Navarra es Navarra... pero cada vez menos
Los Ayesa, Taberna, Ancízar, y los partidos que acudieron a la presentación de su plataforma identifican el futuro de Navarra con el control del poder político y la salud de sus cuentas corrientes.
Fue un día de esos en los que no has dormido bien y te despiertas torpe de reflejos. Decidí no desayunar en casa para evitar los riesgos de romper vajilla y confundir el azúcar con la sal y salí a hacerlo a una cafetería cercana. Después de pedir un café bien cargado y algo para mojar, tomé un periódico del revistero. Sin adoptar las precauciones requeridas en estas ocasiones (la prensa hay que abrirla con cuidado porque sus titulares te pueden reventar un ventrículo) la noticia me golpeó –¡Aahhh…!– con especial saña: cinco tutankamón recién salidos de sus sarcófagos, anunciaban la presentación de una iniciativa denominada “Futuro de Navarra”.
Cosa rara. En su discurso, aplaudido por un público en el que se podía ver a la flor y nata de UPN, PP, PSN y Ciudadanos de Navarra, no hablaron de mejorar índices de salud, educación, atención social…, sino de cemento. Más en concreto, de la necesidad de acometer con urgencia los trabajos de construcción del TAV y la segunda fase del Canal de Navarra, como dando a entender que nadie duda que son estos dos temas los más reclamados en esta tierra a la hora de hacer los pedidos de regalos navideños.
Los tutankamón –ninguna nefertiti– se presentaron como impulsores de una «iniciativa de la sociedad civil» que no estaba «con nadie ni contra nadie» y que tan solo quería apostar por el «futuro de Navarra». De primer faraón ejercía José Manuel Ayesa, ex presidente de la patronal navarra –1989/2010–; de segundo, Javier Taberna, presidente de la Cámara de Comercio de Navarra desde 1991, baranda principal y consejero en diversas empresas y fundaciones. A continuación venía Miguel Ángel Ancízar, aguerrido ex secretario general ugetista -1983/1998 –reconvertido a presidente de importante grupo inmobiliario–. Cerraban la lista promotora, Pedro Gil, asesor y empresario afincado en Barcelona y Joaquín Salanueva, decano del Colegio de Ingenieros de Navarra. O sea, lo dicho, unos jóvenes y emprendedores miembros de la sociedad civil, sin mayores intereses que la defensa de Navarra y su futuro.
La víspera del día de presentación del proyecto se anunció una sentencia del Tribunal Constitucional anulando ya definitivamente –hasta entonces había estado solo suspendida– una Ley del Parlamento de Navarra que intentó compensar los daños derivados del copago farmacéutico aprobado por el Gobierno del PP. Era ésta una de las ocho leyes (otras seis más esperan turno) anuladas durante estos últimos años por este Tribunal: imposición de un impuesto (IBI) a la Iglesia, la paga extra suprimida al funcionariado, la regulación de las rebajas comerciales, la prohibición del fracking, el endeudamiento de las entidades locales, la exención del impuesto sobre producción de energía a los pequeños productores y otros temas varios relativos a las competencia forales en materia de función pública.
Pocos días antes se había dado a conocer también la noticia de que cerca del 40% de la producción navarra pertenecía a empresas extranjeras. Navarra es así la segunda Comunidad del Estado (Madrid es la primera, pero fundamentalmente por ser capital de reino y fijar allí sus sedes las principales multinacionales) en la que mayor peso tienen estas empresas. Había que añadir a ello que al comienzo de la crisis, en 2008, este porcentaje era del 27%, es decir, la penetración multinacional extranjera se había incrementado casi un 50% en unos pocos años, años todos ellos de gobierno del PP y UPN.
"Navarra es Navarra” fue el slogan con el que este último partido surgió en 1979. Todo un programazo. Sin embargo, desde entonces, a pesar del uso y abuso hecho de semejante lema (en las últimas elecciones de 2015 UPN dio un paso esencialista más y utilizó el adjetivo-slogan de “¡Navarrísimo!” para referirse a Javier Esparza, su candidato), Navarra no ha hecho sino deslizarse por una inacabable cuesta abajo.
Durante los años 80 y 90 (gobiernos PSN y UPN), buena parte de la más genuina industria y empresas navarras pasó a manos multinacionales. La lista fue interminable: grupo Huarte (Torfinasa, Girling, Imenasa), industria del papel (Cordovilla, Sangüesa, Leitza, Atarrabia…), conserveras (Chistu, García y Taboada, Muerza-IAN...), alimentación y bebidas (Taberna-Panasa, patxarán Zoco…), Ingranasa, Inasa-Reynolds, AP... La debacle de CAN y su compra final por La Caixa ha sido el último episodio de esta historia. Y así es que, hoy en día, de las cien principales empresas ubicadas en Navarra, no llegan a veinte las domiciliadas en la Comunidad. ¡Navarra es Navarra!, dicen. ¡Qué ironía!
A la par, leyes aprobadas por el Congreso español han ido limitando nuestras iniciales competencias fiscales y presupuestarias. La reforma del artículo 135 de la Constitución y su posterior Ley de Estabilidad Presupuestaria han tendido un nudo corredizo sobre el cuello de la Hacienda foral y los Ayuntamientos navarros. Acordar convocatorias para plazas de bomberos, sanitarios, enseñantes…, necesita contar hoy en día con el nihil obstat del ministro Montoro. Distintas competencias se sitúan así en cotas inferiores a las que se tenían en tiempos de Franco. Navarra, cada vez más, es menos Navarra y más Madrid, Alemania, Francia, EEUU, Inglaterra…
Mientras tanto, nuestros particulares tutankamon forales siguen situando el futuro de Navarra en el cemento, es decir, en los negocios, el pelotazo, la comisión… Porque el cemento ha sido y es –no hay más que mirar la lista de casos de corrupción abiertos en los distintos juzgados de la geografía estatal– la principal fuente de esta clase de delitos entre políticos y empresarios en los años del boom de la construcción inmobiliaria y la obra pública desaforada.
Los Ayesa, Taberna, Ancízar, y los partidos que acudieron a la presentación de su plataforma identifican el futuro de Navarra con el control del poder político y la salud de sus cuentas corrientes. Que Navarra figure en el mapa del tiempo de ETB es algo que les saca de quicio, pero nada de eso ocurre cuando esa misma imagen es la que figura en el mapa de inversiones o sucursales de cualquier multinacional o fondo de inversión del mundo. Es normal, ellos son los que han favorecido la venta del patrimonio empresarial de Navarra a precio de saldo. Por algo habrá sido, ¿o no?