Pero en ocasiones sucede; los elementos se alinean de la manera debida y entonces sí, se hace justicia. En cualquier caso, es imprescindible comprometerse con el futuro y luchar para cambiar el curso de los acontecimientos.
Esas condiciones de tiempo, compromiso, lucha, diálogo y acuerdo se dieron, por fin, en Sudáfrica y acabaron con tres siglos de dominación de los intereses del Occidente blanco sobre las africanas y africanos.
El 27 de abril de 1994 el Congreso Nacional Africano ganó las elecciones y Nelson Mandela se convirtió en el primer presidente de Sudáfrica de raza negra. Hacía cuatro años que Mandela había sido puesto en libertad tras pasar 27 años en la cárcel acusado de conspiración contra el Gobierno blanco de Pretoria, como fundador y dirigente de la organización Umkhonto we Sizwe (La Lanza de la Nación), el brazo armado del Congreso Nacional Africano.
Las circunstancias también comenzaron a aliarse de manera positiva en Irlanda del Norte, donde a lo largo del año 1994 se iniciaron contactos entre políticos y los gobierno de Londres y Dublín que facilitaron un primer inicio de conversaciones para ir abriendo el camino a la resolución del conflicto armado.
En septiembre, los prisioneros republicanos dieron su aprobación, unos días después de que el IRA anunciara el inicio de un alto el fuego «total e indefinido».
A finales de 1994 se produjeron las primeras conversaciones directas entre el Sinn Fein y el Gobierno británico. Cuatro meses antes se habían cumplido veinticinco años de la llegada de las primeras tropas británicas al norte de la isla de Irlanda.
Se inició así un camino que no fue ni fácil ni corto pero que, con sus más y sus menos, llevó a la distensión y abrió la puerta a una futura reunificación de la isla celta.
Pero como las buenas pretensiones no siempre alcanzan el fin buscado, el recorrido iniciado en 1993 entre los palestinos y el estado judío de Israel con la firma de los Acuerdos de Oslo tuvo algunos momentos de esperanza y demasiados de frustración. Tantos fueron los de frustración que tres decenios más tarde el conflicto sigue sangrante.
En 1994 se decía que la paz en Oriente Medio estaba más cerca que nunca. Las conversaciones del año anterior habían puesto fin a la primera Intifada y tocaba organizar la Autoridad Nacional Palestina, un organismo administrativo autónomo, con representación en Naciones Unidas, constituido para gestionar la Franja de Gaza y parte de Cisjordania.
Arafat se asentó en Ramala como presidente de la ANP y unos meses después le fue concedido el Premio Nobel de la Paz, junto al primer ministro israelí Isaac Rabin y su canciller Shimon Peres.
Pero Arafat comenzó a tener problemas en casa con el Frente Popular para la Liberación de Palestina y con un incipiente Hamas. Por el lado judío, al año siguiente un ultraortodoxo descerrajó tres tiros a Rabin y acabó con su vida en una plaza de Tel Aviv.
Uno de los incitadores de aquel radicalismo sionista fue Benjamín Netanyahu, que luego llegaría al poder del estado judío y décadas después continúa incendiando Oriente Medio.
En Euskal Herria las circunstancias tampoco se confabulaban de la manera deseada, y los llamamientos que se realizaban desde la izquierda abertzale para alcanzar espacios de distensión eran sistemáticamente despreciados y saboteados. Incluso la interlocución de ETA en Santo Domingo estaba secuestrada, según denuncia de HB.
Mientras, en las cárceles, el que fuera director de la prisión de Langraitz, Manuel Avilés, maniobraba con la intención de romper el colectivo de prisioneros políticos vascos buscando disensiones y arrepentimientos.
Empezaba la «Vía Nanclares», una estrategia de fomento de la disidencia que, con el paso de los años, se reveló no solo un absoluto fracaso, sino que incluso generó una sensación de frustración y engaño en gran parte de quienes optaron por ese camino que, a la postre, no resultó tan feliz como les habían prometido.
Las condiciones de vida de los prisioneros y la situación de dispersión y aislamiento no solo permanecieron invariadas durante 1994, sino que se incrementaron las denuncias por palizas de la Guardia Civil durante los traslados. Los cambios de cárcel o las salidas a hospital, juzgados o cualquier diligencia se convirtieron en escenario impune para las agresiones.
De Uruguay fueron extraditados tres refugiados políticos, en medio de unas masivas muestras de solidaridad, protestas y represión en Montevideo, que se saldó con dos muertos y cientos de heridos y detenidos. Lo sucedido aquellos días de agosto ha quedado grabado en los anales de Uruguay y de Euskal Herria.
