1977/2024 , May 12

Iker Bizkarguenaga
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad
Interview
Gregorio Ariz
Montañero, jefe de la expedición navarra al Dhaulagiri (1979)

«En aquella época ni el fútbol estaba por encima de la montaña en Navarra»

Gregorio Ariz es una de las figuras más representativas del montañismo en nuestro país. Fue jefe de la expedición que alcanzó la cima del Dhaulagiri hace hoy 45 años, el primer ochomil vasco, un hito que fue celebrado por todo lo alto.

Fotografía de Gregorio Ariz en el Petretxema
Fotografía de Gregorio Ariz en el Petretxema (Gregorio Ariz)

Este 12 de mayo se cumplen 45 años de la expedición navarra al Dhaulagiri. Supongo que aunque pase el tiempo es una fecha que se mantiene en la memoria.

Claro, claro que nos acordamos. Entre todas las cosas que han ido pasando, de las expediciones que se han hecho, esta es una de las más importantes. Ha habido algunas que se han ido quedando en el tintero, pero las dos primeras, la del Hoggar en 1971, y la de Groenlandia en el 73, las seguimos recordando, nos seguimos viendo quienes estuvimos allí. Pero entre todas ellas la que predomina es la del Dhaulagiri. Los del Dhaulagiri nos hemos seguido juntando cada cinco años, más o menos, e incluso últimamente un poco más. Porque, oye, nos estamos haciendo mayores... (risas).

La relación entre los integrantes de aquella expedición, por tanto, es muy buena, ¿no?

Eso es de lo más importante que tenemos. Es tal la calidad de aquella expedición que la amistad profunda que se forjó hace tanto tiempo se sigue manteniendo intacta. Y sentimos la necesidad de volvernos a juntar para recordar todo aquello.

Fuiste el jefe de aquella expedición. ¿Cómo fue montar algo así?

Antes de esa expedición habíamos recibido un palo en el Hindu Kush en el 76, cuando tuvimos aquel accidente [en el descenso del Shakaur (7.116 metros) la cordada de Leandro Arbeloa y Gerardo Plaza sufrió una caída; el primero resultó muerto y el segundo quedó gravemente herido], aunque hicimos aquel siete mil, del cual después se hizo una película muy bonita que fue premiada.

Después de aquello todo se quedó un poco dormido, pero cuando empezamos a preparar nuestro primer ochomil lo hicimos con muchas ganas. Entonces yo estaba metido dentro de la Federación Vasca, era el director técnico, con Antxon Bandrés. Era bastante organizado y me preocupaba mucho de tener contactos, sobre todo con quien nos podría suministrar dinero, que era al final lo importante en aquel momento, pues era muy difícil sacar dinero, así que, no sé cómo, me eligieron de jefe.

Había un grupo en Navarra de gente que funcionaba muy bien, a nivel de escalada y a nivel de todo, y ya habíamos hecho cosas en los Andes, en el Kilimanjaro, e intentamos montar un grupo. Todavía estábamos inmersos en la historia de las expediciones pesadas, en aquellos tiempos todavía se hacían. Luego estaba el tema del permiso, que no teníamos para el Dhaulagiri. Nosotros al principio anduvimos dando vueltas al Annapurna, pero no nos lo concedían tampoco, porque en aquellos tiempos el Gobierno de Nepal solo daba permiso a una expedición por cada montaña. El Dhaulagiri lo tenían ocupado unos catalanes, y entraron en contacto conmigo porque no podían hacer la expedición, ya que les faltaba lo más importante, el dinero. Entonces, a través de ellos, a cambio de que vinieran unos cuantos con nosotros, se preparó la cosa.  

¿Qué tipo de gente la integraba?

Intentamos hacer una expedición que fuera un poco variada, donde no estuvieran solo los escaladores y montañeros veteranos, los que ya llevábamos un tiempo, sino que también se incorporara gente joven. Y también nos interesaba mucho otra cosa que no pasaba en aquellos tiempos y es que vinieran mujeres. En aquellos tiempos casi no iban mujeres a las expediciones, y nosotros teníamos mucho interés en ello. Y aparte de Trini, que ya había venido a Shakaur [Trini Cornellana, segunda mujer del Estado en hacer un sietemil], que era además médica, yo tenía interés en que viniera mi mujer Pili [Pili Ganuza, primera mujer navarra en subir un ochomil (Cho Oyu, 1992) y segunda de Euskal Herria, tras Amaia Aranzabal, que hizo cumbre tres días antes], pero ella no estaba nombrada oficialmente expedicionaria, así que nos inventamos una nueva cosa, que era que pudieran venir acompañantes que se pagaran el viaje. Como ya había una infraestructura muy grande, pues podrían venir, y en este caso vinieron dos personas, vino Pili y vino Javier Sorozabal. Así que de Navarra formamos un grupo de catorce personas, más cuatro catalanes.  

A quienes les tocó hacer cumbre fueron Xabier Garaioa, Gerardo Plaza, Iñaki Aldaia, además del catalán Jordi Pons y el sherpa Ang Rita. ¿Hubo nervios?

