Angel Rekalde y Luis María Martínez Garate
Nabarralde

El fundamento de los relatos

Contaba el argentino Feinmann la historia de aquel gaucho que exclamaba: «donde hay humo hay asado”, y corría detrás de una locomotora. Suele ocurrir. Los actos, decisiones y objetivos de los seres humanos se guían y deslizan sobre la visión que tenemos del mundo que habitamos. Pero hemos de estar atentos al relato que manejamos, no nos ocurra lo que al gaucho que perseguía la máquina.

El pasado 5 de marzo Joxan Rekondo publicó en ‘Noticias de Gipuzkoa’ un artículo que precisamente llevaba por título «Relatos». Un artículo bien planteado, positivo, empático, con un enfoque que supera los habituales enfrentamientos y descalificaciones con que confrontamos nuestra particular visión del humo del asado. En nuestro país, sostiene Rekondo, manejamos relatos de la historia que, a partir de determinadas circunstancias, nos han permitido existir y llegar hasta el presente, con dificultades, por descontado, dejando pelos en la gatera, pero vivos y con una considerable capacidad a estas alturas del siglo XXI.

En el conjunto de relatos de nuestro país podemos distinguir tres grandes grupos. El primero, el de las posiciones de los dos estados que nos tienen sometidos. Conforman la ideología general de ambos nacionalismos y, en este momento, discurso dominante, no creo que sea de mayor interés su denuncia.

El segundo corresponde al modelo autóctono. No se define directamente desde las instancias de poder, la monarquía o los estados español y francés, sino desde aquí. Acepta la subordinación del país vasco-navarro pero con la adición de una peculiaridad, que es el “pacto” que la justifica. Garibay fue su primer exponente. Garibay era un «intelectual orgánico» al servicio de los Austrias españoles en el siglo XVI y construyó la ficción del «pacto foral». Su versión moderna la conforman los «foralistas» que aceptaron la (mal) llamada ley Paccionada de 1841. Si aquellos barros trajeron estos lodos, ese es el origen de los actuales «navarreros», tras el tamiz de Víctor Pradera.

La tercera posición se sitúa en la defensa del país. Tiene variantes, tres fundamentalmente, pero todas se refieren al país con pretensiones de sujeto político. En algún momento hemos definido estas variantes como los tres «paradigmas» que nos permiten un acercamiento a la realidad actual de Vasconia y su proyección al futuro. Aquí es donde Rekondo sitúa su artículo. Expone las tres variantes con respeto, aunque se inclina a destacar los valores del foralismo guipuzcoano de Larramendi.

El relato «foral» de Larramendi es intenso y radical, dentro de lo que era posible en las concepciones políticas del siglo XVIII. Incluso afronta la posibilidad de configurar una «República de las Provincias Unidas del Pirineo», una especie de traslado al Pirineo de las «Provincias Unidas de los Países Bajos». El final del siglo XVIII y el XIX fueron testigos de los ataques directos al corazón del sistema que, dentro de la subordinación, había permitido la supervivencia del país. Y nos llevó a dos guerras de gran intensidad en las que la causa de la defensa foral se vio imbricada con intereses de otro tipo. Algunos espurios, como los dinásticos españoles o los religiosos; y otros reales, como el ataque a las propiedades comunales con el pretexto de la desamortización de «bienes de manos muertas», sobre todo en manos de la Iglesia católica. La derrota en ambas guerras condujo a la desaparición del Antiguo Régimen.

Más allá de Larramendi, con la idea de superar la subordinación que el «orden foral» representaba para Vasconia, y en línea con las tendencias de su época, Arana Goiri propuso un planteamiento nacional del caso vasco. Con su neologismo «Euzkadi» denominó a una nación que debería tener su lugar como Estado al mismo nivel que el resto de naciones del mundo.

Sin ser nuevo, pues data de Arturo Campión y de Anacleto de Ortueta, se ha abierto paso entre nosotros otro relato que cita Rekondo en su artículo. Se trata de Navarra como expresión política del pueblo vasco, independiente durante muchos siglos. Este enfoque no pretende retorno alguno a situaciones pasadas, de tipo medieval o monárquico como dicen quienes lo menosprecian, sino que hace hincapié en la naturaleza universal y de reconocimiento internacional de nuestro pueblo, a través de su existencia en un Estado real.

