Jose Ramón Becerra
Portavoz de Desarrollo Económico de Elkarrekin Podemos

¿Emprendimiento? Mejor si es cooperativo

Llama la atención que en el contenido de ese Plan de Emprendimiento no hubiera ni una sola referencia a valores tan ligados con la cultura empresarial vasca como la cooperación o el trabajo en equipo.

El pasado día 2 de octubre se presentó en el Parlamento el Plan de Emprendimiento 2017-2020. Un plan necesario, a la vista de la progresiva destrucción que se está produciendo en el tejido industrial tradicional, un fenómeno que por desgracia este pasado verano ha sido más evidente que nunca, tras hacerse pública la crítica situación de una decena de empresas vascas, algunas de ellas de larga historia y con gran relevancia en cuanto al empleo.

Sin embargo llama la atención que en el contenido de ese Plan de Emprendimiento no hubiera ni una sola referencia a valores tan ligados con la cultura empresarial vasca como la cooperación o el trabajo en equipo. Pareciera como si de repente hubiéramos inventado en este país la figura del «emprendedor solitario», alguien que tiene una idea, la desarrolla y la saca adelante en la más absoluta soledad, apelando a un espíritu emprendedor individual sostenido tan solo en valores como «iniciativa, compromiso, riesgo y autonomía», en palabras del propio Plan.

Esta visión parcial de la persona emprendedora, anclada en la figura de aquellos indianos que en el siglo XIX retornaron a tierras vascas tras un exitoso periplo de fortuna por las Indias y Sudamérica, y que contribuyeron de forma decisiva a crear el primer tejido industrial diversificado que tuvo Euskadi, soslaya sin embargo otra realidad más cercana en el tiempo: la del movimiento cooperativo que, a mediados del siglo XX, dio continuidad e impulso al débil tejido industrial de la postguerra, hasta convertir al cooperativismo vasco en un fenómeno único a nivel mundial, propio y característico de nuestro entramado productivo.

Precisamente por eso, porque el emprendimiento colectivo es algo intrínseco del espíritu empresarial vasco, resulta aún más llamativo –y más grave– que los valores de la cooperación o el trabajo en equipo brillen por su ausencia también en el Proyecto de Ley de Formación Profesional que se está tramitando en el Parlamento. La formación profesional dual, la que está llamada a ser epicentro y guía del sistema formativo que va a preparar a nuestros trabajadores y trabajadoras del siglo XXI, incide en inculcar el emprendizaje activo tan sólo a partir del desarrollo de capacidades como «el sentido de la iniciativa y la capacidad de iniciar nuevos proyectos empresariales».

Qué duda cabe que esa visión limitada del emprendimiento choca frontalmente con la concepción moderna de una empresa avanzada. En efecto, en pleno siglo XXI en ninguna empresa tiene cabida el desempeño individual si no es en el seno de equipos de trabajo multidisciplinares y cohesionados, capaces de aunar las capacidades de cada uno de sus integrantes en pos de unas metas empresariales comunes, sobre la base de la inteligencia colectiva, la colaboración y el apoyo mutuo. No hay más que mirar a los ejemplos que encarnan los grandes mitos del emprendimiento (desde Bill Gates a Mark Zuckerberg, por poner dos ejemplos) para darse cuenta de que sus proyectos empresariales nacieron y crecieron en torno a potentes equipos de trabajo, donde primaba la colaboración y el empeño común.

Si nos proyectamos más allá en el tiempo, la llamada «revolución industrial 4.0» está llegando a nuestras empresas con la promesa de digitalizar y automatizar –aún más, si cabe– los procesos de fabricación para hacerlos más eficientes e inteligentes. Sin embargo ese cambio en el paradigma productivo también lleva aparejada una transformación radical en las relaciones laborales y en la forma de gestionar las organizaciones, algo a lo que no se está prestando la debida atención. Y así, el contenido del puesto de trabajo cambia de forma abrupta, pues de cara al futuro las habilidades mecánicas las aportará la máquina, mientras que a la persona trabajadora le corresponderá incorporar sus ideas y sus conocimientos como factor de valor añadido, y tendrá que ponerlas en práctica en el seno de equipos de trabajo diversos, donde la inteligencia colectiva y la cooperación tendrán, una vez más, un papel preponderante y decisivo.

Es en este nuevo contexto donde el espíritu cooperativo puede tener un papel diferenciador. Es en este nuevo terreno de juego donde los valores de la cooperación y el trabajo en equipo que impregnan buena parte del tejido productivo vasco pueden resultar claves para que la industria vasca afronte este nuevo reto con mayores garantías de éxito. ¿Y qué sucede? Pues que el Plan de Industrialización 2017-2020, debatido en el Parlamento este pasado 9 de octubre, tampoco hace ninguna referencia a los valores cooperativos. ¿Error histórico o cortedad de miras?

La transición hacia una economía más moderna y sostenible va a exigir grandes esfuerzos individuales y colectivos, y no estará exenta de tensiones. La labor de las instituciones es asentar esta transición sobre bases sólidas y compartidas. El emprendimiento colectivo, el cooperativismo y el trabajo en equipo son algunas de esas bases. Utilicémoslas. Démosles la oportunidad de desarrollar todo su potencial. Hoy en día el 16% de la base económica de Euskadi ya está en manos de los y las trabajadoras, sin que ello vaya en detrimento de su capacidad para innovar o desarrollarse. Avancemos por ese camino.

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