iento militar en Libia, concretamente en Sirte y Sabrata.
Esta última población, a 100 kilómetros de la frontera tunecina, fue objeto el 23 de febrero de un bombardeo por parte de EEUU, en el que murieron 43 personas, la mayoría originarias de Túnez, entre ellas Nouredine Chouchane, acusado de complicidad en los atentados del Museo del Bardo y la playa de Sousse. En un vídeo posterior al bombardeo, uno de los yihadistas capturados anunció la intención de Daesh de atacar Ben Gardane. Es importante tener en cuenta estos datos para entender el nuevo giro siniestro en la fatal espiral tunecina.
Durante toda la semana los enfrentamientos entre yihadistas y fuerzas de seguridad no han cesado en la periferia de Ben Gardane, donde el número de muertos no deja de aumentar. A las más de 50 bajas –yihadistas, militares y civiles– del pasado lunes, hay que sumar al menos 16 más desde entonces. Aunque el Gobierno no pone mucho empeño en hacer la luz, la reconstrucción aproximada de los hechos permite asegurar que la operación de Daesh es una respuesta a la colaboración del Gobierno tunecino con EEUU en el bombardeo y un inquietante salto adelante en la estrategia del grupo yihadista que, de Siria al Maghreb, condensa todas las amenazas y determina las políticas locales y las de la UE y EEUU.
Según la versión oficial, unos 50 yihadistas intentaron asaltar un cuartel del Ejército y dos sedes de la Policía y de la Guardia Nacional. Siguiendo el modelo sirio e iraquí, contaban con que se sumaran algunas de las presuntas «células durmientes» en la ciudad y con que la población civil, de manera activa o pasiva, facilitase el éxito del asalto. Según numerosos relatos, mientras se ponía en marcha la operación un comando informativo habría «tranquilizado» a los ciudadanos: solo debían sentirse amenazados los miembros del taghout –representantes del Estado «infiel»–, tras cuya derrota la ciudad pasaría a ser gestionada por «la ley de Dios».
Los yihadistas se habrían dirigido asimismo a los «barones» del contrabando local para asegurarles que, tras la victoria, podrían trabajar tranquilamente sin la intervención de la aduana y del Estado. Hay que tomar con mucha prudencia esta información y recordar, en todo caso, que la tradicional red del tráfico fronterizo, en manos de familias vinculadas a los regímenes de Ben Ali y Gadafi, ha pasado a ser controlada, en parte, tras su derrocamiento, por la órbita islamista radical.
Por una vez, y aunque sus declaraciones abriguen siempre una voluntad alarmista «populista», habrá que creer al Gobierno cuando señala el propósito de los yihadistas de «fundar una ‘wilaya’ o emirato islámico en Túnez».
El analista político Yossef Charid subraya la magnitud simbólica y propagandística de la tentativa de Daesh: «Hay que imaginar la alarma global – dice– si una ciudad de Túnez cayese en manos de ISIS: ¡una wilaya (islámica) en el corazón de la única democracia del mundo árabe!».
No sabemos si los yihadistas habían evaluado mal la respuesta de los habitantes o consideraban que incluso un fracaso militar es ya un éxito propagandístico. Lo cierto es que la escalada es innegable y el horizonte estratégico, evidentísimo. Daesh crece en el caos y en la ausencia de Estado y prefiere, en todo caso, como hemos comprobado en Oriente Próximo, regímenes militares y guerras abiertas. La democracia tunecina, con sus limitaciones, es un obstáculo en su expansión «natural» por el norte de Africa.
Todo puede ir aún peor. No olvidemos ni la fragilidad de Túnez ni el papel decisivo del país vecino: el destino de los tunecinos se juega en Libia. Hay que tener en cuenta la dependencia económica tradicional, así como la presencia de 1.500.000 ciudadanos libios en Túnez. Pero, sobre todo, la inestabilidad libia: la dificultad de un acuerdo entre Tobruk y Trípoli, la potencia creciente de Daesh y la intervención cada vez menos disimulada de distintos países (presión egipcia, presencia de tropas francesas, drones de Estados Unidos...).
Pese a la advertencia en contra del enviado de la ONU, Martin Kobler, y a la oposición clara de las propias milicias locales, en las últimas semanas se ha venido construyendo, con declaraciones y desmentidos, el relato mediático de una probable –y hasta inminente– intervención militar occidental en el país norteafricano.
El domingo, Matteo Renzi salía al paso de unas palabras del embajador estadounidense en Roma, que insinuaba la posibilidad de que el Gobierno italiano mandara 5.000 soldados a territorio libio. El diario británico “The Guardian” no descarta que una operación terrestre liderada por Italia sea apoyada por EEUU, Alemania, Francia y algunos países árabes. La operación de Daesh en Ben Gardane, que no ignora estos preparativos, parece orientada a precipitar la decisión.
Una intervención en Libia, rechazada por Gobierno y oposición, sería un desastre para Túnez. El líder del partido islamista Ennahda no dejaba dudas al respecto: «No lo esperamos, no lo queremos y no estamos de acuerdo. Si tal cosa llega a ocurrir, que Dios salve al pueblo libio y al propio pueblo tunecino de sus catastróficas consecuencias».
Si algo puede impedir aún esa locura es la oposición de los gobiernos de Argelia y Túnez y el interés occidental en salvar la democracia tunecina o, mejor dicho, la estabilidad a ella asociada. Una intervención en Libia trasladaría inmediatamente el caos a Túnez y con él las bazas desestabilizadora de Daesh, cuya avanzadilla parece precisamente destinada a espolear a los que en Europa y en el mundo árabe desean menos democracia y más intervención.