¿Los otros? En este país todos somos nosotros
El autor defiende en estas líneas que, a pesar de las diferencias, ideales y proyectos existentes, debe primarse la idea de conjunto, la de constituir un pueblo. Se dirige de forma especial a la izquierda abertzale, a quien anima a no caer en la complacencia, a mirar a quienes no forman parte de sus filas como parte necesaria de su proyecto de país.
La llegada de las elecciones nos traerá de nuevo a la puerta la imagen de «los otros». Es decir, de quienes no hablan ni piensan como nosotros, ni votan a la izquierda abertzale. Y que se hallan repartidos por toda la geografía del País Vasco, desde la costa hasta el Ebro. Con ello nos contagiaremos de nuevo de la panorámica que siembran los gobernantes y prensa, que nos dividen entre votantes de este partido o del otro, o de no votantes. Y asistiremos a esa especie de guerra civil verbal entre representantes de las diferentes opciones.
Esa división por grupos de votantes contiene un enorme error que también nosotros llevamos infiltrado dentro, y que deforma profundamente nuestra perspectiva de la población vasca. Más aún: que nos impide amar a este pueblo en su totalidad, ya que dedicamos nuestro apego únicamente a un segmento de su población. Alguien podría replicar «¿Es que debemos enamorarnos de quienes votan al Partido Popular, a UPN, al PSE…, como si dar el voto fuera un gesto sin transcendencia?» No es preciso realizar una interpretación de los diferentes votantes, sus razones, o el impacto de los medios de difusión. La tarea es otra: extender la mirada y caer en la cuenta de que somos un pueblo que debe funcionar como conjunto, pero que todavía no lo hace.
En realidad llevamos en las vísceras una fatídica herencia del pasado. Durante siglos tuvimos personajes y zonas que optaban por los reyes francos y no por los príncipes vasco-aquitanos, o por los monarcas de Castilla y no por los reyes navarros; luego tuvimos guerras civiles entre carlistas y no carlistas; en los tiempos modernos hemos sufrido la guerra de los seguidores de la derecha contra republicanos y nacionalistas de Arana. Y ahora habitamos esta tierra todo tipo de personas que, divididos en provincias, en partidos o en ideologías, arrastramos un pedregal de desconfianzas.
Lo más grave es que también en la izquierda abertzale nos movemos en dicho suelo. Afirmamos la necesidad de exigir nuestros derechos de independencia y socialismo; testificamos que es brutal la crueldad del Estado frente a la disidencia; explicamos que el capitalismo intenta deformar nuestras estructuras sociales e individuales; exponemos la necesidad de recoger nuestro proceso y de gestionar nuestra tierra; hacemos manifestaciones exponiendo las necesidades y dramas de este país. Muy bien todo ello. Pero no decimos, ni gritamos, ni siquiera nos siseamos al oído que todos los habitantes de este país, sea cual sea su procedencia, actitud o ideología, ¡todos ellos!, somos «nosotros». ¿Que a veces tenemos motivos para sentir enojo, fobia, rabia frente a personas con las que vivimos o tropezamos por la calle? No es necesario negarlo. Sin embargo, todas ellas, las clasifiquemos como queramos bajo el punto de vista político, social o cultural, forman parte esencial de las gentes que integramos este país.
Entonces, ¿qué debemos hacer los abertzales, además de tener asida una profunda perspectiva de la situación actual, de luchar desde mil ángulos y de ser profundamente honrados en las instituciones públicas?». Aunque es pregunta compleja, vamos a hurgar un poco a ver si hallamos alguna respuesta que no sea simple ocurrencia. En primer lugar, nos queda un quehacer sencillo: hacer cerrar por un momento los ojos, taparnos la boca y dejarnos poseer por esa verdad básica, suelo de las demás: «que en este país todos somos nosotros». Nada de que algunos somos los maravillosos y que los demás son intrusos o parias vascos. ¡No hay parias vascos! Hay que digerir bien ese hecho e incluso hacernos una especie de cirugía mental que nos borre definitivamente el concepto de «los otros» cuando hablamos de gente vasca.
«¿Pero es que vamos a olvidar su diversidad?». En modo alguno. Simplemente asumirla y no porque somos una estirpe de santos o mártires sino porque debemos ser honestos e inteligentes. Y si nos cuesta ser ambas cosas, echemos escaleras abajo para toparnos con nuestra propia experiencia. Eso mismo: la propia experiencia. En primer lugar, que cada uno de nosotros se ponga a repasar su propia vida, y su evolución en planes, amores y apuestas. ¿No advertimos un proceso lleno de curvas? Por mi parte, si me miro a mí mismo, me doy cuenta de que he vivido a veces enmarañado, que he evolucionado mucho, que he rectificado ideas y deseos, que camino pero no sé si tomo siempre la senda justa. Y si pasamos de esa autoimagen personal, y nos mirarnos como conjunto abertzale, también nos tocará reconocer que nuestro proceso ha sido en parte cosecha y en parte rastrojo, a veces prado y otras broza y que, a la vez que somos jardín, somos matorral. Vamos, que no hemos sido ni somos una mina de oro, sino una senda.
Según vayamos digiriendo trozos de nuestra propia historia como individuos y como grupo, hasta las zonas más difíciles de tragar, y en la medida en que busquemos los sentires y datos de quienes no nos siguen, comprenderemos con mucho mayor relieve y claridad que el pueblo vasco no es una jaula de personas hechas en serie, sino que somos zonas y gentes diversas. Pero, ¡ojo! La diversidad no nos va a anular ni empobrecer, sino que puede y debe funcionar como espuela que nos impida adormilarnos en lo que somos actualmente.
¿Pero es que en la izquierda abertzale tenemos peligro de aletargarnos? En absoluto se trata de eso, pero sí corremos el riesgo de quedarnos abrazados a nuestros escritos, ideales, manifestaciones y sedes. Ahora vienen las elecciones y a lo mejor nos pasa por la mente una vez más lo maravillosos que son «los nuestros» y lo asquerosos que son «los otros». Y en el anochecer de las elecciones, puede que nos pongamos nerviosos contando los votos.
Pero lo que realmente deberemos hacer es acostarnos con el pensamiento clave de que tenemos un largo camino por delante y que para recorrerlo todos somos necesarios, tanto los que nos votan como quienes no lo hacen. Que por encima de los porcentajes que intentan dividir en trozos al pueblo vasco, está ese hecho que debemos sacar a la calle y gritarlo y bailarlo y pegarle con él en la cara a todos los políticos y prensa: que «en este país todos somos nosotros». Y envueltos en esa verdad nos despertaremos verdaderamente abertzales, o sea hechos personas que aman profundamente a su patria porque se abrazan con la totalidad de la gente vasca. Y tendrá lugar un hecho formidable: apenas «los otros» se den cuenta de cómo los consideramos se producirá el gran suceso de que empiezan a mirarnos con verdadera empatía.