En mayo de 1994 se produjeron dos actos de guerra sucia indiscriminados. En la playa de Muskiz y en el monte Artxanda hicieron explosión dos artefactos camuflados en sendas carteras que provocaron heridas de gravedad a tres transeúntes.
Durante el año siguió incrementándose la implicación de la Ertzaintza en la lucha contra ETA y la beligerancia del consejero de Interior de Lakua, Juan Mari Atutxa, que, por lo que se publicó, disponía de más de 700 millones de pesetas, unos 4 millones y medio de euros, para gastos reservados.
El día 18 de noviembre, tras un atentado fallido en Larrabetzu, efectivos de la Ertzaintza interceptaron en Loiu el vehículo en el que huían los miembros de ETA. Según testigos, Anjel Irazabalbeitia salió del vehículo y pidió a los ertzainas que les dejaran pasar, luego realizó dos disparos al aire. Entonces los policías iniciaron un tiroteo en el que resultó muerto Irazabalbeitia y heridos otra militante de ETA y un ertzaina.
Pocos días después ETA hizo público un comunicado en el que, por primera vez, consideraba a los ertzainas «miembros de un ejército que defiende los intereses del PNV y de España». Al día siguiente aparecieron informaciones relativas a que algunos policías autonómicos estarían barajando la posibilidad de realizar «acciones parapoliciales». Un día más tarde, el PNV advirtió de que «gentes vascas» podrían actuar contra la izquierda abertzale. Inquietantes coincidencias.
Contra quien se actuó de manera directa a través de la Audiencia Nacional fue contra Pepe Rei, que fue enviado a prisión acusado de «colaboración con banda armada» en relación a la operación de la Ertzaintza de diciembre del año anterior. Pepe Rei negó las acusaciones y dijo que todo era un montaje de los sectores económicos del PNV y la Ertzaintza.
Atutxa no pudo contener en público la alegría y expresó de manera abierta su deseo de que el diario 'Egin' fuera finalmente cerrado. Pepe Rei fue excarcelado en diciembre en espera de juicio y tres años más tarde resultó absuelto.
El diario 'Egin', que, según cifras oficiales, fue el periódico que más lectores ganó durante el año, estaba en regulación de empleo por la delicada situación económica en la que se encontraba, la negativa de las subvenciones correspondientes y el férreo boicot publicitario establecido desde las instituciones.
En el terreno político, en la Euskal Herria continental Patxa y Oldartzen se disolvieron para dejar paso a Herriaren Alde (HA), que en marzo firmaría un acuerdo de actuación en común con EMA, EB y HB.
En el tercio autonómico el resultado de las elecciones de octubre desembocaron en un pacto de gobierno entre PNV, PSE-EE y EA presidido por Ardanza, que presentó su nuevo Ejecutivo con las campanadas de fin de año.
1994 fue un año de particular activismo en el movimiento insumiso. En la Euskal Herria peninsular el número de insumisos aumentó un 62%. El propio Jorge Oteiza se solidarizó con ellos.
La alegría del movimiento ecologista y del conjunto de la sociedad llegó en junio con el cierre definitivo de la que iba a ser central nuclear de Lemoiz.
Los casos de corrupción en los que estaban implicados políticos o cargos públicos seguían su curso e incluso se vislumbraban nuevos: Max Center, Azpiegitura, Osakidetza, donde incluso hubo robo de documentación presumiblemente probatoria…
«Aquí estamos nosotros, los muertos de siempre, muriendo otra vez pero ahora para vivir». Así comenzaba el comunicado que los zapatistas hicieron público unos días después de que el 1 de enero diera comienzo el levantamiento popular en Chiapas. El Ejército mexicano desplazó a la zona más de 15.000 efectivos y el presidente Salinas de Gortari solo se abrió al diálogo después de haber aplastado la rebelión.
Aún así, la llama zapatista de «tierra y libertad» no se sofocó y, durante los años siguientes, se mantuvieron las brasas. Y los fuegos.
Charles Bukowski falleció en marzo y lo hizo despidiéndose: «Debo irme, no sé exactamente por qué; estoy loco, supongo. Adiós».
Sin despedirse, precisamente, se fue unos días después Luis Roldán, el primer civil director general de la Guardia Civil. Su fuga a Laos, que se duró diez meses, provocó un auténtico escándalo que se llevó por delante al ministro de Interior, Antoni Asunción, que había sido antes jefe de las cárceles españolas y dinamizador de la dispersión penitenciaria.
Veinte años más tarde Asunción sería imputado por delitos de administración fraudulenta y apropiación indebida por la venta al Banco de Valencia de su participación en una piscifactoría.
Regresando a Bukowski: «Así es como funciona la democracia: tomas lo que puedes, intentas conservarlo y añadir algo si es posible».