1992 fue año de caídas y ascensiones. También de cambios transformadores, algunos en su sentido más positivo y otros en el más peyorativo. En cualquiera de los casos, «amaiera da hasiera»; todo final es siempre un principio. Que vaya por el buen o mal camino, ese es otro tema, porque el destino repartirá cartas, pero luego es cada cual quien las juega.
Por el buen camino fueron los y las trabajadoras de Altos Hornos de Vizcaya en la Marcha de Hierro hasta Madrid para reclamar la continuidad de la empresa y contra el desmantelamiento del sector siderúrgico en Euskal Herria. Pero el año anterior el Ejecutivo del PSOE ya había tomado otro camino que llevaba inexorablemente al apagado de los hornos altos y al cierre definitivo de AHV.
El Gobierno español tenía planificado continuar con el proceso de galopante desindustrialización del territorio vasco que iniciara algún año antes con la reestructuración del sector naval y los cambios en otras grandes empresas, como Babckok Wilcox, que con sus cerca de 6.000 trabajadores había sido otra de las referencias en Ezkerraldea.
En la calificación que hizo el INI entre empresas rentables y no rentables, «la Balco» de Sestao quedó en el grupo malo. Se inició entonces un proceso que fue de fiasco en fiasco, con fallidas privatizaciones, descapitalizaciones y unas instalaciones, auténtico patrimonio industrial vasco, que quedaron, primero, abandonadas al expolio y, luego, a la especulación urbanística.
A comienzos de los 90 se habló incluso de opacas maniobras alrededor de «la Balco» que habrían reportado sustanciosos beneficios para, entre otros, algunos sindicalistas de UGT y políticos y cargos públicos del PSOE de la zona. Fondos de la empresa también se habrían distraído hacia negocios inmobiliarios en la cercana Cantabria. Hasta aquí se puede leer, que dicen algunos.
Trabajadores y trabajadoras de AHV lucharon sin descanso a lo largo de todo el año para que la empresa no cayera y mantener la viabilidad y los empleos. El 26 de octubre la Marcha de Hierro, que salió desde Sestao y Lesaka, llegó a Madrid. Lamentablemente, unos días antes Bruselas echó por tierra un plan para el mantenimiento de la empresa, condenándola de manera definitiva a su desaparición. A pesar de ello, no se vinieron abajo y la lucha continuó con fuerza.
También entraron en lucha, entre otras, Acenor y Tubacex, en un año en el que la ocupación laboral caía y el paro ascendía por encima del 20% en la Euskal Herria peninsular.
En semejante contexto y contra la política económica del PSOE, los sindicatos convocaron una huelga general en Euskal Herria el 27 de mayo.
En el Estado español, los sindicatos CCOO y UGT lo hicieron un día más tarde y tan solo a media jornada. Estos rompieron la unidad sindical en Nafarroa y se opusieron a la huelga general del 27, llamando a secundar únicamente la convocatoria española.
La realidad fue que la huelga general de ELA y LAB paralizó Hego Euskal Herria, a pesar de que los gobiernos de Gasteiz, Iruñea y Madrid trataron por todos los medios de rebajar el impacto de la protesta y sabotear la jornada empleando sus diferentes policías para reprimir, en algunos lugares, con gran contundencia.
Para la represión contaban ya desde febrero con la cobertura de la Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana, conocida como «Ley Corcuera» o «Ley de la patada en la puerta», aprobada en Madrid gracias al PNV y Convergència i Unió. Para los jelkides, con Juan Mari Atutxa a la cabeza de Interior, todo lo que fueran recursos represivos era bueno para su Ertzaintza.
La controvertida ley estuvo vigente hasta julio de 2015, aunque algunos aspectos fueron revocados por el Tribunal Constitucional. José Luis Corcuera había amenazado con que si se tocaba una coma de su ley dimitiría. Se la tocaron, y se fue.
En continua ascensión, en su mal sentido, fue el comportamiento hostil e intransigente de consejeros del Gobierno de José Antonio Ardanza contra todo lo que no se aviniera a sus voluntades.
Atutxa, de quien se dijo en junio que tenía de asesor a un agente de la CIA, se prodigó contra «el mundo de Herri Batasuna», acudiendo incluso a la «Ley Corcuera». También arremetió contra el diario 'Egunkaria', 'Egin', Egin Irratia…
Desde la consejería de Cultura, Joseba Arregi fue otro de los personajes que ascendieron en beligerancia, protagonizando maniobras de acoso económico a 'Egin' o la supresión de la publicidad institucional que por ley le correspondería al diario. También actuó contra Egin Irratia, negando y suspendiendo licencias de emisión. Incluso se aprobó una sanción a la radio de diez millones de pesetas, unos 60.000 euros, por seguir en las ondas.
