Llegar a la censura con tal de invisibilizar a los presos
Ayer se inauguró en el Koldo Mitxelena Kulturunea de Donostia la doble exposición ‘Sin lugares, sin tiempo. Giltzapekoak: notas sobre la reclusión’. Una muestra que los responsables de la capitalidad cultural europea de Donostia 2016 presentan en su web como una invitación «a reflexionar sobre la realidad de las personas en diferentes situaciones de reclusión», pero que se inauguró con una denuncia de censura por parte de los comisarios. Concretamente, los encargados de organizar la exposición denunciaron ayer que Donostia 2016 ha retirado varias obras por ser autoría de presos o expresos políticos vascos. En pleno siglo XXI, en Euskal Herria, han osado censurar las obras de presos en el marco de una exposición que reflexiona acerca de la... reclusión. Increíble pero cierto.
Antes de entrar en otras consideraciones, cabe aplaudir en primer lugar la actitud de los comisarios de la exposición, que en contra de lo habitual, han optado por denunciar la intromisión censora y hacerlo cara a cara con sus responsables, en la presentación. ¿Qué poso espera dejar una capitalidad europea que frena el librepensamiento y la libre expresión? ¿Qué legado espera dejar una Donostia 2016 que dice abordar las consecuencias de la reclusión ignorando a 366 presos de este país?
Porque esta es, junto a la desfachatez que supone atreverse a censurar una exposición artística, la cuestión más grave que envuelve al caso. No son las obras de los presos las que molestan (todos coinciden en que no son para nada ofensivas), sino la existencia misma de un colectivo de presos, recordatorio cotidiano de las heridas abiertas de un conflicto cuyas consecuencias prefieren no abordar. Es la misma lógica que se esconde tras la negativa a incluir como víctimas a los familiares de presos muertos por la dispersión. Ya se sabe que aquello que no se ve, no existe. Pero también sabemos que precisamente, el arte existe, en gran medida, para visibilizar y visualizar lo inexistente.