Un relato con fundamento
Esta visión del país centrada en el Estado histórico de Navarra trata de complementar dos puntos de vista. Es decir, pone en valor la existencia real de un Estado vasco independiente, responsable a su vez de la nacionalización del pueblo vasco. En este sentido la tesis sociolingüística de Koldo Zuazo del primer euskera unificado alrededor del reino de Pamplona hacia el siglo XI ofrece un modelo de interpretación que sirve para muchos otros fenómenos.

Pero este relato presenta una enorme virtualidad de cara al futuro. Navarra representa la independencia vasca y en ello es un factor de gran importancia para los retos actuales. En clave nacional, territorial, de sujeto político... Como es bien patente en el caso del Estado español, las naciones sometidas no tienen perspectivas de futuro dentro del mismo. La alternativa a plazo medio es independencia o desaparición.

A diferencia de lo que nos plantea Rekondo, para situarnos en el presente tomemos un caso actual como modelo. Lo contemplamos en la conflictividad y urgencia de las recientes elecciones griegas. Con un panorama complicado, los dirigentes griegos se enfrentan a la Troika y discuten sus intereses en Europa con un manifiesto protagonismo. De tú a tú. Son sujeto de facto, y defensores acérrimos de sus intereses. Son Estado. Hoy, para ser sujeto político en el mundo, es imprescindible ser un Estado. En nuestro caso, por el contrario, por muchas alabanzas o pegas que le otorguemos al modelo autonómico, estamos sometidos al poder español (y por otra parte al francés) y ello es nefasto. No sólo porque ese poder corresponde a la dominación, la cultura del pelotazo, el subsidio y el compadreo de algunos estados mediterráneos. Sino también, y sobre todo, porque nos inhabilita para ser nosotros sujeto. Grecia también tiene sus problemas pero, al ser Estado, dispone de una capacidad de maniobra que a catalanes y vascos nos es negada de raíz. Puede negociar aunque sus fuerzas sean pequeñas. Nosotros, al no ser Estado, no tenemos ninguna.

Volviendo así al debate de los paradigmas, el principal fallo de la visión foral y de la aranista es el de no contemplar a nuestro país en su integridad nacional. Como sujeto unitario. En el mejor de los casos asumen una nación compuesta de siete naciones o, quizás, de seis. Algunos incluso las reducen a tres. No perciben que esa división, hoy consolidada en forma de «provincias», «comunidades autónomas» o «trozos de departamento», corresponde a particiones inducidas desde España y Francia, a lo largo de siglos, para provocar nuestra debilidad, a generar enfrentamientos internos y, a la larga, nuestra disolución e integración en sus respectivas naciones. El valor de la perspectiva navarra es que se presenta con mayor altura y capacidad de explicación y comprensión de nuestra trayectoria histórica, por lo menos desde el siglo VIII y coincide con la que ofrece una mejor proyección de futuro. El resto de visiones son parciales y en el fondo contradictorias: es el caso del bizkaitarrismo, el navarrismo, guipuzcoanismo… Al final, localismo y paletismo.

Rekondo ensalza el modelo de Larramendi y su loa a Gipuzkoa. Es evidente que los valores que describe Larramendi de su Gipuzkoa natal son ciertos, pero no debemos olvidar que Gipuzkoa es una construcción política de Castilla para hacer frente a una Navarra que seguía siendo independiente tras haberle arrebatado su franja marítima. Castilla creó Gipuzkoa para combatir a la Navarra Oriental que permanecía y cerrar sus vías de salida al mar de Bizkaia. Fue un instrumento que favoreció la desunión y desvertebración de la nación navarra.

Aunque estemos orgullosos de nuestras raíces, de nuestras gentes, y de considerarnos guipuzcoanos, vizcaínos o alaveses, nuestro proyecto de futuro debe encararse con una perspectiva nacional completa. Otra cosa es correr tras un humo incierto que, como al gaucho argentino, nos conduce a cualquier paradero indeseado.

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