Puntilla al mito de la «democracia israelí»
Todos los Estados son libres de determinar y embellecer sus «nombres oficiales» a su antojo. Venezuela, por ejemplo, pasó a denominarse oficialmente República Bolivariana de Venezuela, Irán tomó el nombre de República Islámica de Irán. Jordania, con una denominación que sugiere propiedad familiar, hizo lo propio con el del Reino Hachemita de Jordania. Sin embargo, la nueva declaración que ayer aprobó el gobierno de Netanyahu y que pretende transformar la designación del «Estado de Israel» por la del «Estado judío de Israel» va bastante más allá que un simple e inocuo cambio de nombre. Además de obviar el status oficial de la lengua árabe, de hacer de la religión y de la jurisprudencia judías una fuente de inspiración para los legisladores, confirma la discriminación de las minorías no judías y entierra definitivamente el mito de que Israel es una «sociedad democrática, igualitaria y ejemplar».
En un momento en el que las tensiones entre israelíes y palestinos están al rojo vivo y cada día más voces anuncian la posibilidad de una tercera Intifada, quienes pretenden llevar al rango de ley que Israel es un Estado-Nación del pueblo judío, con una «democracia sólo para judíos», quieren echar más leña al fuego para conseguir nuevos réditos políticos. La judeidad del Estado reemplaza definitivamente a su carácter democrático, en teoría recogido en la Declaración de Independencia de Israel. La discriminación hacia los árabes se eleva hasta la categoría de principio fundacional del Estado y la supuesta «democracia de Israel» se convierte de facto y de iure en una mayoría, por ahora, de judíos que hace lo que quiere con los árabes y los explota hasta límites insospechados.
Israel suele presentarse ante el mundo como la «única democracia de Oriente Medio». El quebranto de la dignidad y la libertad de las personas, la anexión de nuevos territorios en los que a sus habitantes no se les reconocen derechos civiles, la ocupación y el apartheid, nunca son compatibles con la democracia. Con esta nueva decisión, el sionismo israelí quiere quitar de su camino los «últimos obstáculos democráticos». Pero, con ello, se retrata ante el mundo: un sionismo así es puro fascismo.