No, nervios no hubo, llevábamos todo muy bien planificado. Llegamos a tener tres grupos que podían haber llegado a la cumbre, tres grupos de cuatro personas. Estábamos muy bien en aquel momento. De todos los catalanes se fueron descolgando tres, y solo se mantuvo Jordi Pons, que había hecho el Annapurna, en la primera expedición de Catalunya al Himalaya, ya había hecho un ochomil, por tanto, y se preocupó muy mucho de estar en las cordadas de cabeza. Se iba viendo que quien iba fuerte allí eran Gerardo, Iñaki... y Ang Rita era en aquel momento de los sherpas que estaban más fuertes, aunque no había hecho nunca un ochomil, no sabía ni ponerse los crampones [con el tiempo, llegó a subir diez veces al Everest, sin oxígeno artificial. Falleció en 2020]. En aquellos tiempos quienes dirigían las expediciones no eran los sherpas, como actualmente, éramos los expedicionarios quienes íbamos por delante abriendo la ruta. Ellos llevaban mucho peso, iban 4-5 sherpas de altura que llevaban mucho peso. Aunque nosotros también cargábamos mucho, porque hasta el collado noreste llegamos a subir hasta ochocientos o mil kilos, aquello era una monstruosidad.

En un partido de fútbol, el entrenador, quienes lo viven desde el banquillo, lo pasan bastante peor que quienes están en el campo. Cuando veis que están a punto de hacer cumbre, pero sabéis que siempre puede pasar algo, que es una cima muy ventosa... ¿Cómo vivisteis aquello?

La verdad es que fue muy emocionante, porque lo vivimos de forma muy intensa. Yo en aquella cumbre no he estado nunca, físicamente no llegué a la cumbre, sin embargo anímicamente yo siempre he considerado que he estado en aquella cumbre. Has comentado lo del fútbol y, efectivamente, aquello era como en un partido; el que mete el gol es uno pero el triunfo es de todo el equipo. El sentimiento de llegar a la cumbre lo tuvimos todos. En aquellos tiempos no había teléfono móvil, claro, y la noticia llegó a nuestra tierra cuando llegamos a Katmandú, cuatro o cinco días más tarde, y en principio los telegramas que yo mismo mandé desde allí no citaban los nombres de quienes habían llegado a la cumbre. Éramos todos quienes habíamos subido arriba.

Luego, había posibilidad de que pudiera hacer cima el siguiente equipo que estaba muy arriba, donde estaba Mari Abrego, estaba Trini, que podía haber sido la primera mujer en toda la península en hacer un ochomil. Lo que pasa es que el tiempo cambió. El sherpa que nos dirigía, el sirdar [guía de alta montaña que dirige a todos los demás en una expedición de escalada] Sonam Girmi, nos informó: va a cambiar el tiempo. Ya habíamos hecho la cumbre, y pensé, «ojo, no hagamos otro esfuerzo que igual alguno se queda allí arriba». Yo, desde el Campo 2, donde estaba, le comenté a Mari: «Tú tienes muchas ganas». Y él: «Sí, sí». Le dije lo siguiente: «Vamos a ver, yo no puedo deciros ahora que os bajéis, la decisión es vuestra, estáis ahí arriba, a 7.500 metros, pero mi recomendación es que os bajéis, porque el sherpa nos ha dicho que va a hacer mal tiempo». Y a regañadientes, Mari bajó con todos los demás.

Y aquella previsión se cumplió. Al lado teníamos una expedición francesa, donde estaba Sylvain Saudan, «el esquiador de lo imposible», donde había cinco personas, incluido el sherpa. Habían colocado sus tiendas al lado de las nuestras, pero en un sitio con una pendiente que tenía cierto peligro si caía un alud. Y efectivamente, al día siguiente el tiempo cambió y cayó un alud que se llevó por delante a dos que estaban en la tienda. Sylvain Saudan y su mujer, que estaba también allí arriba, cuando consiguieron bajar, cuando llegaron a nuestro campamento base tenían grandes congelaciones. E incluso el sherpa desapareció durante la bajada. De los cinco que estaban solo bajaron dos.

¿Cómo fue el recibimiento cuando regresasteis a casa?

Fue un recibimiento mastodóntico. En aquella época ni el fútbol estaba por encima de la montaña en Navarra. La Medalla de Oro deportiva del Gobierno de Navarra fue para la expedición del Dhaulagiri, no fue para el Osasuna. Fuimos recibidos en la Diputación, eran agasajos por todos los sitios. Y como nosotros todavía debíamos dinero, lo que hicimos fue seguir pidiendo para terminar de pagar las deudas que aún teníamos.

Pero ya nos empezaron a preguntar por la siguiente, y nosotros ya teníamos pensado cuál iba a ser, claro. Como el mundillo vasco estaba metido de lleno en el Everest, nosotros no queríamos ir al Everest, nosotros queríamos ir al K2. A pesar de ser más pequeño que el Everest, alpinísticamente el K2 es superior, son palabras mayores. Nosotros al presidente de la Diputación le dijimos: «Queremos ir al K2», lo que a él le sonó como a marca de detergente. «K2, ¿qué es eso?», «Pues la segunda montaña más alta del mundo». Y el presidente dijo: «Bueno, ¿y no se le podría llamar K2-Everest?». (Se ríe con ganas).