Casualmente o no, contra Egin Irratia se produjeron a lo largo de 1992 numerosos sabotajes y ataques a las instalaciones de antenas y enlace de frecuencias.
El 29 de marzo una operación franco-española supuso la caída de Francisco Mujika, Joseba Arregi y José Luis Alvarez Santacristina, según fuentes policiales, la dirección de ETA al completo. Inmediatamente, la euforia ascendió a la cima y desde diferentes medios se habló del final definitivo de la organización armada.
Otras fuentes se expresaron de manera más cautelosa respecto a ese hipotético final, aunque sin poder contener la alegría. Como la de Enrique Rodríguez Galindo y Roger Boslé, responsable francés de la lucha anti-ETA, que fueron vistos en un hotel de Baiona brindando con champán.
Tan solo dos días después de las detenciones, un coronel del Aire falleció en Madrid al hacerle explosión un paquete bomba. Continuaron así los atentados, los ataques y sabotajes y, en paralelo, las operaciones policiales y los arrestos, incluida una redada en Uruguay.
La situación de los prisioneros vascos, dispersados y en muchos casos aislados, se siguió deteriorando durante 1992, año en el que se celebró la última Marcha a Herrera. La política penitenciaria de Enrique Múgica Herzog hizo que la prisión manchega dejara de ser referencial, por lo que las Gestoras pro Amnistía decidieron que la de ese año fuera la última.
Acudieron al páramo de Herrera alrededor de once mil personas y, al mismo tiempo, seis autobuses llevaron la solidaridad con los represaliados políticos hasta París.
En julio, ETA hizo un nuevo ofrecimiento de distensión y alto el fuego, que no fue atendido, aunque sí se produjeron algunas conversaciones políticas entre HB y el PNV que no llegaron a fraguar acuerdos.
Donde sí hubo acuerdo fue en relación a la carretera entre Gipuzkoa y Nafarroa. Precisamente, de la Coordinadora Lurraldea surgió a finales de año el movimiento Elkarri, desde el convencimiento de que la sociedad reclamaba diálogo y negociación.
Ascensión importante fue la de Miguel Indurain al podio del Tour por segundo año consecutivo, en una carrera que en 1992 salió de Donostia, en euskara y con ikurriña, y circuló por carreteras vascas antes de entrar en territorio francés. Indurain se subió al podio de París también los tres años siguientes, convirtiéndose en el único ciclista que ha ganado la carrera gala en cinco años consecutivos. En 1992, además del Tour, Indurain también ganó el Giro de Italia.
Al Everest ascendieron en diferentes expediciones ocho alpinistas vascos, dos de ellos los hermanos Iñurrategi, sin ayuda de oxígeno. Dos alpinistas vascas superaron también la cota de los ocho mil metros, en un año que fue calificado de excelente para el montañismo vasco.
Quince años después de que los silenciados tomaran la palabra con el nacimiento de 'Egin' y por encima de todo contratiempo, en el diario se produjo una formidable transformación que abarcó desde la reestructuración de la redacción hasta un diseño rompedor que ya desde la misma portada aventuraba una nueva forma de hacer periodismo en unos tiempos que no eran precisamente buenos para la lírica.
En cualquier caso, la apuesta se hizo y el 8 de noviembre 'Egin' pasó a las páginas en color, los suplementos y cuadernillos… un producto periodístico pensado, como se dijo entonces, «para ser leído a primera vista».
En 1992 Euskal Herria se quedó sin Sigfrido Koch, fotógrafo de la mirada onírica, las texturas de la naturaleza y el grano grueso que penetra en la nostalgia.
Unos meses antes, su amigo Jorge Oteiza cedió toda su obra a Nafarroa por estar en radical discrepancia con la política cultural del Gobierno de Gasteiz.
El mítico grupo punk de Ezkerraldea Eskorbuto perdió en 1992 a dos de sus componentes, Iosu Expósito y Juanma Suárez.
«Las calles, nuestro ámbito, nuestro reino, nadie nos olvida, porque aún no hemos muerto», se puede leer en la lápida de Iosu, que murió el 31 de mayo. Pocos meses después lo haría Juanma. Ambos, víctimas de Ezkerraldea y sus circunstancias.