Koldo Campos
Escritor

Pacto de silencio, pacto entre ladrones

El gobierno español está encantado con el mejor alumno de la clase, ese que hace los deberes, no levanta la voz, no se mete en problemas, al que poner de ejemplo para que otros alumnos aprendan a comportarse y que si bien habla euskera no lo habla con acento catalán. Urkullu es hoy el «español del año» con que el “ABC” coronó a Pujol en 1984.

Treinta años atrás, cuando la prensa española celebraba a Jordi Pujol e, incluso, proclamaba al presidente de la Generalitat como «el español del año», nadie ignoraba en Madrid las artes de las que se valía el político catalán y su familia para, comisión tras comisión, ir multiplicando su fortuna. Tan notorias eran las mordidas y tan antigua su práctica que, años más tarde, hasta Pasqual Maragall, político catalán del PSC, se atrevió a ponerle nombre en el propio parlamento catalán: «Ustedes tienen un problema y ese problema se llama 3%». Tan impune era el delito que solo minutos más tarde de que Artur Mas le recriminara su franqueza, en el mismo parlamento, Maragall rectificó.

Al Estado español poco le importaba cuál fuera el porcentaje que se embolsara Pujol y su partido (Convergencia Democrática de Cataluña) por la adjudicación de obras en Catalunya con tal de que siguieran mostrando la lealtad debida a España y a la corona. Al fin y al cabo, los afanes de Pujol y Convergencia por aumentar su patrimonio en Catalunya eran los mismos que compartían el Partido Popular y el PSOE vaciando las arcas públicas en el Estado español. Mientras los devaneos nacionalistas de Pujol no se desbordaran y España siguiera siendo una, grande y libre, no habría problema alguno. Era un pacto entre ladrones.

Ocurrió, sin embargo, que años más tarde Pujol, Mas y su partido nacionalista catalán cayeron en la cuenta de que el pueblo catalán andaba en otra historia y los había dejado atrás, que el pueblo catalán no se conformaba con un nacionalismo de salón, cantar Els Segadors el 11 de septiembre y resignarse a ser una «nacionalidad» sin estado dentro de la nación española. El pueblo catalán, simplemente, aspiraba a tener voz propia en Europa, a ser independiente y estaba harto de España y su necia arrogancia, de su absoluta cerrazón a respetar el derecho a la autodeterminación. Ante el riesgo de irse por el desagüe, los Pujol, Mas y demás convergentes optaron por seguir al pueblo y sumarse al reclamo de la independencia. Ahí fue que el Estado español se encolerizó y comenzó a desempolvar expedientes, viejos archivos, cuentas bancarias, fraudes, capitales ocultos... Pujol, Mas y Convergencia habían roto el pacto entre ladrones y debían atenerse a las consecuencias.

El Partido Nacionalista Vasco nunca se ha portado mal. De hecho, acaba de cerrar un pacto con el Partido Popular que a ambos les «garantiza la gobernabilidad». Lejos quedan los tiempos en que, de improviso, les saliera respondón un lehendakari y le diera por tomarse en serio a Euskal Herria y hasta proponer planes que devolvieran la palabra al pueblo vasco. Desde entonces, para casos como el de Ibarretxe, en el PNV se cuenta con la sabia destreza de sesudos jelkides que apacigüen los ánimos y eviten al Congreso español el seguir dando portazos a cualquier iniciativa que llegue del País Vasco o Catalunya.

Cuando José Luis Bilbao se despidió como diputado general de Bizkaia, con la alegría que acostumbra, hizo un discurso que ya que no para los juzgados quedó para la historia: «Muchos pueden estar tranquilos, porque nunca escribiré mis memorias. Memorias en las que podrían aparecer personas con sus grandezas y miserias. Desgraciadamente habría muchas miserias. Los que decían una cosa en privado, y otra en público; los que mentían sabiendo que mentían; los que sabían que nosotros teníamos información que no podíamos utilizar y jugaban con ello; los que decían una cosa y la contraria sin pestañear; los que hacían pagos con fajos de billetes sin demostrar su origen; los que tenían grandes sumas de dinero en paraísos fiscales y cuyos nombres no salen a la luz; los que han repatriado dinero de origen desconocido y que van por la calle como unos señores e incluso se permiten decirnos a los demás lo que debemos hacer. A todos ellos les digo que pueden estar tranquilos».

Al igual que nadie ignoraba en el Estado español el origen de la fortuna de los Pujol, tampoco nadie desconoce en Madrid a esos a los que Bilbao tranquilizaba y a algunos otros «señores» cuyos nombres reposan en las carpetas de la Hacienda y la Justicia española a salvo de cualquier contingencia mientras sepan comportarse.

En Madrid no ignoran a cuánto se cotiza la adjudicación de un contrato en el País Vasco, qué comisión se cobra por la recalificación de un terreno público, qué interés devenga un tren o una autopista, qué tanto porcentaje genera una incineradora, cuántos beneficios reparten los tantos proyectos estratégicos, a nombre de quiénes hay abiertas cuentas en paraísos fiscales, cuánto y a quién deja un chanchullo, un enjuague, un negocio sucio...

Iñigo Urkullu y sus convergentes también ha visto al pueblo vasco empezar a andar en otra historia, también lo sabe harto de bailes de salón y peteneras, de aurreskus al monarca... pero no se van a sumar al pueblo. Urkullu lo reitera a cada rato: «La independencia del País Vasco es un objetivo irrenunciable del PNV pero hay que ser conscientes del momento político, económico y jurídico actual, porque el concepto de independencia hay que trabajarlo, plantearlo y modularlo... hay que esperar a que haya una voluntad mayoritaria... y que hay que ser conscientes del siglo en que vivimos... que la independencia es una meta de la que también participo pero de momento solo aspiro a un ejercicio de mayor soberanía».

O lo que es lo mismo, que la independencia del País Vasco debe seguir esperando a otros momentos políticos, económicos y jurídicos; debe seguir esperando a que su concepto se trabaje, se plantee y se module algunos años más; a que se consigan mayores ejercicios de soberanía; a que se alcancen nuevas mayorías; debe seguir esperando, en definitiva, a un próximo siglo. Total, sólo faltan 83 años para que entremos en el XXII, caso de que entonces, que podría ocurrir, no haya que seguir esperando a nuevas y favorables coyunturas, mayorías y cuotas de soberanía, y eso si para el nuevo siglo ya se ha trabajado, planteado y modulado lo suficiente el concepto independencia.

Por ello es que el gobierno español está encantado con el mejor alumno de la clase, ese que hace los deberes, no levanta la voz, no se mete en problemas, al que poner de ejemplo para que otros alumnos aprendan a comportarse y que si bien habla euskera no lo habla con acento catalán. Urkullu es hoy el «español del año» con que el “ABC” coronó a Pujol en 1984.

Pacto de silencio. Pacto entre ladrones.

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