 

«No tiene que ver lo que pasaba entonces con lo que pasa ahora. Veo con tristeza lo que está ocurriendo en el Everest, y en todos los sitios. Nosotros nos asemejábamos más a las primerísimas expediciones que hubo en el Himalaya, estamos más emparentados con aquello que con lo actual»



Más allá del reto puramente alpinístico, aquellas expediciones eran auténticas aventuras, ¿no?

Efectivamente. No tiene que ver lo que pasaba entonces con lo que pasa ahora. Veo con tristeza lo que está ocurriendo en el Everest, y en todos los sitios. Al mismo Dhaulagiri habrán subido como unas mil personas, pero es que al Everest son como unas diez mil personas, casi todas con óxigeno, en unas condiciones... Algunos no saben ni dónde está el monte. Me dicen que no llevan más que un jumar [un dispositivo de ascenso] y un bastón de esquí, no llevan ni piolet. Los crampones a veces se los ponen los sherpas porque no saben ni ponérselos. Nosotros nos asemejábamos más a las primerísimas expediciones que hubo en el Himalaya, estamos más emparentados con aquello que con lo actual. Somos auténticos dinosaurios.

El hito del Dhaulagiri se va a recordar por siempre, pero tú ya habías participado en expediciones muy importantes antes, y después también. La montaña forma parte indisoluble de tu vida...

Ha sido la base de mi vida. Yo siempre he considerado tres cosas básicas en mi vida: La familia, el trabajo, durante cincuenta años he trabajado en el mismo sitio, un taller de carpintería metálica y de estructuras, y la montaña. Lo que más satisfacción me ha dado ha sido la montaña, predomina sobre todo. Ahora ya he cumplido ochenta años y mi panorama montañero ha cambiado totalmente, hace ya algún tiempo que estoy regresando a mis orígenes, a las montañas que empecé a hacer de pequeño, caminando más despacio y con mucha atención con los bastones para no caerme. Pero todavía sigo, y para mí la montaña es lo más fundamental que me ha pasado en la vida.

Plasmaste aquella expedición al Dhaulagiri en un libro, luego has escrito unos cuantos más. ¿Sientes la necesidad de reflejar todas esas experiencias por escrito?

Cuando empecé a acercarme a la edad adulta yo quería ser periodista, quería ser escritor, ir a la Universidad, pero mi padre me puso un buzo y me llevó a la fragua. Empecé a forjar hierros, no tuve la posibilidad de hacer lo que yo quería. Tampoco me ha apenado, pero aquella historia que he tenido grabada desde siempre la he seguido manteniendo, por eso he escrito tanto y sigo escribiendo todavía.

He escrito cuatro libros. Me tocó hacer el del Dhaulagiri, que lo editó la Caja de Ahorros de Navarra; el segundo que escribí y que no se llegó a publicar nunca fue uno sobre el K2. Cuando fuimos en el 83 al K2 no hicimos cima, yo había firmado que tenía que escribir el libro, con la Caja de Ahorros de Navarra, pero al ver que no se había hecho cumbre me dijeron que no se iba a publicar. Después de haberlo escrito, aquel libro estuvo mucho tiempo encima de la mesilla de mi cuarto, pero no sirvió para nada. Habría sido un libro precioso, porque aunque no se haga cumbre, eso no importa, la vivencia es la misma, es muy importante, y a veces, cuando no se consiguen las cosas  aprendes mucho más. De aquella expedición salió la del 86, cuando Mari [Abrego] y Josema [Casimiro] hicieron el K2 –fueron los primeros del Estado en hollar la cima–, precisamente por la experiencia que habíamos tenido en el 83. Y luego yo tuve la suerte de ir al Chogolisa y ahí escribí mi libro del Chogolisa ('La muñeca del Chogolisa', 2014). Entre medias también escribí alguna otra cosa, como '25 años de expediciones navarras'. Y todavía me entretengo, ahora estoy con mis memorias, pero esas no son para publicar, son para la familia.

Montañeros y montañeras vascas siguen viajando al Himalaya, a los Andes... ¿Qué le dirías a una persona joven que se adentra en un mundo que es apasionante pero también complicado?

Pues que intente mantenerse en la independencia de hacer lo que a cada uno le guste hacer, sobre todo alpinismo sin grandes contaminaciones. Hoy mismo, antes de hablar contigo, he recibido un mensaje desde el campo base del Kanchenjunga. Tengo dos amigos navarros, una chica y un chico, que están intentando hacer esa cima [la tercera más alta del mundo, 8.586 metros]; ya estuvieron muy cerca de la cumbre hace poco, hace dos años me parece, y están intentándolo otra vez. Están en el estilo puro de hacer alpinismo; todavía queda alguno y eso a mí me produce mucha satisfacción. Sigo en comunicación con la gente que mantiene un poco esa idea alpinística pura. No es fácil, pero todavía quedan. Y que sigan yendo.